La evolución nos llevó al bipedismo y al lenguaje a través de un crecimiento del cerebro. El consumo de proteínas propició ese fenómeno. No hay que ser Darwin para comprender que el consumo de carne ha contribuido a la evolución de la inteligencia. El tracto digestivo humano evolucionó a omnívora condición. Con la modificación de su dieta los seres humanos fueron logrando intestinos más pequeños y cerebros más grandes. Aunque no faltarán quienes pregunten, porque no evolucionaron los otros grandes carnívoros y depredadores. En esa obsesión llegaron a proponer la reducción del hato nacional mediante un impuesto a la carne. Más simple seria enviar a Venezuela una comisión de “alto nivel”, para conocer el eficaz método que usaron para acabar con su hato, lo que les ha generado la más espantosa hambruna. ¿No sería mejor rebajar los costos de producción para que mayor cantidad de personas, tengan acceso a este alimento fundamental? Así como medidas y políticas para reducir emanaciones de rumiantes.
La medicina ha advertido sobre los excesos del consumo de carne en el sedentarismo que hoy campea. Pero místicos de nuevo cuño confunden recomendaciones: “Carne, carne, que me impeles al vicio, a pesar del ayuno y el cilicio”, cuando esta admonición era contra la “otra carne”, que es mucho más apetecida y placentera. Se nos ha asustado con los colesteroles para las arterias, y la no comprobada posibilidad de que las carnes causen el temible cáncer. Cuando son más dañinos el hambre, el raquitismo y la anemia que padecen niños en las barriadas populares. Una tendencia anti pecuaria late en todo el planeta. Quizás inspirada por la relación semántica de pecunia y pecuniario que vienen de pezuña. Se dice que ésta fue la más antigua versión del flamante dólar y del maltrecho peso, es decir, la primera moneda. Revistas médicas de prestigio reconocen la conveniencia de que las mayorías accedan a consumir carnes rojas. El homo sapiens, como especie omnívora, tiene alto grado de preferencia natural para consumir carnes. Lo condenable no es ella en sí, sino su reducida escala y su alto costo de producción que la hace casi inaccesible a sectores populares a los que hay que mejorar sus ingresos. El consumo de carne ha sido fundamental en nuestra herencia evolutiva. Hoy su consumo marca como índice de desarrollo y bienestar. Nuestras enzimas evolucionan para digerirla mejor, incrementando el tamaño de las meninges y el desarrollo físico, pero ojalá para todos.


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