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La ingratitud de los jóvenes atenta contra la democracia

Por - 04 de Diciembre 2022

Muchachos ingratos: la democracia no la sacamos del cubilete el día en que llegó el primer smartphone a sus manos, ese privilegio nos ha costado sudores de sangre

Si no rescatamos el valor de la gratitud entre nuestros jóvenes, ellos no serán capaces de conservar y crecer la democracia que hemos construido con tanto esfuerzo. Nadie cuida lo que no valora, nadie valora lo que no conoce

No me vengan con el cuento de que todo lo que viene de los jóvenes es bueno porque sí. Los jóvenes de hoy adolecen en su educación de un déficit muy grande del valor de la gratitud, lo cual pone en peligro la democracia que hemos logrado construir contra viento y marea.

Todas las generaciones han adolecido de diversos déficits de valores en su formación a lo largo de la historia. Tal vez los mayores déficits los ha habido en la educación respecto de la dignidad de la persona humana. Es por eso que hemos tenido que sufrir lacras como la esclavitud, el racismo, la violencia o los distintos tipos de discriminación.

En el caso de los colombianos, basta ver nuestros males para tener que reconocer que la educación ha tenido grandes agujeros negros por donde se han desfondado pilares fundamentales que se requieren para la edificación de la sociedad libre, próspera y pacífica que todos queremos.

No obstante, pese a haber tenido los múltiples defectos que sabemos, entre ellos no figuraba el de la ingratitud. Por lo general, el colombiano apreciaba la gratitud como virtud. A los niños se les enseñaba que había que ser gratos con quienes los querían. Honrarás y amarás a tus padres era una de las formas de enseñar gratitud. Gracias a la vida que me ha dado tanto me dio dos luceros que cuando los abro era un coro setentero que empataba sin darnos cuenta con la formación en gratitud.

En fin, todas eran formas distintas de ir construyendo el sentido de la gratitud en la sociedad. Para nosotros, el ingrato era considerado una mala persona.

La vanidad de los que se creen que el mundo comienza y termina con ellos; de los que se creyeron la carreta de que todos sus problemas son por culpa de los demás y de la deuda histórica que todos les debemos; de los que se comieron el cuento de que solo vinimos a vivir sabroso. Un ego que crece y crece en los que solo han recibido las enseñanzas del capítulo de los derechos y no se han acercado, ni por las curvas, al capítulo de los deberes; de los que creen que lo justo es sentarse a recibir y lo injusto tener que levantarse a dar; de los que creen que no tienen obligaciones con nadie.

Y la ignorancia de los que creen que todo apareció como por arte de magia el día que ellos nacieron; de los que no recibieron clases de historia; de los que no tienen ni idea de todo el trabajo y el sufrimiento que pusieron las generaciones anteriores para que ellos se levanten hoy y puedan abrir una ducha y abrir una nevera y prender una luz y tomar un chocolate y vestir una chaqueta y salir a una escuela y prender un televisor y chatear sobre una serie y encontrase con la novia bajo un techo con un vino y sin que los jodan tanto.

Por esa ignorancia histórica y moral que hace que cuando se enojan no se les ocurra nada distinto que destruir lo que encuentren, sin la más mínima consideración por todo el esfuerzo humano y todas las conquistas que hay detrás de lo que destruyen.

Lo que no saben los muchachos de hoy es que con esa ingratitud pueden estar destruyendo una de las construcciones más valiosas y más costosas de nuestra historia: la Democracia.

Jóvenes: la Democracia nos ha costado los sudores de sangre más duros que se puedan imaginar.

Vengan les cuento una historia pequeñita para que me entiendan: la libertad con que ustedes dicen lo que dicen y protestan lo que protestan no fue siempre así. La mayoría de las generaciones anteriores nunca la conocieron. Todas ellas tuvieron que vivir sin abrir su boca o sufriendo los peores atropellos por decir lo que les parecía o por no estar de acuerdo con el que gobernaba. Pensar era un problema enorme, decir… ni qué decir y protestar… ni que se le ocurra.

Me viene a la cabeza contarles esto porque esta semana me sorprendí con el informe de un instituto de investigaciones políticas de Suecia, el prestigioso V-Dem, de Gotemburgo, que nos dice que el 70 % de los habitantes del mundo viven actualmente bajo la asfixia de dictaduras. 5.400 millones de personas sufren a dictadores que les impiden vivir la libertad, pensar como quisieran, decir lo que quisieran o protestar por lo que considerasen justo. Tan solo el 13 % de los 8.000 millones de seres humanos que poblamos el mundo vivimos en democracia.

Muchachos: la democracia es un derecho, pero también es un privilegio. Un privilegio que nos ha costado muchas luchas a todas las generaciones de colombianos. La democracia no la sacamos de ningún cubilete el día en que llegó el primer smartphone a sus manos.

Si no rescatamos el valor de la gratitud entre nuestros jóvenes, ellos no serán capaces de conservar y crecer la democracia que hemos construido con tanto esfuerzo. Nadie cuida lo que no valora, nadie valora lo que no conoce.

Muchachos: no sean ingratos con la democracia como lo han sido, hasta ahora, con los transportes en que salimos a trabajar y a construir democracia.

Muchachos que han sido adiestrados en el activismo de la destrucción y no en el valor fundamental de la gratitud que nos hace libres.