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La Hispanidad traicionada:

Por Luis León - 12 de Octubre 2020

En septiembre de 1731, en las costas de Florida, el capitán del guardacostas español “La Isabela”, Juan León Fandiño, interceptó el buque corsario “Rebecca”, al mando del contrabandista británico Robert Jenkins. Le castigó cortándole una oreja que envió al rey de Inglaterra con un mensaje muy claro: “El monarca también perderá una oreja si se atreve a continuar con el contrabando”.

Lo que sucedió después no sé si no lo cuentan con exactitud los guías turísticos del Castillo de San Felipe cuando visitamos Cartagena de Indias.

Lo que nos cuentan los archivos es que el monarca británico, enfurecido, y después de que Jenkins exhibiera su oreja en el Parlamento inglés, conservada en un bote de alcohol, Inglaterra envió al Almirante Vernon con 103 navíos de la Royal Navy y más de 9.000 hombres para destruir el puerto de Cartagena que defendería Blas de Lezo con solo 34 navíos y algo más de 900 hombres.

Lo que tampoco nos cuentan los guías y los textos escolares, en un tergiversado relato, (eso que la izquierda le gusta llamar “Leyes de memoria histórica”), era toda una estrategia para estrangular las rutas comerciales españolas en las Indias occidentales con ataques en La Habana, Portobelo (Panamá), Cartagena y Santa Marta y La Guaira en Venezuela. Y lo que nunca nos dirán es que lo que verdaderamente se defendía era el “comercio triangular británico”: se llevaban telas y armamento a la costa africana donde se cobraba a cambio de esclavos que se intercambiaban luego por productos coloniales que se vendían, finalmente, en Gran Bretaña para cerrar el triángulo.

El “casus belli” no fue una oreja ni la soberbia de un monarca. La Inglaterra protestante y su naciente imperio extractivo y genocida en América, empezaba a detectar las debilidades del hegemónico imperio católico español, agotado en inacabables guerras religiosas contra protestantes centroeuropeos y los turcos en el Mediterráneo.

El almirante Vernon fue humillado en Cartagena por un heroico y pequeño grupo de españoles e indígenas fieles, (también Vernon dispuso de 2.000 macheteros negros de sus posesiones en Jamaica), y regresó a Inglaterra para que la historia de derribo continuara.

Debemos distinguir entre un imperio extractivo y depredador, como el inglés, (…por algo sus colonias no permitían el matrimonio con nativos y por el mismo motivo sus colonias se independizaron y revelaron en menos de 70 años de dominación), y un imperio generador, como el español, que después del primer choque de violencia y excesos que supone toda conquista, la Corona dictó leyes y normativas de protección a los nativos, a sus derechos de propiedad, el reconocimiento como súbditos del rey y la posibilidad de matrimonio con los peninsulares (Leyes de Burgos)

A diferencia de los ingleses la permanencia española fue de 3 siglos y no en colonias sino en provincias que pertenecían al mismo reino.

El último intento también lo conocemos, pero no en manos de “libertadores” sino de mercenarios criollos que en nombre de la independencia entregaron nuestros países a sus propios intereses y a los de la corona inglesa: A Londres fueron a parar 40 toneladas de oro de la Real Hacienda de Buenos Aires, 550.000 barras de plata de la Casa imperial de la Moneda de Potosí, 40 toneladas de oro de la Real Hacienda de Lima y 12 toneladas de oro de la Real Hacienda de Santa Fé de Bogotá, derechos de explotación minera y privilegios de navegación por las principales vías fluviales de los nuevos países, (…entre otras cosas). También nos concedieron onerosos préstamos para no disponer de moneda propia y estar, hasta hoy, endeudados “hasta las orejas” (¡qué retorcida alegoría a la oreja de Jenkins!)

A cambio, los nuevos criollos adquirían el poder político e imitaban las prácticas extractivas y expropiadoras de los británicos con los pueblos indígenas que casi explican un régimen tardo-feudal y latifundista que seguimos arrastrando en nuestra pobreza estructural del campo.

Y no exagero. Transcribo palabras del presidente argentino, Faustino Sarmiento, en el periódico El Nacional, de noviembre de 1876: “¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos, a quienes mandaría a colgar ahora si reapareciesen (…)”

No pretendo estigmatizar sin ningún escrúpulo ni distinción. Escribo un 12 de octubre, un día que ya no se llama “Día de la Hispanidad”, porque una patria común, un idioma, una religión, unas costumbres, una sangre compartida y una forma de estar en el mundo se han ido desestructurando con infamias, con injurias y con mentiras que han roto un vínculo de hermanos y de una enorme familia que ha sido debilitado, intencionadamente, por esa nueva dialéctica de imperios y de hegemonías geopolíticas que siempre temieron a nuestra vigorosa unidad y naturaleza hispano-americana.

Se profanan estatuas de Colón o se decapita una imagen de Fray Junípero. Los indios que lucharon al lado del rey de España, a los que se evangelizó, se educó en colegios y universidades, con los que se formaron familias mestizas o se construyeron ciudades que el mismo Humboldt recomendó al rey como residencia antes que el Madrid de los Austria, han sido adoctrinados por el socialcomunismo en un indigenismo enfurecido y revanchista (¿Les suena AMLO?) …Todo ha quedado desvanecido en un perverso relato de intereses mezquinos que nos han robado el alma de una Hispanidad traicionada y difícilmente recuperable.

Luis León

(…desde algún rincón de Madrid)