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Perdiendo la vergüenza

Por Miguel Gómez Martínez - 17 de Septiembre 2020

Los ciudadanos trazan líneas a punta de trompadas y linchamientos. La gente imparte justicia y define los principios de autoridad.

La semana anterior fue marcada por la violencia. La violencia horrible del abuso mortal de dos elementos de la Policía contra un ciudadano. Preocupa la falta de profesionalismo de los patrulleros y resulta aterrador su ausencia de humanidad. Algo está mal en el proceso de entrenamiento que lleva a comportamientos de esa naturaleza.

Y luego hubo violencia innecesaria contra ciudadanos, bienes públicos y la Policía. Los que estaban indignados por lo acontecido no eran seguramente los causantes de las muertes y los destrozos. Eso fue trabajo de personas organizadas que atacaron en simultánea y en distintos lugares de la capital. Es evidente que se trataba de gente entrenada que sabe cómo lograr el máximo efecto destructivo. Y aparecen los desadaptados que aprovechan cualquier evento para saquear, robar, atracar y obtener beneficios para sus pandillas. Se calcula que en Bogotá hay 800 pandillas en las 20 localidades en que se encuentra dividida la ciudad.

La verdad es que, como sociedad, ya no tenemos vergüenza. Perdimos el respeto a todo desde las instituciones, la propiedad, la justicia, los medios, los políticos o las figuras de autoridad como la Policía, maestros, religiosos e incluso los progenitores. Ni Dios merece temor reverencial.

Puede ser que muchas no inspiren ya el respeto, pero en Colombia el tema se ha salido de límite. Cualquier excusa es válida para desconocer las normas. Entramos en un relativismo donde la palabra clave es "depende". Cada cual acomoda su posición a las circunstancias que más le convienen. Contribuye a este desorden las decisiones judiciales que se contradicen o se modifican según los caprichos de los jueces. Un día es claro el sentido de una ley, pero mañana puede ser exactamente inverso. La incertidumbre sobre lo que es permitido o prohibido alimenta esta actitud donde no hay límites ni seguridad sobre las consecuencias de los actos. Nadie se atreve a pronunciar la palabra "No".

Quienes destrozan los bienes públicos saben que no les pasará nada pues no hay un juez que los haga responsables. La ciudadanía se estimula cada vez más a romper las normas y cruzar las líneas de la legalidad. Se nos olvidó que la escuela más importante es el hogar donde deben inculcarse los principios básicos de convivencia. En los colegios se tolera la copia en los exámenes y en las universidades el plagio. En el trabajo se aceptan comportamientos antiéticos; en la vida pública se elige y reelige a quienes se sabe han desviado los recursos públicos.

Perdimos la vergüenza y sabemos que no pasa nada. La violencia, cada vez más frecuente, es el resultado de esta realidad. No en vano observamos preocupantes fenómenos de venganza relacionados con esta falta de control y sanción. Los ciudadanos trazan líneas a punta de trompadas y linchamientos. La gente impone su ley, imparte su justicia y define los principios de autoridad. Este el camino directo a la barbarie.

Coletilla: más de 650 proyectos de ley han sido radicados en la presente legislatura. El número no es normal. Muchas leyes es una mala señal de la salud de una democracia.

Miguel Gómez Martínez

Presidente de Fasecolda

[email protected]

Portafolio, septiembre 15 de 2020