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Observaciones sobre el momento post electoral colombiano

Por Eduardo Mackenzie - 19 de Junio 2014

1. La reelección de Juan Manuel Santos, el 15 de junio pasado, es una verdadera derrota del uribismo. Pero ésta no es definitiva, ni marca el fin de una época. Por el contrario, el combate entre democracia y colectivismo en Colombia se agudiza.

1. La reelección de Juan Manuel Santos, el 15 de junio pasado, es una verdadera derrota del uribismo. Pero esta no es definitiva, ni marca el fin de una época. Por el contrario, el combate entre democracia y colectivismo en Colombia se agudiza. Santos tendrá cuatro años más para culminar su único plan de Gobierno: su proceso de capitulación ante las Farc.

Esa línea es lo que él llama “proceso de paz”. Esa capitulación, que Santos mostró como una vía razonable hacia la paz, no es solo un error, es una calamidad para Colombia. Desde 1970, cada Gobierno colombiano propuso a las Farc soluciones pacíficas. Las Farc  las rechazaron siempre. Hicieron saber  que la capitulación era la única salida. Es lo que llaman la “solución política”. No eran cálculos locales. Eran los designios de la URSS en plena Guerra Fría. La vía de la capitulación comenzó a ser una tentación. Esta existió de manera latente y vacilante, con altos y bajos, desde entonces.

Esa idea, inoculada a la clase dirigente por las propias Farc, es el mayor logro subversivo de ese aparato de muerte, desde su fundación en los años 50. Solo Álvaro Uribe Vélez, en sus dos periodos de Gobierno (2002-2010), rechazó esa tentación y logró sacar a las Farc del universo político y militar. Con Juan Manuel Santos esa tentación renació y se desbordó. Hoy llega a sus límites más extremos. Por primera vez, un presidente pone en vilo el liberalismo político y económico de Colombia y gana una elección presentando eso como un “proceso de paz”. Si ese proyecto no es derrotado, Colombia tendrá que aceptar ser una víctima más de la depredación política, económica y financiera de Cuba, el verdadero artífice de la subversión global, como lo es hoy Venezuela.

2.  ¿La elección del 15 de junio fue  la expresión genuina de la voluntad de los colombianos? Esa es la gran duda que arroja esa jornada electoral. El Centro Democrático habría aceptado la victoria de Santos si esta hubiera sido impecable. Esta no lo fue. Esa elección genera un inmenso malestar. La reelección de Santos está salpicada de irregularidades. Eso privó a Colombia del momento de concordia nacional que goza toda democracia, tras la elección de un nuevo mandatario. ¿Colombia dejó de ser un país donde hay elecciones libres? Esa pregunta es hoy legítima. ¿Hubo un fraude masivo en la segunda vuelta? Algunos lo sostienen. El Consejo Nacional Electoral lo niega. ¿Por qué dirigentes y técnicos  del organismo electoral venezolano estaban en Colombia  antes y durante esa elección? ¿Qué papel jugaron ese día? Nadie lo explica. Sabemos que el episodio del video manipulado de la Fiscalía y Semana buscó colapsar la candidatura de Zuluaga.

Finalmente, la Registraduría, en 40 minutos, dio los datos del 100 %  de la votación (89 mil 391 mesas), antes de que el 80 % de estas  hubiera reportado los resultados. ¿Qué es eso? El viejo vicio de la compra de votos en regiones y ciudades alcanzó niveles sorprendentes, pero no explica todo. La transmisión de los datos electorales pudo haber sido el principal instrumento del fraude. El expresidente Uribe estima que estamos ante el más grande fraude electoral de la historia de Colombia. El sistema electoral actual es defectuoso y ofrece brechas al fraude. Ese sistema debe ser repensado. El CNE y la Registraduría deben ser purgados. Hay que crear un CNE realmente independiente para poder tener un momento electoral transparente y garantista. La repetición de las anomalías en los próximos comicios puede generar reacciones populares violentas.   

3. El proyecto subversivo sale reforzado con la reelección de JM Santos.  Las Farc anuncian que su objetivo inmediato --ingresar al Parlamento sin haber entregado las armas, diseñar una Asamblea Constituyente que les permita dictar una Constitución de transición hacia el socialismo del siglo XXI--, está al alcance de la mano. Expresan que su objetivo de no pagar un solo día de cárcel por sus atrocidades durante 50 años está próximo, que lograrán completar su ambición de dominar la justicia, los medios de información y el aparato escolar-universitario. El control de la economía y del aparato estatal será perfeccionado. Prometen que el “conflicto social” continuará, aún después de haber firmado “la paz”. Es decir, la violencia en todo el territorio arreciará. La fuerza pública y la doctrina militar colombiana sufrirán modificaciones. Las libertades actuales serán mutiladas. Las relaciones exteriores cambiarán de brújula. Todo ello es ahora más posible que nunca. Esa es la “paz” que se perfila.

