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Cómo se escribe la historia-ficción

Por José Alvear Sanín - 28 de Febrero 2021

En Colombia falta mucho por hacer y hay mucho qué corregir, como en todas partes. Pero a las nuevas generaciones se les ha enseñado a con­siderar a su patria como un país paupérrimo, explotado por el imperialis­mo, dominado por una clase opresora (oligarquía) que chupa la sangre del pueblo, mientras el "aparato represivo" mata, atropella y persigue.

En Colombia falta mucho por hacer y hay mucho qué corregir, como en todas partes. Pero a las nuevas generaciones se les ha enseñado a con­siderar a su patria como un país paupérrimo, explotado por el imperialis­mo, dominado por una clase opresora (oligarquía) que chupa la sangre del pueblo, mientras el "aparato represivo" mata, atropella y persigue.

En esa óptica la conquista española fue atroz, la religión católica una imposi­ción odiosa, la democracia representativa una farsa, la historia patria una mentira y nuestros estadistas unos asesinos.

En una serie de "facultades" de historia se gradúan anualmente cente­nares de jóvenes cuya profesión será la enseñanza de la asignatura bajo los postulados anteriores.

Dos o tres docenas de catedráticos nacionales y una caterva de "investigadores", norteamericanos y franceses especialmente, producen regularmente libros cortados por la misma tijera. Con acopio de citas de pie de página se remiten unos a otros para repetir las mismas monsergas en un lenguaje cargado de terminología abstrusa, aunque hay muy valiosas excepciones, como Roger Brew, James Parsons y Frank Safford, que han hecho valiosos aportes a la historiografía en Colombia.

Esa producción copiosa deja un sedimento de frustración en la juven­tud, de rechazo por las instituciones, gene­rando un clima donde se justifica y exalta la violencia guerrillera, el terro­rismo político, el secuestro extorsivo y todas las modalidades delictuales que se ponen al servicio de la "revolución".

Inclusive una escuela teológica ha sustituido en el seminario, la te­ología por la sociología, la filosofía por la dialéctica, la ascética por la sexología y la liturgia por la música pop.

El triunfo, en dos palabras, de Gramsci, porque no sirve el poder si no se domina el pensamiento de las personas y la cultura de las naciones. En Colombia la enseñanza superior está confiscada por un profesorado inculturado en el marxismo, que sigue transmitiendo una ideología sepultada en los países que la padecieron por larguísimos años.

Cada día se sabe más de los increíbles extremos de violencia y terror que impusieron a sus pueblos Lenin y Stalin, de los incontables millones de muertos que exigió la creación del "hombre nuevo", de la indecible miseria de la vida en los países donde desapareció la libertad, para ser dirigidos por una burocracia tan incapaz como corrupta. Sin embargo, en nuestra patria seguimos avanzando hacia las solu­ciones socialistas, cerrando los ojos ante el creciente horror venezolano.

Y este proceso de tergiversación de la historia se ha coronado a partir del acuerdo final, rechazado por el pueblo colombiano, con la creación de dos organismos oficiales, con presupuesto monumental, para reescribir la historia y demostrar la inocencia y el heroísmo de los movimientos subversivos contra una opresión de siglos.

Por fortuna, el Centro Nacional de la Memoria Histórica, dirigido desde hace dos años y medio por un grande e imparcial historiador profesional, escapó de la coyunda marxista-leninista… (¿hasta cuándo?), porque por desgracia hay una comisión adoctrinadora que sigue adelantando su misión proselitista, dirigida por un cura torcido y una banda de diletantes y de contratistas bien remunerados para la elaboración de libros y documentos ad hoc, bien pagados, al servicio de la historia-ficción.