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Economía y sicología social

Por Miguel Gómez Martínez - 21 de Abril 2017

Los escándalos que no producen ni siquiera renuncias afectan a los ciudadanos, que están decepcionados de sus instituciones.

Los escándalos que no producen ni siquiera renuncias afectan a los ciudadanos, que están decepcionados de sus instituciones.   Enérgico rechazo en los medios y duras críticas en la opinión recibió la propuesta de Santos de sugerir que los empresarios presionaran a los medios, condicionando la pauta a la publicación de noticias positivas sobre el país. Que un presidente, que proviene de una familia de periodistas, proponga ese tipo de medidas, es sorprendente e impropio en una democracia que debe respetar la libertad de prensa.

La economía ha incorporado en las últimas décadas muchos elementos del análisis sicológico y en especial de la sicología social. Dos sicólogos, Herbert Simon, en 1978, y Daniel Kahneman, en 2002, recibieron el Premio Nobel de Economía por sus contribuciones a la ciencia en la rama de la economía del comportamiento (Behavioral economics). Gary Becker y George Akerlof, también nobeles, son reconocidos por sus trabajos con importantes aportes en el análisis de la influencia de la sicología en los fenómenos económicos.

La sicología puede ayudar a entender comportamientos de los agentes económicos que no calzan con el principio de la racionalidad económica, que es uno de los fundamentos metodológicos de la ciencia. Simon identificó las limitaciones del análisis puramente económico y postuló el concepto de racionalidad limitada (bounded rationality) para mostrar los límites de la lógica económica pura en muchas circunstancias. Las ‘corridas’ bancarias, los reflejos del consumidor en las fases de hiperinflación, el efecto de la moda o la publicidad en los comportamientos del comprador, la fuga de capitales o la percepción de riesgo son buenos ejemplos en los cuales la dimensión de sicología social es un excelente complemento del análisis micro y macro-económico. Nadie olvida las intervenciones del entonces presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan, cuando reconocía la incapacidad de la economía para explicar el optimismo de los inversionistas bursátiles, y que el calificó con la inmortal expresión de “exuberancia irracional”.

La ciencia obviamente debe reconocer el efecto sicológico sobre el comportamiento de los agentes económicos. Pero lo que buscaba Santos era torcer la realidad a punta de titulares. Muy poco tiene esa estrategia de ciencia. El gobierno considera que, a pesar de los billones de pesos gastados en publicidad oficial, no se le reconoce su éxito.

Encerrados en su palacio, están muy satisfechos con lo que ellos consideran son triunfos. A Santos o a Cárdenas les es muy difícil entender el impacto de la reforma tributaria sobre los asalariados. Tampoco entienden que para el empresario normal, la visión del proceso de paz, en el cual la guerrilla impone todos sus puntos, es una incertidumbre mayor. En el gobierno no ven las señales de alarma como la caída del 20,1 por ciento en la inversión extranjera directa durante el primer trimestre de este año, los pésimos resultados de las ventas de productos durables, el estancamiento de la demanda de energía, el aumento del desempleo o la creciente preocupación de los analistas internacionales con la sostenibilidad fiscal del proceso de paz.

Hay pesimismo, y muy profundo, en nuestro país. Los escándalos que no producen ni siquiera renuncias como el caso de Odebrecht, la mermelada que alimenta a un Congreso entregado y la ausencia de una justicia independiente, afectan a los ciudadanos, que están decepcionados de sus instituciones. También perciben el aumento de la inseguridad. Razones para el pesimismo hay y muchas.