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La carne en la parrilla

Por - 16 de Febrero 2018

Colombia tiene con qué ofrecer un modelo ganadero sostenible de talla mundial.

A pesar de que solo 5 % de la población mundial es vegetariana o vegana, la presión sobre la producción de carne y sus derivados crece día a día. A principios de año, El Tiempo publicó un artículo en el que reportaba que grupos de académicos e inversionistas prevén que distintas carnes y productos lácteos terminarán siendo gravados con impuestos, de manera similar a lo que se hace con el tabaco, para disminuir su consumo.   La presión es real. El sector ganadero, según la FAO, es responsable por el 15 % de los gases efecto invernadero, y sus formas de producción están asociadas a nivel global con la pérdida de bosques naturales y prácticas que afectan el medioambiente. También, desde las generaciones más jóvenes, grupos animalistas piden que se deje de consumir carne por razones de bienestar animal. Y para completar el panorama, se asocia el consumo de carne en exceso con problemas para la salud humana.   La presión aumentará en la medida en que el consumo se incremente y la industria ganadera no cambie sustancialmente su forma de producir. De acá al 2050, según la FAO, se prevé un crecimiento del consumo de carne en 73 %, jalonado principalmente por una población que, de acuerdo a la mejora de sus ingresos, también logra incrementar su consumo de proteína animal.   Un impuesto al consumo sería un error enorme por su impacto regresivo; afectaría principalmente a los consumidores pobres y los podría privar de micronutrientes esenciales para la salud y el desarrollo cognitivo, que son relativamente más abundantes en los productos de origen animal que en vegetales. Y su impacto en disminuir el consumo en poblaciones ricas no sería significativo. La solución deberá venir desde la industria, y los consumidores determinarán qué productores aceptan y cuáles no.   Si la ganadería colombiana no cambia rápidamente, su futuro es incierto. Su productividad es baja, su modelo de producción extensivo y extractivo, sus prácticas en salud y bienestar animal deficientes. Además, se le asocia con la pérdida de bosques naturales y conflictos territoriales. Sin embargo, Colombia puede perfectamente ocupar un lugar privilegiado en la oferta global de ‘carne limpia’, competitiva y con una baja huella de carbono e impacto ambiental. Pero las brechas son enormes.   La genética es un despelote y muchos ganaderos aún prefieren competir entre sí, vendiendo ilusiones con toros y razas salvadoras no probadas, a compartir sus datos y aprovechar modernas herramientas genómicas para que la población mejore sus indicadores productivos. Las pasturas, en general, están degradadas, no soportan una buena carga animal y podrían renovarse con materiales modernos y manejarse balanceando mejor las dietas de los animales y disminuyendo las emisiones de metano.    El hato nacional tiene una alta prevalencia de enfermedades que afectan la productividad y bajan los índices reproductivos que pueden solucionarse con iniciativas público privadas. Una buena ganadería exige animales productivos, sanos, bien alimentados y manejados con altos estándares de bienestar animal. Hoy, se cuenta con las herramientas y el conocimiento para mejorarla. Faltan políticas más asertivas y modelos de gestión de conocimiento y extensionismo para lograr el cambio.    Colombia puede ofrecer un modelo ganadero sostenible de talla mundial. Un modelo agroforestal y pastoril que coexista con nuestra biodiversidad, genere desarrollo económico y social, ayude a alimentar a la humanidad y nos permita comer carne tranquilos.   Portafolio, 14 de febrero de 2018.