4. Encarnada en el CD y en su candidato Oscar Iván Zuluaga, la oposición obtuvo cerca de siete millones de votos. La diferencia entre Santos y Zuluaga fue de 911 mil votos.

Ese hecho, en un contexto tan difícil, es ya un logro enorme. La alianza entre el CD y el Partido Conservador (sector de Martha Lucía Ramírez) fue acertada. Ese bloque opositor sale relativamente fortalecido. El CD hizo avances importantes. Se constituyó en movimiento electoral y de opinión en pocos meses y ganó la primera vuelta de la presidencial, el 25 de mayo.  Su falla fue, quizás, no haber mostrado a los abstencionistas y a los sin partido la verdadera dimensión de lo que está en juego.

5.  La prioridad del CD y de su aliado conservador es consolidar esa alianza y darle más coherencia ideológica y orgánica.  Ese bloque debe evitar la desmoralización y las falsas polémicas. Sin unidad será difícil frenar y devolver cada golpe de destrucción que intentarán las Farc y el campo santista contra la oposición. Dotar al CD de una línea política clara, establecer el CD en cada municipio del país es urgente. Movilizarlo en las calles si es necesario, para defender un programa y unas políticas claras, es indispensable. Otra urgencia: dotar al CD de una política de alianzas flexibles. Crear fuertes lazos de solidaridad con otros partidos democráticos del mundo es indispensable para denunciar los montajes y represiones oficiales que vienen. El CD es el mejor instrumento con que cuenta la nación para evitar el colapso.

6. El segundo Gobierno de Santos será autoritario, pues débil y confuso. El descansa sobre una coalición que no es ni homogénea, ni armónica. La fracción más extremista ya está pensando cómo imponerle una línea y unos ritmos a la capitulación, y entrará en lucha contra la fracción menos aventurera. Ese Gobierno es un castillo de naipes. Perdió su hegemonía en el Parlamento y tendrá dificultades para sacar adelante su versión de la reforma de la justicia y de la salud. Franjas enteras de militantes de base y de electores perderán sus ilusiones al ver que la paz no es paz, el aumento de impuestos y la degradación de la seguridad. La inconsistencia del Gobierno ante sus promesas minará el respaldo que obtuvo el 15 de junio.

7.La lucha contra la deriva santista podría ser la línea prioritaria del CD en el Parlamento, donde tiene una excelente representación,  pero no solo  allí. El CD debe ganar el respaldo masivo del país para esta consigna: no más secreto en los diálogos de La Habana, allí se está negociando el destino de cada colombiano. Todos debemos saber qué hacen esos señores. El secreto favorece la mentira y la manipulación. Toda información sobre el tinglado en Cuba es legítima. Esa información no es ningún “secreto de Estado”. El trabajo de la fuerza pública y de la justicia contra la violencia subversiva debe continuar. Hay que proteger a las Fuerzas Armadas y a la Policía de la guerra jurídica y de todo intento de paralizarlas mediante un pacto de cese al fuego bilateral. El CD desplegará su acción en las calles, en los media, en los sindicatos, en las universidades, en el campo. El combate de ideas y el combate político contra la rendición ante el narcoterrorismo serán constantes y a escala internacional.

8. Durante la campaña electoral, el CD aceptó por descuido el término  “proceso de paz”  en su acepción santista, y no mostró su carácter anticolombiano, ni denunció el papel que juegan en ello las dictaduras del continente. Por eso vaciló al decir que aceptaría ese proceso en ciertas circunstancias. Eso fue un error. No logró explicar bien lo que está en juego para Colombia. El CD debe afinar su caracterización de ese proceso y mejorar el trabajo político al respecto. El CD no debe aceptar la propuesta hipócrita de Santos de “hacer parte” de los “diálogos de paz”. Santos busca con eso dislocar al CD y ahondar la división del Partido Conservador. Bien hicieron Marta Lucía Ramírez y Francisco Santos al rechazar toda posibilidad de apoyar a Santos. El éxito en la lucha contra la desinformación sobre los pactos secretos depende de esa clarificación y de tener una posición firme ante Santos.

9. Cierta prensa, escrita y audiovisual, fue el mayor vector de propaganda y de combate de Santos. Sus dirigentes compraron privilegios y estabilidad para el próximo cuatrienio y fueron corrompidos por el poder. Esos medios rompieron con la ética periodística en muchos momentos. Ellos salen envilecidos de esa campaña electoral.

10. La política de la Casa Blanca no ha sido ajena a esta crisis de perspectivas en Colombia. Barack Obama apoyó los contactos de Santos con las Farc y el llamado “proceso de paz”. Ahora aprueba un eventual “proceso de paz” con el Eln. Obama ha dejado que el cáncer chavista haga metástasis en el continente. Su responsabilidad en los desastres que esa línea está generando en el continente será inocultable.