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La maldición de los recursos naturales

Por - 27 de Octubre 2014

Es evidente que el sector minero – energético ha venido ocupando un lugar de la mayor preponderancia en la economía y en las finanzas no sólo de Colombia sino de América Latina.

Es evidente que el sector minero – energético ha venido ocupando un lugar de la mayor preponderancia en la economía y en las finanzas no solo de Colombia sino de América Latina.

Venimos de una largo ciclo de precios altos de las materias primas (entre ellas el petróleo) que se extendió por casi una década, entre el 2003 y el 2012. Las economías de los países emergentes encabezadas por China y la India, reconocidas como las aspiradoras de materias primas, lograron desacoplarse de la alicaída economía global y siguieron creciendo a tasas elevadas, lo cual contribuyó a este auge de las materias primas. Ello se tradujo en un auge inusitado del sector minero - energético, que creció durante todos estos años muy por encima del crecimiento del PIB al tiempo que jalonó el crecimiento de este, al punto que durante esta década la economía en su conjunto creció más que el promedio histórico del 4%.

Los mayores ingresos provenientes de las exportaciones del sector minero – energético, que han llegado a representar más del 70 % de las exportaciones totales, sumados a afluencia de capitales atraídos para ser invertidos en este sector terminaron por afectar la tasa de cambio y de contera la competitividad de las demás exportaciones. De esta manera se contagió la economía con la conocida enfermedad holandesa, por vía de la revaluación del peso frente al dólar, golpeando rudamente tanto la actividad agrícola como la industrial, las cuales decayeron fuertemente, ralentizando su crecimiento y perdiendo participación en el PIB.

Ahora tenemos una industria que a duras penas pesa el 12 % en el PIB, después de representar el 22 % a lo largo de los años 80; es decir que en la última década perdió 10 puntos porcentuales. Es lo que se ha dado en llamar el proceso de desindustrialización, que ha llevado a la industria no solo a perder participación en el PIB sino a su recesión. Lo propio ha ocurrido con el sector agrícola, el cual se ha encogido, pues según el Banco Mundial después de representar el 25 % del PIB en 1965 pasó a representar el 6 % (¡!) en 2012.

La circunstancia de la entrada en vigencia de la proliferación de tratados de libre comercio que se firmaron a tontas y a locas en concomitancia con la enfermedad holandesa contraída ha agravado la situación para estos 2 sectores. A ello se ha venido a sumar la contracción del mercado de las materias primas y la destorcida de los precios de las mismas, a consecuencia de la desaceleración del crecimiento de las economías emergentes. El boom minero – energético, entonces, tocó a su fin en 2012 y desde entonces entró en su cuarto menguante con todas sus consecuencias.

El resultado de este coctel es la crisis del sector externo de la economía; según el DANE, en los seis primeros meses del año 2014, las exportaciones colombianas registraron una disminución de 4,5 % con relación al mismo periodo del año anterior, mientras que las importaciones presentaron un incremento de 6,1 % frente al dato de igual fecha en 2013. ?Como lo advierte el experto Andrés Espinoza, “de acuerdo con el Banco de la República, la balanza de pagos de nuestro país registró, al 25 de julio pasado, un déficit anual en la cuenta corriente de 4.282 millones de dólares, superior al observado hace un año por valor de 3.030 millones de dólares. La ampliación del 41 % en la brecha externa –el talón de Aquiles de la economía nacional– evidencia el creciente déficit comercial de bienes de 3.151 millones de dólares y el déficit estructural de la cuenta de servicios de 1.132 millones de dólares”.

Y concluye diciendo que estamos abocados a que “la desaceleración de la demanda externa y el buen desempeño local pueden traducirse en una ampliación del déficit en la cuenta corriente, el cual podría “ubicarse en un rango entre 3,8 por ciento y 4,2 por ciento del PIB”, uno de los más elevados del mundo”. Esto es como para encender todas las alarmas y demanda de las autoridades económicas un timonazo, a riesgo de que si no se actúa a tiempo se cumpla la profecía de la maldición de los recursos naturales.

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