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Foto: criseyda-princesita.blogspot.com / CONtexto ganadero.

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Parásitos del ganado: ¿hasta cuándo?

Por - 30 de Octubre 2017


Se denomina resistencia a la capacidad que tienen los microorganismos patógenos tales como bacterias, virus, hongos y demás parásitos microscópicos, de “mutar” para sobrevivir y mantenerse activos y funcionales a pesar de ser “combatidos” mediante el uso de medicamentos veterinarios o fármacos antimicrobianos.   Cuando estos son usados específicamente para prevenir o curar una enfermedad, malestar, dolor o daño al organismo animal causados por agentes patógenos microbianos, el fármaco o medicamento recibe el nombre genérico de antimicrobiano (algunos de ellos conocidos también como antibióticos).   En términos generales, un fármaco o medicamento es como tal una sustancia, casi siempre de origen artificial, es decir, producidos a partir de elementos químicos o procesados en laboratorios farmacológicos, que sirven para curar o prevenir una enfermedad, para reducir sus efectos sobre el organismo, o para aliviar un dolor físico o malestar. (Lea: Parásitos o bacterias incrementan intolerancia a lactosa)   En otras palabras, los fármacos antimicrobianos o antibióticos son sustancias casi siempre de síntesis química, fabricadas para matar o anular el efecto nocivo de los agentes patógenos que parasitan el organismo de los animales, o evitar que estos se multipliquen, los cuales en su mayoría son de tamaño microscópico, que por ello mismo es que reciben la denominación de microbios, y se les dice patógenos por ser causantes de enfermedades, disfunciones, malestares, dolores, o cualquier efecto perjudicial para la salud de los animales y por tanto para la sanidad de toda la ganadería, o en casos severos, causantes de daños irreversibles en células, tejidos u órganos del cuerpo del animal, o hasta su muerte.   Algunos de estos microbios patógenos solo perjudican la salud de los animales (y la economía de las empresas ganaderas), pero no afectan la salud humana, ni de las personas que están al cuidado a diario de los animales, tampoco la de los consumidores de alimentos de origen animal. Pero hay otros microbios patógenos que se desarrollan y multiplican en los animales y si los humanos entran en contacto con ellos también perjudican su salud, o viceversa, podría ser que se desarrollen y se reproduzcan en el humano y se contagien a los animales, y en estos casos se les conoce como agentes patógenos zoonóticos (transmisibles entre animales y humanos o viceversa).   Se dice que casi el 70 % de las enfermedades infecciosas humanas tienen origen animal (dato reportado por FAO año 2017 -Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura-), y esto no solo alude a los humanos que estamos en contacto permanente con los animales en las granjas donde habitan y se usan para la producción de alimentos, sino también para todos los que participan de la cadena de producción, acopio, transformación, comercialización y consumo, así que prácticamente no hay seres humanos en todo el planeta que no estén expuestos a estos contagios y de ahí que la cifra de transmisión de enfermedades infecciosas sea una cifra tan alta a nivel mundial.   No cabe duda entonces que esto representa un serio problema, y a la vez un gran reto, para los propósitos de la seguridad alimentaria mundial y de salud pública desde hoy y hacia futuro. En consecuencia, se afirma que “…La salud pública y la producción sostenible de alimentos se ven enfrentadas hoy a una seria amenaza a nivel mundial, y esto es: la creciente propagación de la resistencia a los antimicrobianos (FAO, Febrero de 2017)”. (Lea: Con el invierno llegan las lluvias, pero también parásitos e insectos)   ¿Cómo se vuelven resistentes los parásitos?   Antes de explicarlo, es importante complementar con algo, que resulta de sumo interés debido a la gran importancia que reviste para la producción ganadera, el hecho de que los animales en las granjas no sólo están expuestos a parásitos microbianos (microscópicos). También lo están a la parasitación gastrointestinal (tales como nematodos, trematodos, cestodos, etc.) o a los que parasitan vías respiratorias, que adquieren a través del viento o de aguas contaminadas y/o durante la cosecha del forraje en los potreros o comederos, así como el consumo de otros alimentos contaminados, y por supuesto, el riesgo ante parásitos externos (tales como moscas de varios tipos, y garrapatas, como los más relevantes, y ocasionalmente también los ácaros, piojos y hongos de la piel, y similares).   