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Se les dijo

Por - 26 de Mayo 2017

Ya es tarde. El país está en la antesala de una recesión. Las cifras lo confirman.

Nada es peor que escuchar al piloto decir que durante el trayecto “habrá turbulencias que en nada comprometen la seguridad del vuelo”. El equipo económico del Gobierno lleva meses diciendo que todo está bien, que Colombia es un oasis de crecimiento, que las políticas son exitosas y que en el exterior todos aplauden la gestión adelantada. Mientras tanto la turbulencia de la economía es cada vez peor y los anuncios del piloto generan aún mayor ansiedad.   El Dane publicó el resultado del crecimiento de la economía en el primer trimestre: 1,1 por ciento. Desde el 2014, el resultado de los primeros tres meses del año viene disminuyendo. Es un proceso que hace bastante tiempo se insinúa. Hoy existe consenso entre los analistas sobre la gravedad de la coyuntura.   Pero las señales de alarma son anteriores a la reelección de Santos. En el primer trimestre del 2013 ya el crecimiento era mediocre (2,9 por ciento). El derroche fiscal del 2014 fue la estrategia para impulsar la campaña. Pasados los comicios, el desequilibrio era evidente. El daño estaba hecho.    Los problemas fiscales empezaron entonces a preocupar a los analistas. El país dependía de las exportaciones de crudo y carbón para mantener los flujos de ingresos. La caída del petróleo desnudó la realidad de la economía.   Pero el Gobierno siguió insistiendo en que todo iba bien, a pesar de la explosión del déficit de la cuenta corriente y el deterioro de la situación fiscal. Sin embargo, de nuevo la tentación política fue mayor que la prudencia económica.   El tema del plebiscito hizo que Santos metiese en el congelador la reforma tributaria. Derrotado no tenía más alternativa que impulsar a trancazos un aumento de los impuestos en el peor momento posible. La nación había perdido confianza en el proceso de paz, los empresarios empezaban a entender que la paz la pagarían ellos y los ciudadanos no querían seguir asumiendo los costos de la mermelada y la corrupción desbordada.   Hasta los gremios, acólitos vergonzosos de todo el derroche del santismo, empezaron a protestar.   Se les dijo que hacer populismo con la economía era peligroso.   Se les dijo que la paz es una bendición, si se logra, pero que costaría mucho dinero y que era necesario analizar quiénes y cómo se pagaría las inevitables cuentas.   Se les dijo que la reforma tributaria no era estructural ni corregía los problemas de fondo.   Se les dijo que la mermelada no era inversión social y que regalar casas no resolvía el problema de fondo.   Se les dijo que la política de comercio exterior era un fracaso y que el país no competía.   Se les dijo que entregar la legalidad para satisfacer la impunidad solicitada por las Farc era un mal mensaje que rompería el esquema constitucional.   Se les dijo que la realidad no era la que el Gobierno transmitía en su obsesión por hacerse publicidad y controlar la imagen.   Ya es tarde. El país está en la antesala de una recesión. Las cifras lo confirman. El comercio deprimido, la industria no repunta, la cartera se deteriora y la confianza empresarial está en su nivel más bajo.    Se les dijo que no íbamos bien, pero no creyeron. Ahora hay que apretarse el cinturón y rezar para que el aterrizaje sea suave.