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No somos agradecidos con el agua

Por - 20 de Junio 2017

Traza una línea entre lo sagrado y lo profano, la vida y la muerte. Las lágrimas del primer llanto acompañan al hombre en su periplo vital. Su condición acuosa recuerda la dependencia de ese líquido fundamental.

El agua apacigua la sed, y equilibra el cuerpo. Es el bien común por excelencia. Pero nosotros no somos agradecidos con ella. Por el contrario, cada día parecemos algo peor que enemigos suyos. Ensuciamos corrientes, derrochamos los acuíferos, desviamos los ríos. Los niveles freáticos se desploman en países que albergan la mitad de la población del planeta. En este recurso vital hemos sobregirado nuestras cuentas y reservas.   Jung equiparó el agua con el inconsciente. El agua es fuente, origen y reserva de la vida; precede toda forma y sostiene toda creación. El cuerpo siente tanta sed como el espíritu. El agua con el esfuerzo es sudor, con la pasión es sangre. Siempre será energía o tranquilidad.   La mayoría de las religiones se remiten al agua. Se celebra una comunión ante la fuerza creadora del universo. Se convierte en magia suprema y medicina que cura, restaura la juventud, asegura la vida eterna. La limpieza es la mitad de la fe, decía Mahoma.   Casi el 70% del agua dulce del mundo es hielo. El resto, fluye en los acuíferos que estamos drenando con mucho más rapidez que la posibilidad de recarga natural. Con 100 millones más en el planeta cada año, seguirá creciendo la demanda.   Si se acaba el petróleo será una tragedia. Pero no se puede comparar con la que produciría cualquier estrechez con el agua. Esta existe en la tierra porque nuestra atmosfera impide que se desintegre con la radiación solar. Pero la tierra no es el único lugar con agua. Eso nos los recordó el hielo hallado en la Luna. También está en las lunas de Júpiter, en los satélites de Saturno, en las latitudes de Marte o los cráteres de Mercurio. Algún día los viajeros espaciales podrán beber hielo lunar derretido, además de convertirlo en combustible para navegar a Marte.   Se acabaron los aljibes y las tinajas, pero no podemos prescindir del agua en nuestro vocabulario mínimo. Persisten las inundaciones, así como incomodidades menores por charcos y goteras. Cuando algo es evidente, decimos que está claro como el agua. Nadar entre dos aguas es traición, actitud equivoca frecuente en política, negocios y amores. Estar con el agua al cuello se refiere a las dificultades de dinero, o exceso de trabajo. Echarse al agua es asumir riesgos y peligros.   De ese agua no beberé es un propósito que por lo general terminamos incumpliendo. Bañarse en agua de rosas es alegrarse del mal ajeno. Mientras viene esa pronosticada escasez del agua, vacilaremos cuando nos pregunten ¿soda o agua?. Acabamos de pasar el verano intenso de un niño perverso, y ahora nos hablan de una niña loca