Es importante que tenga muy en cuenta que todo tipo de parásitos de los cultivos (agricultura) y de los animales (pecuaria) que son combatidos con fármacos veterinarios de síntesis química sin antes haber agotado instancias de prevención, manejo y control naturales (sin fármacos), y en especial cuando se hace de forma directa, recurrente e improvisada y no bajo estrictos lineamientos veterinarios (pero no excluyendo casos en los cuales aun siguiendo lineamientos veterinarios), están tratando de sobrevivir a dichos controles, y en la medida que más los atacamos ellos más se esfuerzan por no desaparecer, por lo tanto todos los parásitos que hay en los ecosistemas que superan la exposición a fármacos de síntesis química, realizan una especie de “mutación” (no siempre literal) para que el fármaco (o específicamente una determinada concentración del mismo) ya no les haga nada, y es a esta supervivencia o resistencia a morir o desaparecer a lo que concretamente denominamos como resistencia a los antiparasitarios.   Ahora sí, para explicar cómo es que se llega a esta resistencia, podemos decir que los fármacos antimicrobianos o antibióticos usados para matar o detener el crecimiento y/o reproducción de los parásitos en animales, plantas y hasta en los seres humanos, van adquiriendo por naturaleza esta capacidad con el paso del tiempo.   Pero, el uso irracional o indiscriminado, improvisado y sin previo diagnóstico específico de las enfermedades mediante análisis de laboratorio y prescripción médica a partir de los resultados, por muchos años, han venido acelerando exponencialmente esta capacidad de resistir el efecto de los fármacos en los parásitos, y en consecuencia los antimicrobianos y/o los antibióticos usados para tratar infecciones comunes se están volviendo cada vez menos potentes e inútiles para los fines pretendidos (FAO, 2017). (Lea: Con el invierno llegan las lluvias, pero también parásitos e insectos)   Si tenemos en cuenta que los agentes patógenos pueden estar por naturaleza presentes en los humanos, animales, alimentos, el agua y el medio ambiente, y que todos estos estamos en continua interacción (y por tanto los patógenos están circulando permanentemente), si estos patógenos son expuestos a fármacos antimicrobianos o antibióticos y lograr sobrevivir y volverse más resistentes a los mismos, y siguen circulando y propagándose a través de la cadena alimentaria, o por la interacción entre humanos, o entre las personas y los animales o los cultivos, todos de una u otra manera estamos cooperando con que los patógenos cada vez se tornen más resistentes.   Una de las consecuencias más graves que tiene esta resistencia a los antimicrobianos y antibióticos, es que cuando los animales, los cultivos o nosotros los humanos nos infectamos, puede ocurrir que aun cuando el médico veterinario diagnostique y determine el tratamiento para el animal infectado, o los humanos vayamos al médico y este diagnostique e indique el tratamiento que debemos seguir, los fármacos usados para el tratamiento tengan poco o ningún efecto ya que los patógenos han desarrollado la capacidad de resistirlos.   Y es por esto que la industria farmacológica está en continua labor de investigación y evolución, para desarrollar productos cada vez más potentes para combatir a los parásitos y esto a su vez tiene 3 consecuencias todavía más graves:   1.- ¿Tendrá un límite? Es decir, ¿llegará el momento en que los fármacos logren detener definitivamente a los patógenos, o será que esto es un círculo vicioso (sin fin)? Nada más imaginemos por un momento si los parásitos van desarrollando resistencia a los fármacos aun cuando estos se van fabricando cada vez más potentes, y nunca se lograra detenerlos, probablemente estamos creando “monstruos” de parásitos que aunque siguen siendo microscópicos se están tornando cada vez más indetenibles, imparables, y por tanto enfermedades cada vez más graves y difíciles de tratar. A tal punto que las estadísticas indican que unas 700 mil muertes humanas ocurren cada año por esta causa (fármacos ineficaces por resistencia a antimicrobianos y antibióticos). (Lea: Flor de azufre, una ayuda para combatir los parásitos del ganado)   2.