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¿Existe un epitafio para Maradona?

Por Luis León - 01 de Diciembre 2020

Desde los orígenes de la tragedia que ya representaba el teatro griego el hombre enmudecía entre dos sentimientos contrapuestos de piedad y terror ante la caída del héroe, que de condiciones sobrehumanas, experimentaba una catástrofe inducida por los dioses o por el mismo destino y que nos enseñaba lo cerca que el mito estaba de las más bajas pasiones humanas.

¿Ha sido Maradona la caída de un héroe trágico o no más que la sublimación de un personaje popular que ha mordido con nosotros el polvo del camino?

Practicamos una extraña indulgencia con los genios que parecen mantener una caprichosa cohabitación entre el cielo y los infiernos. Esa condescendencia que también tuvimos con personajes como Marilyn, Michael Jackson o Janis Joplin. La misma benevolencia con la que hemos mirado a nuestro “Kid Pambelé” o al mismo Mike Tyson.

¿Los admiramos o los compadecemos?

Un pequeño jugador de Lanús, provincia de Buenos Aires, de origen muy humilde, como casi todos los héroes populares, llegó a la capital como un Prometeo que traía el fuego del Olimpo del Fútbol en sus guayos para maravillar a su país y al mundo entero. (Pero como al héroe trágico de los griegos un Zeus vengativo le esperaba con otras cadenas)

Pero lo que, tal vez, elevó a los altares de la fama y de la gloria a este personaje fue la más osada impertinencia y la más memorable insolencia con la que un futbolista podía vengar la humillación de una ultrajante y deshonrosa guerra de su país contra Inglaterra por unas pequeñas islas del Atlántico sur en 1982.

Cuatro años después y bajo la atenta mirada de un planeta entero, el pequeño Prometeo de Lanús, le propinaba a los arrogantes ingleses uno de los dos goles con los que Argentina ganaba aquél Mundial de Fútbol: El primero fue “la mano de Dios” con el que la astucia infligía una mueca de burla al enemigo, …pero es que el segundo gol se llamó “el gol del Siglo” y basta con escuchar la narración de Víctor Hugo Morales para comprender una alegórica metralleta de aquél ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta con el que Maradona parecía vengar la muerte de aquellos jovencísimos soldados argentinos que murieron en las Malvinas.

Y como casi siempre que parece que se llega a la cima aparece un inmenso precipicio del absurdo y el sinsentido en el que muchos triunfadores se atragantan, en el que muchos ganadores se indigestan y terminan devorados por ellos mismos.

Bertrand Russell escribió una verdad estremecedora: “La vida no es más que una competición para ser el criminal antes que la víctima” (Life is nothing but a competition to be the criminal rather than the victim.)

Y Maradona perdió su gran competición. Maradona venció a Maradona y jugando a ser criminal se convirtió en su propia víctima.

Preguntaba si a estos héroes fugaces, lastimados y lastimosos los admirábamos o simplemente los compadecíamos.

Los argentinos que se esfuerzan por admirar y compadecer, al mismo tiempo, a su juguete roto, se esmeran por inmortalizar un nuevo mantra místico de una compasiva clemencia:

“No nos importa lo que has hecho con tu vida. Nos importa lo que has hecho con la nuestra”

Todo un país, y muchos del mundo del Fútbol, intentan sublimar a un enorme mito deportivo que detrás de los escenarios no fue más que un ser autodestructivo y fagocitado por una gloria para la que nunca estuvo preparado.

Quizás nuestra cultura cristiana nos invita a la indulgencia con un cadáver caliente y la empatía con una familia, que aunque sufrió sus excesos, ahora padece su ausencia y el perdón de un amor incondicional.

Nadie quiere ser Maradona como paradigma de nada que no sean maravillosos momentos para un aficionado a un deporte que le seguirá recordando en videos y efemérides de un genio pegado a una pelota.

Él eligió su epitafio: “Gracias a la pelota”, …pero, lastimosamente, el Pelusa siempre fue un “pelotudo”.

D.E.P.

Luis León.

(…desde algún rincón de Madrid)