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¡No marches, Vota!

Por - 01 de Marzo 2023

Si los jóvenes que salen a protestar comprendieran remotamente la esencia de lo que son, lo que representan en la órbita social y lo que significan para el futuro de la sociedad colombiana, hoy no se sumarían a las marchas,…

Si los jóvenes que salen a protestar comprendieran remotamente la esencia de lo que son, lo que representan en la órbita social y lo que significan para el futuro de la sociedad colombiana, hoy no se sumarían a las marchas,…

…ni replicarían sin control manifestaciones, ni acumularían puntos en paros, ni multiplicarían las acciones irresponsables que, activa o pasivamente, degeneran en irrupciones vandálicas, o en salvajes crímenes contra policías. Hechos que a la final no conducen sino a desprestigiar las luchas estudiantiles, a desvirtuar las sanas reivindicaciones democráticas o a desfigurar legítimas búsquedas en el mejoramiento de la educación.

Claro que las actitudes valentonas como las de romper vitrinas comerciales y ocasionar desastres intimidatorios en bienes públicos generan cierta adrenalina, alivianan el alma de algunos desesperados y calman aparentemente la sed de destrucción de uno que otro lumpen, pero consiguen es todo lo contrario, alimentar odios, deslegitimar la lucha social y provocar el efecto negativo en cuanto al apoyo popular que supuestamente se busca para hacer eco y ser escuchados por el gobierno. Pero lo que no harían los estudiantes sería voltear el rumbo de sus causas contestatarias para que terminen perjudicados al final de la cadena los más vulnerables, tengan mayores dificultades los más pobres y se desestabilice la economía en detrimento de los más necesitados.

Si entendieran su papel en la construcción social, su compromiso con la sociedad y su responsabilidad histórica, asumirían con dignidad su condición privilegiada y trascenderían de ese rol histérico que exhiben en las marchas para dar un salto cualitativo más que cuantitativo, con el fin emprender la revolución pacífica que sueñan dirigida a lograr cambios estructurales en la forma de gobernar, la cual no es secreto que es la principal causante de las desigualdades sociales y de los centenarios descuidos en materia del bienestar de las amplias masas.

No saldrían a marchar con el reduccionista objetivo de ejercer el derecho a la protesta sino que se empoderarían de una actitud proactiva, propositiva y transformadora con miras a encontrar soluciones reales a los cambios necesarios para lograr la equidad y la justicia, las cuales no se necesita ser agudo para identificar que hoy se han tornado en imperativos éticos, si se quiere disminuir la brecha social, económica y política que subsiste en este abandonado territorio, vilipendiado por tirios y troyanos, ilegales y alegales, izquierdistas y derechistas, fachos y anarquistas, y en general por toda clase de irresponsables con la vida, la honra y los bienes, tanto públicos como privados.

Ya lo decía críticamente el cura Camilo Torres Restrepo en su “Mensaje a los Estudiantes”. Que estos son un grupo privilegiado en los países subdesarrollados y que las naciones pobres sostienen a costos muy altos a los pocos egresados de colegios y universidades, lo que hace que en Colombia el factor económico se haya convertido en determinante para la educación. “Los estudiantes son uno de los pocos grupos que tienen instrumentos de análisis sobre la situación colombiana, de comparación con otras situaciones y de información sobre posibles soluciones”, afirmaba.

Observaba Camilo que el estudiante universitario tiene doble privilegio, poder ascender en la escala social mediante los grados académicos y al tiempo poder ser inconforme y manifestar su rebeldía sin que esto impida su ascenso. Estas definiciones sociológicas sobre la lucha estudiantil se estrellaron estrepitosamente, por crueldades de la historia, con las ilusiones cortoplacistas y las gestas super revolucionarias que permitieron que los extremismos y radicalismos se tomaran los ámbitos democráticos y se apropiaran reaccionariamente de los espacios de la protesta estudiantil cualificada.

Esas ventajas o privilegios que pudieron hacer que los estudiantes de las décadas de los sesentas y setentas hubieran sido un elemento decisivo en la transformación social terminaron desperdiciados dolorosamente en puñados de héroes sin masas, dirigentes sin pueblo y valientes anónimos que sacrificaron sus vidas, incluso la del propio Camilo Torres, en beneficio del guerrillerismo que se apoderó de las luchas estudiantiles en Latinoamérica y de las expresiones foquistas que en el mejor de los casos acabaron en carniceros autoexterminios como sucedió con el ELN, la organización guerrillera que envolvió a Camilo para luego en un acto militarista irresponsable llevarlo a la muerte y poder exhibirlo como héroe guerrillero y no como líder ideológico o dirigente de masas, que era lo que en realidad fue el cura rebelde.