- Iatrogenia, es decir, la supuesta cura termina causando otras enfermedades. La Iatrogenia es un daño producido por un fármaco o medicamento, o incluso también por algún procedimiento médico o quirúrgico, que el médico administra o realiza dentro una indicación correcta.   Podría decirse que si el procedimiento médico es el correcto, pero deriva en un empeoramiento del caso, o en que se genere otra enfermedad, malestar o daño colateral, ya no es culpa como tal del médico, sino de que los parásitos causantes de enfermedades evolucionaron y el tratamiento ya no es efectivo. Y si esto ocurre siguiendo estrictos protocolos médicos indicados por un experto profesional en la materia, ¿qué creen ustedes que podemos esperar de quienes van directamente a un expendedor de productos e insumos agropecuarios, entre ellos fármacos veterinarios, sin haber consultado antes a un médico y/o haber realizado los análisis previos para poder diagnosticar el causante específico de una determinada enfermedad, malestar, dolor o daño, y adquieren y aplican improvisadamente el fármaco a sus animales de forma generalizada?   Creo que es hora de que hagamos un alto en el camino, una pausa reflexiva sobre nuestra muy incorrecta conducta, y un replanteamiento de la forma como estamos procediendo en cuanto al tratamiento veterinario de los animales de granja (y aún de nuestras propias enfermedades humanas). Concretamente a que en la ganadería, por ejemplo, estamos causando iatrogenias todo el tiempo, que si bien no lo vemos de inmediato, porque al aplicar el fármaco el animal visualmente se alivia y no vemos que le pase otra cosa distinta, el organismo ante la aplicación de cada antiparasitario probablemente se está tornando más vulnerable a una próxima infección, si es que algunos parásitos sobrevivieron y se hicieron resistentes.   Y en lo que respecta a los humanos, tengamos en cuenta que si los parásitos que nos afectan han sido el producto de dichos procesos evolutivos y han adquirido resistencia, ya sea que nos infectemos por contacto, o cualquier otra vía de contaminación cruzada, y muy en especial cuando ingerimos alimentos con residuos de antimicrobianos y antibióticos usados en los animales o en los cultivos agrícolas, y en nuestro organismo los agentes patógenos que se exponen a ellos se van tornando cada día más resistentes, cuando lleguemos a desarrollar alguna enfermedad por causas microbianas, es cuando muy probablemente los antimicrobianos y antibióticos no actúen eficazmente en nosotros. (Lea: Tenia, un parásito que afecta al ganado vacuno)   Pero hay otro tipo de posible iatrogenia, que incluso hoy por hoy es una de las más discutidas y hasta controversiales. Y me refiero a que el hecho de que la industria farmacológica tenga que estar desarrollando fármacos de síntesis química, cada vez más potentes, conlleva a que el cuerpo del animal, o también las plantas, y por supuesto de nuestro cuerpo humano, exponiéndonos todos a sustancias químicas en concentraciones cada vez mayores o teniendo que desarrollar otro tipo de moléculas, esto está causando a su vez sus propios efectos perjudiciales (específicamente los fármacos directamente están causando daños o alteraciones en nuestras células, tejidos, u órganos, o propiciando que esto ocurra, puesto que ni los cuerpos de los animales, ni los de las plantas ni tampoco los nuestros fueron diseñados para soportar el efecto de sustancias químicas, y es por ello que se habla de patologías relacionadas con problemas del sistema nervioso, del sistema reproductivo, del sistema renal, del metabolismo y/o del sistema hormonal, y/o de órganos específicos como el hígado, o el cerebro, entre otros).   3.