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Foto: Paola Fernández

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La ejecutiva que optó por la ganadería para dedicarse a su familia

Por - 05 de Junio 2018


Paola Fernández era una profesional absorbida por su trabajo que solamente estaba en casa los fines de semana. Cansada del trajín, un día decidió renunciar e irse de la ciudad para convertirse en una ganadera dueña de su propio tiempo y poder dedicarse a sus hijos y su esposo.   Ella se graduó como ingeniera industrial y especialista en Finanzas, Administración y Salud Ocupacional. Empezó a trabajar en una multinacional, a la que se dedicó por tiempo completo, se casó y tuvo 2 hijos, un niño y una niña.   Con el tiempo, empezó a cansarse de la rutina bogotana, de laborar durante largas y llegar cansada a la casa sin poder ver a sus niños. A medida que pasaban los días, empezó a madurar la idea de dejar atrás la ciudad con su familia y dedicarse exclusivamente a la ganadería.   “Yo trabajaba en Bogotá, con un horario muy exigente, saliendo de la casa a las 6 de la mañana y llegando a las 7, 8 de la noche. No veía a mis hijos, prácticamente los estaba criando la empleada del servicio. Esa falencia materna empezó a carcomerme, hasta que un día me dije que yo no tuve hijos para que se eduquen solos”, afirmó.    Fernández compró con su esposo un terreno en zona rural del municipio de Oicatá (Boyacá) en 2004, donde construyeron una casa campestre con el objetivo de mudarse una vez se pensionaran para entregarse a las labores del campo.   Con el paso del tiempo y la creciente ansiedad, la ingeniera empezó a preguntarse seriamente cuál era la razón por la cual debía esperar hasta los 60 años para ser ganadera, sabiendo que se trata de una actividad que demanda mucha energía y fuerza.   “Yo quería un cambio de vida y no todo es plata. Sé que este negocio es a largo plazo y no me va a enriquecer. Las expectativas eran cubrir los gastos de mi familia y tener un nivel de vida cómodo. Pero desde que estoy en la finca, todas mis expectativas fueron superadas”, declaró.   Ser madre y ganadera   Hace 3 años, Paola resolvió mudarse a su finca y comenzó la ganadería comprando 2 vacas Normando. Confesó que la elección de la raza fue por gusto personal, pues carecía de experiencia y de conocimiento en la materia. Aun así, investigó por su cuenta y consultó con varias personas, y la eligió por su rusticidad y mansedumbre, así como al tipo de pastos que tenía.   También reconoció que la transición no fue fácil, a pesar de su evidente amor al campo. El cambio de rutina le implicó levantarse mucho más temprano, ponerse botas para caminar en el barro y el estiércol, aprender a ordeñar sus vacas, a darles de comer, a llevarlas de un lado a otro, entre muchas otras actividades.   “Lo que me motiva es ver a mi hija dándole de comer a una ternerita, es algo que me llena. Cada vez que nace un animal en la finca es algo maravilloso, porque siento que mi hato está creciendo. Empecé con 2 ejemplares, ahora tengo 10 y mi proyección es terminar el año con 14. Creo que ningún negocio crece a esas dimensiones”, manifestó.   Si bien ella no es ajena a los problemas que aquejan al sector, está convencida de que el negocio funciona si se aplica constancia, disciplina y ganas. Al principio, sintió la incertidumbre de ver cómo llegaban los recibos mensuales sin tener una fuente constante de ingresos.   La productora es consciente de que su nivel de vida en términos económicos disminuyó, pero no dejó de calificar la experiencia como satisfactoria, pues tiene más tiempo para disfrutar de su esposo Demetrio y sus 2 hijos.   La actividad ganadera le ayudó para inculcar en sus hijos desde el cuidado del medio ambiente hasta ser empresarios y dueños de su propio negocio. (Lea: Mujeres ganaderas cobran mayor relevancia en el sector agropecuario)   “Ser empresario es difícil, tomar la decisión de cortar e irse porque eso es lo que me gusta, eso es lo que quiero, necesita mucha disciplina. Esa es una enseñanza que quiero dejarle a mis hijos”, aseguró.   Cambios en la rutina   Para Demetrio, el cambio no fue tan dramático, pues su lugar de trabajo está a medio camino entre Bogotá y la finca en Oicatá. En cambio, su hijo Mateo, que tenía 9 años en ese momento, se vio más afectado por el giro que iba a tomar su vida con esta decisión.   “Cuando tomamos la iniciativa, lo que mi hijo decía era que desde que tuviera un computador con Internet, televisión por cable y un colegio para tener amigos, podía vivir en la finca”, contó Paola.   Aun cuando los pequeños disponen de estas comodidades, ella y su esposo también han podido inculcarles el amor al campo, regalándoles un perro y un gato. Y mientras que Mateo mostró apatía al inicio, se fue acostumbrando al cambio. Caso contrario al de Ángeles, la menor, quien demostró fascinación por la vida rural.   “Durante varios meses no me nacía un ternero, ya todos estaban destetados, hasta que hace un mes nació una ternerita. Mi hija estaba emocionada porque había darle de comer con tetero. Cuando los hijos ven que uno ama lo que hace, yo pienso que ellos también se vinculan”, apuntó.    Un ejemplo reciente de este vínculo lo vio cuando ambos, Mateo y Ángeles, recibieron gallinas ponedoras como un regalo de la abuela y la tía. Así pues, ellos empezaron a aprender a guardar el dinero para comprar el concentrado, a levantarse temprano para recoger los huevos, a venderlos en el mercado del pueblo.   Para Paola, esta ha sido una de las mayores enseñanzas, pues sus hijos están aprendiendo a vender su trabajo sin el temor que tuvo ella cuando salió como profesional a vender el suyo. En esta medida, ha sido testigo de cómo se están volviendo empresarios y a manejar el dinero.   “Mi hijo tenía $50 mil ahorrados. Luego de visitar al vecino que cría ovejas, le contó al papá que necesitaba que fuera su socio: ‘Deme $20 mil y le digo en qué sociedad nos vamos a meter’. Cuando volvió, llegó con una oveja y dijo: ‘Papá, usted tiene el 23 %, yo tengo el 77 % de esto, y en un año lo vamos a sacar a la venta’”, relató.   Al cabo de 6 meses, se dieron cuenta de que podían trasquilar al animal y hacer una cobija. Con esta anécdota, Paola se percató de que su hijo se está cultivando como inversionista y no como empleado.   La ganadería Villa Paola   Paola cuenta con 2 terrenos: uno principal en Oicatá, donde reside y alberga a las crías hasta el destete, que lleva el nombre de Villa Paola. Cuando son destetados, los animales salen a otra finca en Toca, donde tiene el levante. Los machos se quedan allá para ser cebados, mientras que las hembras regresan hacia los 15 meses para ser inseminadas en la finca principal.   Confesó que ha tenido la fortuna de que la gran mayoría de sus preñeces han sido hembras, por lo cual ha podido incrementar su hato para producir leche, que ofrece entre 30 y 35 litros por día. En cuanto a los toros, los lleva hasta los 440-450 kg medidos por cinta.   “Uno de los objetivos es que la finca sea autosostenible en todos sus gastos. Para eso, mi idea es tener 12 vacas en ordeño. Y poder aprovechar el doble propósito al 100 %. Sé que la cantidad de leche del Normando no es igual al Holstein, que tiene promedios más altos, pero la ventaja de la carne es que a largo plazo es como un cheque al portador: en el momento que se necesite, se cobra”, sostuvo.   Apoyo de los compañeros y el círculo de excelencia   Paola integra uno de los pocos círculos de excelencia que fueron creados gracias a la Federación Colombiana de Ganaderos, Fedegán, y el Fondo Nacional del Ganado, FNG. (Galería: Homenaje a las mujeres que se toman en serio las Giras Técnicas de Fedegán)   “Para mí, el círculo ha sido maravilloso, no solamente cuando te visitan en la finca sino cuando tú vas a las otras, porque a pesar de que hagamos lo mismo, los procesos son diferentes. Son cosas que uno no aprende en universidad pero yo lo he aprendido desde la práctica”, señaló.   Por ejemplo, gracias a los consejos y los lazos de amistad que se han creado, ella sabe cómo negociar la venta de la leche, a conocer cuánto hay en una cantina y a exigir un pago más alto, pasando de $850 por litro en los primeros días a $1.000.   De igual manera, uno de los miembros del círculo le prestó ayuda cuando ella conoció sobre el costo del termo para guardar el semen, entre $3 y $4 millones. “Si es así, prefiero comprar una vaca”, pensó. Entonces le comentó a un compañero, quien le ofreció su propio termo para guardar las pajillas que considerara necesarias.   Debido a su experiencia, la ganadera exhortó a replicar los círculos de excelencia, pues de esta manera podrían instruirse en procedimientos como el ordeño o la inseminación, que muchas veces el pequeño productor no puede adquirir por sus propios medios.   “Más allá de lo que pase con las políticas para la producción de carne o de leche, pienso que este tipo de actividades nos pueden ayudar mucho a los empresarios del sector”, indicó. (Crónica: El rostro femenino en la ganadería colombiana)   Aunque expresó que todavía desconoce muchos aspectos del quehacer diario de la ganadería y siente que le falta mucho por aprender, está convencida de que está en el lugar que está por sus propias aspiraciones, por su empeño y el de su familia. Para Paola, es cuestión de enfrentar los retos y de vivir el día a día.   “Mi hijo es muy sabio. Él dice que las oportunidades están, que son como la energía: si uno no las aprovecha, las aprovechará otro. Por eso creo que uno debe buscarlas y yo siempre estoy tratando de mirar dónde están”, remató.  

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