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En modo bicentenario

Por Jorge Humberto Botero - 21 de Agosto 2019

Las hazañas militares de 1819 consolidaron la independencia y fueron el comienzo de la República

Las dos gloriosas batallas que por estos días celebramos, fueron el final, que no el comienzo, del proceso libertador. Se libraron gracias al esfuerzo conjunto de dos ejércitos distintos, el venezolano de Bolívar y el neogranadino de Santander. Ambos brillantes caudillos militares que, con el correr del tiempo, terminaron enfrentados sobre las instituciones que debíamos adoptar. Se ha dicho que mientras el paladín de la independencia fue Bolívar –quien, por esa razón, es Padre de la Patria–, Santander es nuestro héroe civil: El hombre de las leyes. Las divergencias entre ellos, que condujeron a una ruptura absoluta en 1827, se fueron gestando con el correr de los años.

Al instalar, en febrero de 1819, el Congreso de Angostura, unos pocos meses antes de las Batallas del Pantano de Vargas y Boyacá, Bolívar sostenía: ¡Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha convocado la Soberanía Nacional para que ejerza su voluntad absoluta! Yo, pues, me cuento entre los seres más favorecidos de la Divina Providencia, ya que he tenido el honor de reunir a los representantes del pueblo de Venezuela en este augusto Congreso, fuente de la autoridad legítima, depósito de la voluntad soberana y árbitro del destino de la Nación”. A la luz de este texto no podría haberse vaticinado el giro autoritario que el pensamiento del Libertador tomaría; mientras que Santander, con el correr de esos años turbulentos que culminaron con la renuncia, exilio y muerte de Bolívar en 1830, fue acendrando sus convicciones en defensa de lo que hoy denominamos Estado de Derecho.

Sin embargo, la simiente de las divergencias futuras venía de antes. En la célebre Carta de Jamaica de 1815, Bolívar escribía con notorio desencanto:

“Los acontecimientos de la Tierra Firme nos han probado que las instituciones perfectamente representativas no son adecuadas a nuestro carácter, costumbres y luces actuales. En Caracas el espíritu del partido tomó su origen en las sociedades, asambleas y elecciones populares; y estos partidos nos tornaron a la esclavitud. Y así como Venezuela ha sido la república americana que más se ha adelantado en sus instituciones políticas, también ha sido el más claro ejemplo de la ineficacia de la forma democrática y federal para nuestros nacientes estados. En Nueva Granada las excesivas facultades de los gobiernos provinciales y la falta de centralización en el general, han conducido aquel precioso país al estado a que se ve reducido en el día”.

Al menos desde 1821, cuando Bolívar libraba las guerras para lograr la emancipación de Ecuador, Perú y Bolivia, y Santander ejercía como vicepresidente desde Bogotá, pueden percibirse las fisuras que luego fueron grietas. En carta de este dirigida a aquel le adjunta copia de lo resuelto “por el soberano Congreso, sobre la duración del presidente y vicepresidente de la República, a fin de que vuestra excelencia tenga un conocimiento en la materia y le sirva de gobierno”. Al parecer, esta severa admonición sobre la sumisión que el gobernante debe a la ley, no fue respondida. El rico epistolario que se conserva abunda en muestras de este empecinado -y para mi admirable- legalismo de Santander. El 6 de enero de 1822, le escribe remitiéndole “25 ejemplares de la ley de repartición de bienes nacionales…para que los cuerpos del ejército …sepan el modo y términos de dirigir sus pretensiones”. A Bolívar, sumido en las vicisitudes de la guerra, esos mensajes debieron parecerle impertinentes; cosa de leguleyos. En carta a Santander del 28 de enero de ese mismo año le dice que ha pasado “toda la noche sin dormir” y “extraordinariamente incómodo con todo el mundo”. ¿La razón? Una decisión de disminuir el ejército del sur, que él comandaba, ordenada por el Congreso.

En 1826 la fractura ideológica se torna irreversible. Luego de sus éxitos definitivos en las batallas de Junín y Ayacucho, el Libertador promulgó la Constitución de Bolivia, la cual establecía un presidente vitalicio facultado para designar su sucesor, y un senado hereditario elegido por el estamento militar. Estas mismas ideas fueron presentadas por el partido bolivariano a la Convención constituyente de Ocaña el año siguiente. Para respaldarlas, había dicho el Libertador poco antes: “Nosotros, los americanos, hemos sido criados en la esclavitud y no sabemos vivir de conformidad con leyes sencillas y liberales”. No habiendo tenido éxito su propuesta a la Convención, que se disolvió por falta de acuerdos, se proclamó dictador en 1828. Después vino el atentado contra su vida, su renuncia a la presidencia, viaje al exilio y muerte. Disuelta la Gran Colombia, se adoptó la Constitución de la Nueva Granada que entró a regir en 1832. Su primer presidente fue Santander. Esa carta política constituye el eslabón primero del constitucionalismo civil y democrático que a nosotros corresponde preservar.

El triunfo temprano del ideario liberal explica que no hayamos tenido, en el siglo XIX, regímenes monárquicos, como en Brasil y México; o tiránicos, como el del doctor Francia en Paraguay. Y que en el XX solo tuviésemos dos dictadores, Reyes y Rojas, de los que nos desembarazamos con cierta facilidad. Un contraste notable con muchos otros países de la región

Esto que hoy repaso con ustedes es lo mismo que aprendimos en los bancos escolares. Desde la perspectiva de los años aprecio una dimensión importante que entonces me pasó desapercibida: los dolorosos enfrentamientos entre los próceres que nos dieron, pese a sus antagonismos, patria e instituciones.