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columna

Nos importa Venezuela

por: Fernando Londoño- 31 de Diciembre 1969

Venezuela arde por los cuatro puntos cardinales. El país más rico de América y uno de los más ricos del mundo ha sido defenestrado por una cuadrilla de malhechores vestidos con las galas del Socialismo del Siglo XXI.

Venezuela arde por los cuatro puntos cardinales. El país más rico de América y uno de los más ricos del mundo ha sido defenestrado por una cuadrilla de malhechores vestidos con las galas del Socialismo del Siglo XXI.  

De la Venezuela que fue la potencia económica de América Latina, la que atrajo por millones migrantes europeos y colombianos, la que se daba el lujo de hacer mala y pobre política, la de las imponentes carreteras, la de los grandes puertos, la de la hermosa Caracas, no queda nada, nada en absoluto.   Venezuela muere de hambre y de violencia, desatada por el régimen chavista, llamado así en recuerdo de un personaje de opereta, fanfarrón e inepto, como el último recurso que le queda para utilizar mientras la Nación se desintegra.   Las cifras económicas de Venezuela son absolutamente increíbles. De la más imponente empresa petrolera de América, de PDVSA, no quedan más que tiras de piel, cadáveres de cosas, como diría nuestro poeta de Anarkos. De 3 millones 500 mil de barriles de producción diaria, apenas llega a los 2 millones; de sus imponentes utilidades no queda sino el recuerdo; de su deuda limitada pasó a deberle todo, a todo el mundo; de sus reservas sin cuento no se apiada nadie. Porque ahora produce arepas y tamales y ni siquiera le alcanza para mantener a Cuba, ese hijo calavera que adoptó la llamada “revolución”.   Venezuela tiene inflación cercana al 1000 % y un sistema de tasas de cambio diseñado para que se sigan robando hasta el último dólar los llamados boliburgueses, los ricos que dejó el sistema. La Hacienda Pública se alimenta de emisiones pavorosas y todo lo que puede vender se gasta en comprar algo de comida, que reparte el gobierno entre sus amigos, mientras millones de venezolanos busca la suya en las canecas de la basura. Los mercados y los hospitales andan vacíos, con desabastecimiento que supera el 95 %. Los niños y ancianos mueren de enfermedades perfectamente controlables, apenas sobreviven los más fuertes. Es un genocidio que nadie ha querido declarar.   Venezuela perdió el coro de los países latinoamericanos, hasta hace muy poco idiotizados con el Foro de Sao Paulo. Ya no le quedan sino los clientes caribeños y Cuba, que reciben petróleo en condiciones extravagantes. Ya le voltearán la espalda, cuando pretenda cobrarles algo de lo que hasta hoy, así miserable como está, regala.   La vida en la calle es imposible. Hace rato pasó Venezuela la barrera de los 100 muertos por cada 100 mil habitantes, más alta que la de países en guerra declarada.   Cómo será de insostenible Venezuela que ya le hace el quite al gobierno de Juan Manuel Santos y de la Canciller Holguín, hasta hace muy poco los nuevos mejores amigos de los criminales que allá mandan. Refugio de los malandrines de las Farc y del ELN, es paso de tránsito, contra insolente peaje, de la cocaína colombiana que viaja a Estados Unidos y otros destinos. Claro que de todo eso, ni hablar. Maduro es el hombre de la paz en Colombia y manda en Colombia como miembro de la Comisión de Seguimiento que aquí legisla, ejecuta, dispone.   Ríos de venezolanos vienen cada día a instalarse a Colombia. Es el camino del regreso. En su mayoría, tienen por nacimiento o por sangre pleno derecho a la nacionalidad nuestra. Por un plato de comida se ocupan de cualquier cosa. Por ahora.   Es increíble que esta tragedia, que viene de años, haya sido voluntariamente ignorada. Y semejante barbaridad sucede porque Santos sigue en manos de Maduro. Y sobre todo en poder de su lengua. ¡Si Maduro hablara!   Columna publicada en el Periódico Debate el 10 de abril de 2017.