default

¡En rebelión!

Por - 20 de Noviembre 2020

El día sin carne me tragaré tremendo filete para sentar mi protesta contra los bien pensantes que quieren imponer la dictadura de lo políticamente correcto.

He sido rebelde toda mi vida. De pensamiento conservador pero rebelde. Defiendo los valores e instituciones que producen seguridad y justicia.

Me indigna el arbitrario, el violento, el grosero y el egoísta. Desconfío del Estado, los políticos y los burócratas. Soy cada día más celoso de proteger mis escasas libertades en un mundo donde la intromisión tecnológica nos somete, de forma gradual, a su dominio.

Por ello detesto a los nuevos moralistas.

A todos aquellos que, desde la cumbre de su visión sesgada de la realidad, me quieren imponer su forma de ver las cosas.

Ellos, curtidos de su propia sabiduría, definen lo que debo hacer, decir, pensar, leer, escribir, beber, escuchar y, ahora, comer. Son fáciles de detectar porque tienen un aire de superioridad en la forma de plantear los problemas y forzar las conversaciones. Se parecen mucho a esos predicadores obsesionados por la conversión de los pobres pecadores.

Son maniqueos, simplistas y muy intolerantes. Egoístas hasta el punto de no tener hijos para reducir la contaminación y el consumo. Ególatras que creen haber todo entendido cuando leyeron algún texto en las redes sociales que “me abrió los ojos y cambió mis paradigmas de vida”.

“Ecópatas” que sostienen que una cucaracha tiene el mismo valor que un ser humano. En el indicador de “egometría”, rompen los niveles más altos citando personas, cifras y documentos para reafirmar sus posiciones con un aire de experticia que no tienen.

Si el lugar es público, por lo general los evito. Seguro hay otra gente interesante y sencilla con quién hablar. Si no hay alternativa, guardo sepulcral silencio porque sé que el diálogo con ellos es inútil.

Es como enfrentar un marxista, siempre encerrado en su dogma y su forma de ver la realidad. Eso sí, cada vez que puedo, con cinismo y humor negro, me doy el placer de demostrar la incoherencia entre su discurso superior y la realidad terrenal. Eso los desestabiliza porque detectan a este ser despreciable que no se pliega a su visión unívoca de la verdad.

Abundan estos personajes en la juventud y las edades intermedias. Mientras más cómoda y urbana es su vida, mientras más burgueses son en su interior, mientras más alejados han estado de la dura realidad de la gente común, mayor tendencia a caer en ese culto al dogmatismo superficial.

Desprecian a los creyentes, pero hablan de comunión con la naturaleza; defienden la vida de los animales, pero son abortistas; les gusta el dinero, pero odian el capitalismo; se quejan de las desigualdades, pero exigen privilegios para las minorías; quieren que el Estado provea todo, pero abominan a los políticos y gobernantes.

Su discurso agresivo coincide con una gran comodidad personal.

Será la edad, pero he desarrollado una intolerancia con los intolerantes. El tiempo de vida que me queda lo quiero pasar con gente abierta, sencilla, amable y honesta.

La verdad, como poca carne. Pero en señal de rebeldía, el día sin carne me tragaré tremendo filete para sentar mi protesta contra los bien pensantes que quieren imponer la dictadura de lo políticamente correcto. ¡Que chupen!

Miguel Gómez Martínez

Presidente de Fasecolda.

[email protected]

Portafolio, noviembre 17 de 2020