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Paraísos e infiernos

por: Miguel Gómez Martínez- 31 de Diciembre 1969

En Colombia, con el récord mundial de una reforma tributaria cada dos años, nadie se siente seguro ni estimula el emprendimiento.

Existen paraísos fiscales porque hay infiernos fiscales. Así como existe narcotráfico porque hay adictos, y confesión porque hay pecadores. Lo uno no existiría sin lo otro. Está de moda el tema de los paraísos tributarios porque se presupone que son utilizados para ocultar ingresos y evadir las cargas impositivas.

La conocida ONG Oxfam clasifica los paraísos fiscales según el grado de protección que ofrecen a sus usuarios. De acuerdo con esta Organización, las islas Bermudas son la mejor opción para ocultar a los beneficiarios, seguidas por las islas Caimán y los Países Bajos. Les siguen Singapur, Irlanda, Luxemburgo, Curazao, Hong Kong y Chipre.   Sorprende que en el listado se incluyan tres naciones que forman parte de la Unión Europea.

En Estados Unidos, el estado de Delaware, que también ofrece beneficios tributarios, tiene registradas 945.000 sociedades, casi una por habitante. Es la prueba de que estas estructuras favorables también son requeridas por los países desarrollados, donde las altas tasas de tributación espantan a muchos.

El problema de los paraísos fiscales no es que existan. El problema real es la excesiva presión fiscal. Es cierto que a nadie le gusta pagar impuestos, pero todos entendemos su necesidad. No obstante, lo que resulta intolerable es cuando su nivel es demasiado elevado y el contribuyente siente que está siendo desposeído de un ingreso que ha trabajado con honestidad. También es cierto que la tentación de la evasión se incrementa cuando el ciudadano percibe que el recaudo no es bien utilizado por efecto de la burocracia, la corrupción o la ineficiencia.

En Colombia, con el récord mundial de una reforma tributaria cada dos años, nadie se siente seguro ni se estimula el emprendimiento. Hay un consenso en que el nivel de impuestos es excesivo para las empresas. También es claro que su estructura es inadecuada, con tributos antitécnicos como el de patrimonio, el de timbre, las estampillas y el odioso impuesto a las transacciones financieras. Este es además un Estado pecador; por acción y por omisión. Persigue a los que generan riqueza con impuestos excesivos, todo tipo de trámites engorrosos y requerimientos. En cambio, brilla por su ausencia persiguiendo a los corruptos que despilfarran los recursos públicos y los desvían a sus bolsillos.

El remedio para la evasión son los impuestos razonables. Si las tasas son aceptables, el costo de oportunidad de evadir es demasiado elevado. La Ocde estima que si el monto a ocultar es inferior a 500 mil dólares, el recurso de un paraíso fiscal no resulta interesante, dados los costos legales y financieros que es necesario incurrir. Por ello, son los grandes evasores los que recurren a esta figura. El 80 por ciento de los recursos en los paraísos fiscales (estimados en un equivalente a la suma del PIB del Reino Unido, Francia y Japón) pertenecen al 0,1 por ciento de la población más rica del planeta. El 50 por ciento es propiedad del 0,01 por ciento más rico del mundo.

Detrás de los paraísos fiscales hay miles de abogados, contadores y expertos financieros que utilizan todo tipo de figuras jurídicas para esconder los recursos de los hambrientos e insaciables fiscos mundiales. La idea de un mundo sin evasores es tan posible como la de un mundo sin prostitución. Sin infiernos tributarios no habría paraísos fiscales.              Portafolio, Noviembre 14 de 2017