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La mano invisible ha muerto

Por Miguel Gómez Martínez - 29 de Mayo 2020

De forma gradual, las leyes de la libertad económica fueron torcidas, sesgadas y manipuladas para fines distintos al interés general.

En el aviso del periódico se leía: “Su padre Adam Smith, sus hijos predilectos Milton Friedman, Ludwig Von Mises y Friedrich Hayek invitan a sus exequias que se llevarán a cabo en el paraninfo de la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago”. Había avisos grandes de Margaret Thatcher, Ronald Reagan y la Sociedad de Mont Pelerin.

Avisos más pequeños de César Gaviria, Rudolph Hommes y Hernán Büchi. Muchos notaron con extrañeza que no hubiese uno del Consenso de Washington. Perdido en los cientos de otros mensajes de grandes personalidades había uno, muy pequeño, de un tal Miguel Gómez.

Como sucede en estos casos, los velorios son escenarios diversos. Los visiblemente más acongojados eran los miembros de la Sociedad Libertaria Futurista. Estaban inconsolables, así como Ron Paul, un político estadounidense célebre por sus posiciones políticas llamativas como la de suprimir los Bancos Centrales. Había muchos que estaban por compromiso como los líderes de derecha que habían utilizado su nombre en las campañas electorales para ganar votos, pero luego habían gobernado restringiendo las libertades de mercado e interviniendo a diestra y siniestra. En el mismo plan estaban profesores de economía y una pléyade de prestigiosos Premios Nobel. Nadie entendía qué pitos hacían allí algunos dirigentes gremiales. Brillaban por su ausencia periodistas económicos e influencers de redes sociales.

A voz baja, se preguntaba por la causa de la muerte de la mano invisible. Algunos sostenían que no había superado la crisis financiera del año 2009. Inyectarle, sin límites ni mesura, liquidez a las economías había sido un golpe muy duro. El síndrome del ‘quantitative easening’ la había dejado muy debilitada. Ver a los bancos centrales desconocer los postulados monetaristas fundamentales era superior a sus fuerzas. La lectura del balance de la Reserva Federal, con trillones de activos adquiridos a cambio de emisión monetaria la llenaban de tristeza y depresión.

Otros creían que había muerto de asfixia. Una heterogénea coalición de grupos de interés donde sobresalían sindicatos, políticos, empresarios, demagogos, populistas y charlatanes había cercenado cada uno de sus postulados y principios. De forma gradual las leyes de la libertad económica fueron torcidas, sesgadas y manipuladas para fines distintos al interés general.

Dicen algunos que, en los últimos días, la mano invisible no quería levantarse de su postración. Desde las primeras noticias de la pandemia veía cómo, a lo largo y ancho del planeta, los gobiernos tomaban todo tipo de medidas bien intencionadas pero liberticidas. El gasto público se desbordaba, los niveles de endeudamiento rompían techos, proliferaban los controles de precios, intervenciones en los mercados y medidas proteccionistas. Todos parecían olvidar aquellas nociones del costo de oportunidad, prudencia financiera y análisis de riesgo que se habían desarrollado a la sombra de la mano invisible. De la noche a la mañana, aún los más ortodoxos pedían audacia e invocaban la era de la ruptura de los viejos paradigmas del mercado La mano invisible sabía que, en los próximos años, el pago de estas medidas sería dolorosa y exigiría fuertes aumentos en impuestos. La mano invisible murió de soledad.

Miguel Gómez Martínez

Presidente Fasecolda

[email protected]

Portafolio, mayo 26 de 2020