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¿La paz es la revolución?

Por Eduardo Mackenzie - 12 de Febrero 2015

Estamos en plena ofensiva del presidente Santos contra el derecho y el sistema jurídico colombiano. Esa extraña y violenta campaña no la hace él personalmente. La hace él, claro, pero por personas interpuestas.

Estamos en plena ofensiva del presidente Santos contra el derecho y el sistema jurídico colombiano. Esa extraña y violenta campaña  no la hace él personalmente.  La hace él, claro, pero por personas interpuestas. Y la hace en 2 tiempos y con 2 estilos. Pues la cruzada está montada para llegar rápidamente a todos los sectores, los altos y los bajos. Es una cosa bien pensada. Lo que Santos está enviando a la cara de todos es explosivo: el derecho y el ordenamiento jurídico del país son obstáculos para la paz y hay que quebrarlos.

Esa campaña comenzó en octubre pasado cuando Santos escogió la palabra “sapos” para dar el primer paso: “Los colombianos si quieren la paz, tendrán que tragarse algunos sapos”. Con ese mensaje tan bestial como efectivo neutralizó a quienes protestaban por la llegada de Romaña a la mesa de negociación de La Habana, es decir de uno de los jefes de las Farc con más muertos a las espaldas. Santos agregó algo muy cierto: “La paz se hace con los enemigos”. Por eso había que aplaudir ese viaje y la absolución, de hecho, de ese gran criminal. Hoy sabemos que aquello de tener que tragar sapos para alcanzar la paz va mucho más lejos.

El desmantelamiento del derecho y de la justicia es el otro sapo que debemos tragarnos. Esa ofensiva, ya sin disfraces, asomó la nariz en pasado 5 de febrero de manera curiosa: en una revista electrónica que es muy leída por cierta élite bogotana. John Carlin, un periodista británico, poco ducho en derecho, lanzó en Cartagena esta frase asombrosa a la revista Kienyke: “El secreto de la solución pacífica en Sudáfrica fue sacrificar la justicia para no perpetuar el dolor”.

¿Por qué no hacer lo mismo en Colombia? ¿Sacrificar la justicia para “llegar a la paz” no es acaso algo muy noble? El mensaje subliminal de fondo es: si eso hizo Nelson Mandela también lo puede hacer Juan Manuel Santos. La comparación es odiosa y desfavorable para el fallecido líder sudafricano. Sin embargo, así se abrió camino esa idea feroz de patear la justicia, y tirar a la cuneta las víctimas de la violencia,  para alcanzar la pretendida paz. Tal idea fue lanzada sin que nadie del poder judicial pusiera un grito en el cielo.

Ante ese silencio, ese mismo pensamiento reapareció con fuerza, y en su dimensión más monstruosa, 2 días más tarde, el 7 de febrero, en El Tiempo. Esta vez el portavoz de Santos fue nada menos que el magistrado José Leonidas Bustos, recién nombrado presidente de la Corte Suprema de Justicia. Yamid Amad, el entrevistador, resumió así el pensamiento de Bustos: “El derecho no puede ser un obstáculo para la paz”.

Esa idea de que el derecho, es decir la legalidad de un país, debe inclinarse ante otros imperativos como la paz, no es nueva. Stalin, quien gobernó la URSS sin respetar las leyes soviéticas (sí, estas existían en el papel),  no decía otra cosa: “La legalidad revolucionaria consiste en defender la propiedad socialista y no tiene otro objeto” (1). La labor de la Corte Suprema de Justicia de la URSS no era la de interpretar la ley y aplicar la ley sino la de retorcer la ley para acomodarla a las exigencias del poder. Pues la ley no era sino un estorbo para el dictador y sus secuaces. En Cuba hacen lo mismo: la revolución está por encima de la ley. Ídem en Venezuela donde los presos políticos, como Leopoldo López, no pueden presentar las pruebas de su inocencia, pues el derecho no puede ser un obstáculo al orden público, dicen allá los fiscales maduristas. El magistrado colombiano Bustos está sirviendo esa misma sopa: el derecho está por debajo de la paz. O la paz está por encima del derecho.

El fondo  gramatical y filosófico de todo esto es: la paz es la revolución. Por eso es que la paz aparece aquí, en el discurrir del magistrado Bustos, como una categoría absoluta, soberana, suprema, que puede estar por encima del derecho. Esa horrible inversión de valores es la esencia del mensaje que quiere hacer pasar el presidente de la Corte Suprema de Justicia como la cosa más natural del mundo. A eso hemos llegado en Colombia.

Eso quiere decir que para los nuevos operadores de justicia, al menos para los que están dispuestos a adherir a la soflama del magistrado Bustos, la revolución puede llegar por una vía diferente a la toma sangrienta del poder, pues la paz, una vez desembarazada del derecho, abre la puerta a la revolución.

A la luz de esa proclama queda más claro que nunca lo que está ocurriendo en La Habana. En esas conversaciones lo que está en juego no es la reconversión de un movimiento narco-terrorista en partido político desarmado, como los demás, para luchar por unas metas dentro de un marco democrático y de derecho. No, lo de La Habana es más ambicioso. Lo que se está negociando es buscar un marco político especial que les permita a las Farc hacer la revolución socialista tras el derrumbe del Estado de derecho. ¿Es lo que Bustos llama “mutuas concesiones”?

A la opinión se le dice que lo que están haciendo allá es únicamente buscar un “acuerdo de paz”, un cese definitivo de la guerra, lo cual exige “tragar muchos sapos”, es decir pasar por encima de la institucionalidad actual. Uno de esos sapos aberrantes  es “sacrificar la justicia”, y mostrar al derecho como un obstáculo para la paz-revolución.  El llamado “marco jurídico para la paz” es una anticipación práctica del enfoque revolucionario del doctor Santos y de su nuevo vocero el magistrado Bustos. Los acuerdos de La Habana estarán por encima de la Constitución y de la ley: esos acuerdos serán la nueva Constitución.  

Lo que sigue es el regreso a la violencia, pues donde no hay derecho hay anarquía y caos. Sin derecho, el más fuerte se impone. Es la ley de la jungla y el imperio de las minorías armadas.

¿Quien protestó ante la innovación jurídica que pretende imponer el poder central? Nadie. Salvo 2 insignes pensadores: el exministro y periodista Fernando Londoño Hoyos quien le acaba de dar una excelente clase de derecho penal al presidente Leonidas Bustos (2) y el escritor antioqueno Jaime Jaramillo Panesso (3).  Es mucho y es poco. El debate apenas comienza.

(1).- Obras completas de Stalin, tomo XIII, página 210 de la edición francesa.

(2).- http://www.lahoradelaverdad.com.co/editorial/renuncie-magistrado-jose-leonidas-bustos.html

(3).- http://periodicodebate.com/index.php/opinion/columnistas-nacionales/item/7711-el-leon-de-la-magistratura