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La promesa de valor

Por - 02 de Agosto 2016

La promesa de valor en cualquier actividad económica tiene que ver con que el cliente termine satisfecho al consumir un bien o un servicio, pues la expectativa que surgió en él, de acuerdo a lo que el oferente promocionaba, resultó cierta.

La promesa de valor en cualquier actividad económica tiene que ver con que el cliente termine satisfecho al consumir un bien o un servicio, pues la expectativa que surgió en él, de acuerdo a lo que el oferente promocionaba, resultó cierta.   Si esta promesa no se cumple, el mencionado cliente se dirigirá al consumo de otras marcas o bienes sustitutos que le satisfagan o expresará su voz de rechazo ante las autoridades competentes.   Lo mismo ocurre en un sistema de político bien estructurado, alejado de la maquinaría y la corrupción como por ejemplo el de los países escandinavos, la promesa de valor se cumple o el costo político es inmenso. España lo sabe.   En Latinoamérica las marcadas diferencias económicas y sociales han sido combustible para que la corrupción política avance. Hasta se dio paso al populismo a través del socialismo del siglo XXI. Sin embargo, la promesa de valor rota pudo ser reclamada en países como Argentina, Brasil, Bolivia y de a poco en Venezuela a pesar de la represión de su régimen.   En Colombia, las ofrendas rotas recientemente no son pocas y sin duda hacen dudar que la promesa de valor del plebiscito por la paz resulte cierta. La primera en romperse fue la de la seguridad democrática. El gobernante se hizo elegir con dichas banderas y luego terminó enfocando sus energías por un camino abiertamente opuesto a la expectativa que tenían los ciudadanos.   Justamente una de las promesas de valor rotas de mayor recordación es cuando el gobernante actual, Juan Manuel Santos, le afirma al entonces candidato Antanas Mockus las siguientes palabras: “yo le puedo firmar aquí en piedra, en mármol si quiere, en lo que usted quiera, no voy a subir tarifas”; y hoy vamos para la cuarta reforma tributaria en menos de 6 años, en donde su mal diseño como por ejemplo el impuesto al patrimonio, han hecho que se destruya riqueza y que el país se encuentre económicamente desacelerado.   También vale la pena preguntarse qué pasó con la promesa de valor del Pacto Agrario en septiembre de 2013, que se supone aseguraba recursos por un billón de pesos para 2014 para el sector. Al parecer sin valor la palabra, pues apenas hace un par de meses, nuestros campesinos protestaban por el no cumplimiento de dicha promesa. Igual ocurrió con el Plan Colombia Siembra.   ¿Qué habrá pasado con la reconstrucción de Gramalote, Norte de Santander o de Útica, Cundinamarca, municipios afectados por fenómenos naturales en 2010 y 2011? Promesas de valor rotas.   En fin, existen gran cantidad de elementos que en diferentes instancias se han prometido por parte del Gobierno actual, y que al igual que cualquier marca de producto que opta por la publicidad engañosa, o por no cumplir la promesa de valor, termina gastando su nombre y generando una imagen contraria. De allí que la popularidad actual del presidente Santos ronde apenas el 21 % respecto a quienes aprueban su gestión con un 72 % de opinión desfavorable.   La pregunta actual que nos debemos hacer es si todo eso “bueno” que se promete ocurrirá como producto de los acuerdos de La Habana y del plebiscito realmente pasará, o si terminará siendo simplemente otra estrategia de mercadeo, aprobemos lo que no debemos en el nombre de la paz y en 17 años nos estemos lamentando profundamente de nuestros errores como hoy lo hace el pueblo venezolano.