La preocupación crece en todos los rincones. Desde China hasta Estados Unidos, de Europa a Latinoamérica hay una ansiedad creciente. Las cifras de crecimiento se revisan a la baja y los observadores fruncen el ceño. El último en manifestarse fue el director del Consejo de Asesores Económicos del presidente Donald Trump, Larry Kudlow, que instó a la Reserva Federal de EE. UU. a rebajar las tasas de interés y archivar cualquier tentativa de contracción monetaria.
La realidad es que la posibilidad de aumentos del costo del dinero para reducir los niveles de liquidez parece hoy un escenario altamente improbable. Las locomotoras del crecimiento se han ido quedando una a una sin combustible. China crecerá 6,2 por ciento, por debajo de India, que lo hará en 7 por ciento. Son tasas importantes, pero reflejan un agotamiento del modelo de expansión que ha jalonado el crecimiento mundial en las últimas décadas. Europa, con su famélica capacidad de crecimiento, siente el golpe frontal de la crisis del brexit y del nulo crecimiento de Alemania. En América Latina, las cifras son mediocres, entre 2 y 3,5 por ciento, y con tendencia a la baja. Colombia está en la parte alta de esta proyección, pero es evidente que también se verá afectada por los nubarrones internacionales.
La mayor preocupación es el crecimiento de Estados Unidos. Luego de la euforia por los primeros dos trimestres del 2018 con crecimientos satisfactorios, el segundo semestre del año anterior resultó decepcionante y confirmaron un cambio en la tendencia hacia un ritmo cercano al 2 por ciento anualizado. Parece como si el oxígeno que implicó la reforma tributaria de Donald Trump hubiese sido de corto aliento. El problema es que, sin un crecimiento robusto, el déficit fiscal, ya abultado, seguiría aumentando el endeudamiento estadounidense.
Los bancos centrales, a lo largo y ancho del planeta, están en una encrucijada. Desde la burbuja de internet a finales del siglo anterior, pasando por la gran crisis financiera del 2009, la respuesta de las autoridades monetarias ha sido la de reducir las tasas e inyectar grandes volúmenes de liquidez. A estas alturas, el margen de maniobra es reducido, pues son pocas las posibilidades de reactivar el crecimiento por este medio. La distancia entre las tasas de intervención y los índices de inflación no es grande. El relajamiento del control monetario para reactivar la economía no es eficaz cuando las tasas se vuelven negativas. La experiencia de Japón durante las últimas décadas es reveladora al respecto.
Quedaría la posibilidad de utilizar el instrumento fiscal, pero todos los grandes gobiernos han postergado el ajuste de sus finanzas públicas por los problemas políticos. Tampoco en este campo las posibilidades de maniobra son amplias. La reactivación de la demanda agregada necesitaría el apoyo de noticias positivas en el campo político. Un acuerdo entre China y Estados Unidos en el tema arancelario sería muy bienvenido. Lo mismo resultaría de un acuerdo que disminuya los impactos de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. También un descenso del precio del petróleo ayudaría a Europa a pasar su trago amargo actual.
Otra vez se asoma, en la distancia, el espectro de la tenebrosa deflación.
Portafolio, abril 02 de 2019