- En el ámbito agropecuario, la resistencia a los antiparasitarios de toda clase, tanto en plantas como en animales, está causando considerables pérdidas para los productores. No siempre implica pérdidas de los cultivos como tal, ni muertes de animales, pero el hecho de tener que gastar dinero en fármacos más potentes, que consecuentemente se vuelven más costosos, y animales afectados por un lado por la parasitación y la consecuencia negativa que eso tiene directamente sobre el desempeño de los animales (baja la productividad), sino también porque la aplicación de antiparasitarios se ha tornado una práctica cada vez más recurrente (con un sinfín de casos que hemos registrado de productores que incluso tienen que aplicar antiparasitarios dos veces al mes), y que por consecuencia están estresando a su animales por tenerlos que encerrar e inyectar o bañar con tanta frecuencia, y esto también implica afectación negativa del desempeño (baja producción). Y todo esto, por supuesto, afecta negativamente la economía de la empresa ganadera, en cuanto que el productor gasta más, pero produce menos o lo mismo, y al final gana menos (lo que contablemente constituye igualmente pérdidas –dejar de ganar también es perder-).   Pero, por otro lado, las pérdidas tanto por muertes, baja productividad o insatisfacción de ingresos y ganancias en los productores, propicia la inseguridad alimentaria. Por un lado, está la situación de que los consumidores finales de los alimentos de origen vegetal y animal no son tontos, millones de personas en el mundo hoy día conocen y/o están mejor informados de toda esta situación de la resistencia a los antimicrobianos mucho mejor que los mismos productores, y se abstienen de consumir alimentos principalmente de origen animal, y hasta hay una gran cantidad de médicos que así lo recomiendan (no consumir carne ni leche, ni sus derivados). (Lea: Aprenda a manejar parásitos pulmonares y gastrointestinales)   Y por otro lado, está la situación de que hay temporadas de desabastecimiento de alimentos por pérdidas, cuando espontáneamente se presentan focos y brotes de ciertas enfermedades y que ante las cuarentenas a las que hay que proceder por parte de las autoridades sanitarias de los países, terminan los productores viéndose afectados seriamente, y de paso también los consumidores (nada menos en la semana que se redactó está nota se reportó un caso grave de contaminación de alimentos en los países bajos que hizo que se recojan todos los huevos en el comercio y los hogares para que no fuesen consumidos y prevenir intoxicaciones o infecciones en la población, como también nuevos brotes en algunos otros países de la peste aviar, un par de semanas antes se habló de nuevos casos de encefalopatía espongiforme bovina -vaca loca-, y hasta podemos citar el caso de Colombia y los focos de aftosa en los meses de junio y julio, entre muchos otros casos que se reportan -y otros que no- en los noticieros).   Y no podemos dejar por fuera la consideración de que también hay efectos de contaminación de las tierras y el agua en los ecosistemas, originados en las granjas que mal utilizan los fármacos veterinarios o agrícolas, ya sea por exposición directa (pensemos por ejemplo en los pesticidas que se aplican a los cultivos que se van al suelo y a las aguas, o los baños garrapaticidas o mosquicidas, entre otros, en los animales de granja, que en un día de lluvia se lavan y se van al suelo y a las aguas), y que por supuesto a través de ellas (que muchas veces se aplican como riego de los cultivos o hasta para dar de beber a los animales) estamos facilitando que los parásitos se tornen más resistentes.   Para concluir, quiero aclarar que con esta nota sobre salud y sanidad animal (y de paso también aplicable a salud y sanidad agrícola y humana), no quiero parecer alarmista ni incitar a ello. Es esencial replantear nuestra conducta a veces ingenua, a veces ignorante, a veces indiferente y a veces deliberada o irreverente, y reorientar nuestro actuar para que seamos cada vez más racionales en nuestro proceder, tanto en lo personal como en el rol de productores de alimentos para el consumo humano, y como ejecutores de una labor que puede ser nociva para el ambiente (si decidimos seguir siendo irracionales) o puede ser favorable para el ambiente y para la humanidad (si corregimos el rumbo).   *Michael Rua Franco Zootecnista (Universidad de Antioquia) Especialista en Nutrición Animal (U.D.C.A.) Experto en Ganadería Racional/Ecológica

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