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Fuera de Bogotá

Por - 26 de Febrero 2020

Los bogotanos empiezan a entender que la otra Colombia, la que siempre han despreciado, tiene cada día más atractivos.

Colombia se divide en regiones, departamentos, provincias, municipios, resguardos y territorios de comunidades afros. Pero la realidad es que se divide en dos: Bogotá y el resto. O mejor, el resto y Bogotá.

Tal vez la única consecuencia positiva de no contar durante nuestra historia con una buena infraestructura es que el país se desarrolló en regiones aisladas. Cada región tiene su ciudad importante y por ello tenemos una distribución territorial de la población que es mucho más equilibrada que en la mayoría de los países del mundo.

Quienes vivimos en la capital estamos convencidos que en Colombia todos viven al mismo ritmo frenético, se preocupan por los mismos asuntos y tienen aspiraciones similares. Nada es menos cierto. Fuera de Bogotá, a muy pocos les importa lo que se dice en los programas radiales capitalinos, no leen los periódicos bogotanos ni se sienten representados por quienes creen interpretar, desde los 2642 metros de altura, al resto de Colombia. Nuestro centralismo es político, económico, pero sobretodo mental. Los bogotanos están convencidos que lo demás no cuenta y que sólo lo que sucede en sus veinte localidades es importante.

Salir de Bogotá es un ejercicio que debería ser obligatorio para la mal llamada "élite" de la capital. Por fuera de esta metrópoli de 8 millones de habitantes, sin calidad de vida ni capacidad de renovación, hay un país que avanza, se moderniza y tiene muchos atractivos. Ciudades como Armenia, Tunja, Pereira, Ibagué, Bucaramanga, Manizales o Montería progresan de manera evidente. Ni hablar del caso de Barranquilla que asombra por su rápida transformación. Salir de Bogotá lo llena a uno de esperanza pues se nota la energía positiva, tan escasa en la capital.

No se trata de desconocer que la descentralización ha tenido facetas muy negativas. La más importante es la descentralización de la corrupción que es un hecho indiscutible. También es muy preocupante la diferencia creciente entre las regiones del país. Mientras en las ciudades mencionadas hay razones para el optimismo, están las que viven en el letargo y el estancamiento. Quibdó, Riohacha, Florencia, Sincelejo, Santa Marta o Popayán son buenos ejemplos de ese país que no avanza y parecen estar en una desesperante inmovilidad. Es como si allí el tiempo no avanzara y su decadencia es visible. La descentralización ha sido positiva para quienes han asumido las riendas de su destino y muy perjudicial para las ciudades que siguen presas del clientelismo local.

Para los bogotanos, que se creen el ombligo del mundo, sería bueno contarles que la calidad de vida de todas estas ciudades es mejor que en la capital. La vida es más fácil, más alegre y menos costosa. Es cierto que la atención médica no es tan buena. También hay problemas de seguridad y los centros universitarios todavía deben mejorar para ser competitivos. Pero en un mundo cada vez más interconectado, vivir fuera de la capital no quiere decir que no se pueda estar en relación con el mundo.

Los bogotanos empiezan a entender que la otra Colombia, la que siempre han despreciado, tiene cada día más atractivos.

Miguel Gómez Martínez

Asesor económico y empresarial

[email protected]

Portafolio, febrero 25 de 2020