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Un polvorín

Por Miguel Gómez Martínez - 09 de Marzo 2018

Ninguna región del país está en una situación más delicada que el departamento del Cauca. Con sus 29.000 kilómetros cuadrados, 1,4 millones de habitantes y 38 municipios, esta zona de país vive desde hace años en una situación explosiva.

Todos los problemas están aquí: un pobreza angustiante, la ausencia de vías de comunicación adecuadas, el narcotráfico, la tensión entre comunidades indígenas, afro y mestizos; la inseguridad y la corrupción.   El Cauca fue actor central en nuestra historia. En la Colonia era más importante que Santa Fe. Su protagonismo en la independencia fue determinante para obtener la libertad. Pero aislado del mar y lejos de los nuevos centros de decisión, el Cauca fue perdiendo su influencia e importancia. La gloria del pasado se volvió una obsesión para una sociedad que había brillado por su economía, sus letras y su poder político.

En esta región, estratégica para el país pues es un paso obligado hacia el sur de continente, se encuentran fenómenos únicos. Con costa sobre el Pacífico, el Cauca no tiene comunicación con el mar. El departamento se articula alrededor de la carretera Panamericana constantemente interrumpida por cualquier grupo que tenga una reivindicación. Inmediatamente el Gobierno departamental o el nacional envían una comisión para ceder a las pretensiones lo que convierte a esta vía en una incesante sucesión de bloqueos.

Pero de todos los problemas de la región el más grave y complejo es el tema étnico. Las comunidades indígenas se han enseñoreado en diversas zonas del departamento exigiendo el control de un territorio cada vez más importante. Ahora reclaman tierras muy distantes de los resguardos y están amenazando zonas donde se cultiva caña de azúcar en las proximidades de la frontera con el Valle del Cauca. 

Respaldados por una batería de ONG europeas, movimientos de izquierda y unos políticos que dicen representarlos, han extendido su influencia mucho más allá de lo garantizado por la Constitución y las leyes. Subsidios, regímenes especiales en materia de salud y educación, seguridad garantizada por las mismas comunidades, sistema judicial por fuera de los parámetros de las normas internacionales y ausencia de control fiscal, son tan solo algunas de las garantías que se les han brindado a estos territorios que más parecen repúblicas independientes.   Lo más preocupante es que los territorios indígenas están por fuera del control real del Estado, que ha aceptado que su identidad racial los pone por encima de todos los límites legales. 

Alrededor de esta autonomía prolifera el narcotráfico en asocio con guerrilleros disidentes de las Farc, el Eln y los carteles de la droga. Incluso organizaciones como el Cartel del Golfo están presentes en el Cauca, que es hoy el tercer productor de hoja de coca del país. 

Los indígenas ahora extienden su influencia a las tierras de las comunidades afros y los mestizos cuyas propiedades están amenazadas por las pretensiones de los que quieren aislar al sur del país del resto de Colombia. Mientras tanto, en Bogotá se sigue creyendo que el Cauca es una tierra de latifundios, cuando la realidad preponderante es la economía campesina. Todo ello sucede en medio de la impotencia y desinterés del Gobierno nacional, que cree que la mejor forma de enfrentar estos problemas es con indiferencia y ausencia.    Publicado en Kienyke, marzo 6 de 2018