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El trípode

Por Miguel Gómez Martínez - 11 de Enero 2019

El pacto por la competitividad debería estar incluido como línea prioritaria en el próximo Plan de Desarrollo.

Para desarrollar un país no basta una buena política macroeconómica. El progreso depende del trípode del desarrollo, que está compuesto por los conceptos de productividad, competitividad y rentabilidad. La experiencia colombiana nos confirma que la macroeconomía es insuficiente para superar la pobreza.   El problema con los temas de productividad, competitividad y rentabilidad es que son, por naturaleza, transversales. Requieren una labor conjunta y coordinada del sector empresarial y del Estado en su sentido más amplio. Lamentablemente, los gremios económicos se limitan a obtener tajadas de privilegios para sus agremiados, sin buscar mejorar las condiciones generales de la economía que permitan la supervivencia del tejido empresarial, sometido a la competencia feroz de la globalización.    A los gobiernos estos temas les exigen coordinación entre diversas entidades públicas, lo que es difícil y desgastante. Es mucho más sencillo orientar la tarea de un ministerio que ponerse en la tediosa labor de estructurar políticas integrales que mejoren la productividad de las empresas, la competitividad de la economía o la rentabilidad de los negocios.   Colombia está plagada de ejemplos de oportunidades para mejorar en productividad, competitividad y rentabilidad. El país ha desarrollado, con relativo éxito, el renglón de BPO (Business Process Outsourcing).   Para que este sector pueda alcanzar mayor potencial, requiere de buena infraestructura tecnológica, a precios competitivos, y personal bilingüe, muy escaso en el país. El turismo, que en el 2018 llegó a 3 millones de visitantes, requiere invertir en hoteles, garantizar que las zonas turísticas estén protegidas, los aeropuertos funcionen y, otra vez, personal que domine diferentes idiomas. ¿Para qué atraer inversión extranjera en minería si es imposible obtener los permisos para adelantar los proyectos? ¿Cómo podemos avanzar si un pleito con el Estado dura más de 10 años y la justicia es tan poco confiable? ¿De qué sirve que un ministerio reduzca trámites administrativos si los gobiernos locales los aumentan? ¿Cómo aspiramos a ser un exportador de servicios de salud si tenemos un sistema absurdo de formación de especialistas médicos?   Estos ejemplos confirman la importancia de buscar soluciones integrales a nuestros problemas estructurales. Este gobierno debería promover un Pacto por la Competitividad con el sector privado. No es asunto de elaborar más estudios, pues todo está sobrediagnosticado. Se trata de emprender una serie de iniciativas concretas que, de manera transversal, mejoren las debilidades actuales de sectores económicos que tienen alto potencial de expansión. No sigamos con la actitud de hacer retoques y ajustes a lo que no funciona. Los índices internacionales confirman que, en los últimos años, estamos retrocediendo en casi todos los aspectos fundamentales, mientras otros países mejoran. No podemos seguir perdiendo tiempo, pues la desindustrialización avanza, las importaciones de alimentos crecen y nuestra envidiable posición como centro logístico se desperdicia.    El Pacto por la Competitividad debería estar incluido como línea prioritaria en el próximo Plan de Desarrollo. La tarea no es fácil y requiere lo que más nos hace falta como cultura: paciencia y constancia. Pero es la única manera de avanzar aceleradamente al desarrollo. Hay que concentrar el esfuerzo de los sectores privado y del público en atacar los cuellos de botella que hoy nos impiden dar el salto al bienestar.   **Miguel Gómez Martínez

Asesor económico y empresarial

[email protected]   Portafolio. Enero 08 de 2019**