En todo caso, esa fase agitacional que hubiera sido una perfecta tribuna estudiantil de gran eficacia, quedó truncada por el aventurerismo y por toda clase enfermedades del infantilismo de izquierda que se apoderaron de las justas causas populares y absorbieron lo más granado de la inteligencia estudiantil de la época. Camilo desde la década de los 60 identificaba que en la fase organizativa la labor del estudiantado había sido secundaria en Colombia. “En la lucha directa, no obstante las honrosas excepciones que se han presentado en nuestra historia revolucionaria, el papel tampoco ha sido determinante”, decía Camilo sobre los estudiantes.

Presagiaba Camilo que “la labor agitacional era importante pero que su efecto real se perdería si no iba seguido de la organización y de la lucha por la toma del poder”. Y aunque en aquella época estaba contaminado por la idea de que se vivía una etapa preinsurreccional, la premisa se mantiene vigente. Si los estudiantes quieren cambiar el país deberían tomarse el poder. Ya no por la vía del M19 que decía “con el pueblo, con las armas, al poder”, ni por la de los comunistas y las FARC que hablan de “combinar todas las formas de lucha”, ni con la consigna del ELN “El poder nace del fusil”, sino que la tarea revolucionaria que se impone es “Tómese el poder legislativo”, o sea votar por un nuevo parlamento que provenga del escrutinio juvenil, que derrote las maquinarias y que proponga fórmulas viables desde la democracia.

Quizás eran épocas distintas pero la esencia del mensaje es la misma. Ayer el propio Camilo invitaba desde el periódico Frente Unido a “No votar, organizarse y luchar”, porque se reivindicaba el abstencionismo como una bandera agitacional previa a la etapa insurrecional que supuestamente se vivía. Pero hoy después del fracaso del proyecto comunista de los países de “La Cortina de Hierro”, luego de los experimentos confusos del Socialismo del Siglo XXI en Cuba, Nicaragua y Venezuela, el grito estudiantil responsable sería: “No marchar, organizarse y votar”. Habría que invertir la fórmula y gritar: “Votar, no marchar”. Si los estudiantes comprendieran su rol histórico organizarían comités locales, municipales, departamentales y nacionales para llevar listas que reemplazaran esa clase política corrupta para construir un parlamento juvenil emanado de liderazgos reales y comprometidos con las causas sociales.

Pero contra esto atenta precisamente la esencia pequeñoburguesa que describe Camilo al afirmar que la principal causa para que la contribución del estudiante sea transitoria y superficial es su falta de compromiso en la lucha económica, familiar y personal. Camilo Torres sabía lo pasajera que es la efervescencia juvenil. “Su inconformismo tiende a ser emocional (por sentimentalismos o por frustración) o puramente intelectual”, decía en su mensaje en el que definía con lujo de precisión que las circunstancias ocasionaban peligros para una respuesta madura y responsable de parte de los estudiantes frente al momento histórico.

Decía Camilo que el estudiante, generalmente aislado de obreros y campesinos, podía creer que “bastaba una actividad revolucionaria superficial o puramente especulativa” y que la falta de contacto social podía hacer que el estudiante traicionara su vocación histórica, ya que cuando el país le exigiera una entrega total, el estudiante continuaría solo con palabrería y buenas intenciones. Y que si las masas le exigían “un trabajo cotidiano y continuo, el estudiante se conformaba con gritos, pedreas y manifestaciones esporádicas”.

Por eso exhortaba a los estudiantes a que tomaran contacto con las auténticas fuentes de información para determinar cuál era el momento, cuál su responsabilidad y cuál tendría que ser en consecuencia la respuesta necesaria. “Eso no se la podrían decir, con la debida autoridad, sino los obreros y campesinos”. Es cuando los estudiantes "ascienden a la clase popular”, sin ningún paternalismo y con ánimo, de aprender más que de enseñar. Así podrán juzgar objetivamente el momento histórico y así se deberían tomar el poder por las urnas.

Para que no terminen como vaticinaba Camilo que “al término de la carrera universitaria el inconformismo desaparezca o por lo menos se oculte y el estudiante rebelde deje de serlo para convertirse en un profesional burgués que para comprar los símbolos de prestigio de la burguesía tiene que vender su conciencia a cambio de una elevada remuneración”. Para que los viejos de las décadas revolucionarias podamos cantar con Violeta Parra:

“Me gustan los estudiantes

Porque son la levadura

Del pan que saldrá del horno

Con toda su sabrosura

Para la boca del pobre

Que come con amargura

Caramba y zamba la cosa

¡Viva la literatura!”