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No culpen al pastoreo del cambio climático

28 de Febrero 2023

La ganadería existe desde hace milenios y el calentamiento global es algo reciente. Un estudio se plantea el peso real de la actividad pastoril en el deterioro del planeta.  

En los últimos años la preocupación por cómo la ganadería afecta al clima ha sido un tema recurrente de actualidad. El sector ganadero es considerado por organizaciones tan relevantes como la Fundación Gates o la FAO como un sector estratégico para la reducción de la pobreza y, a la vez, el mayor contribuyente del sector agrícola al cambio climático, con un 14,5 % del efecto invernadero causado por la humanidad.   Una atribución tan alta de emisiones a la ganadería deriva del metano en ventosidades y los óxidos de nitrógeno en estiércol, en rumiantes con dietas de alto contenido en celulosa. Las mayores emisiones son, por lo tanto, atribuidas a sistemas ganaderos de países pobres, sobre todo a sistemas pastoriles de zonas agrarias marginales con muy pocos insumos y baja productividad. De ahí derivan las recomendaciones para optar por dietas veganas, pero es conocido el problema de malnutrición infantil en países en desarrollo precisamente por la escasa participación de los alimentos de origen animal en las dietas locales.   Otras recomendaciones se centran en cambiar la carne de rumiantes (ovejas, cabras y, sobre todo, vacas) por cerdos y pollos, que derivan en proponer que la agricultura industrial es tan sostenible como la ecológica. Una vez más, ésta es una recomendación problemática, pues la opción agroindustrial requiere de altas inversiones de capital que los ciudadanos más pobres no pueden permitirse, circunstancia que a menudo condena al fracaso a proyectos de desarrollo bienintencionados.   La ganadería extensiva es además, en general, una actividad estratégica para evitar la pobreza. Logra producir alimentos de alta calidad y valor nutricional en áreas donde solo crece hierba y otras actividades productivas no son posibles (tierras áridas, montañas y zonas frías). Está bien caracterizado su papel en el mantenimiento de funciones clave de los ecosistemas y por lo tanto del bienestar de la población rural, como el reciclado de nutrientes que mantiene la fertilidad del suelo, la dispersión de semillas, o el mantenimiento de la biodiversidad. Los defensores del bienestar animal también consideran al pastoreo la mejor forma de obtener productos animales. Todos estos argumentos no solo son relevantes para países en vías de desarrollo, sino también para los desarrollados que necesitan de políticas de rurales o de protección del medio ambiente, o que tienen una opinión pública cada vez más sensibilizada con los derechos de los animales.  

En un estudio que acabo de publicar hemos aclarado la cuestión de la ganadería extensiva en las cuestiones climáticas. Es algo que no acababa de encajar, teniendo en cuenta que el pastoreo tiene diez milenios de existencia y el cambio climático de origen humano tiene 200 años. Los escasos estudios disponibles (de Norteamérica y Siberia) que estiman cuánto metano y óxidos nitrosos emitirían los herbívoros silvestres en paisajes libres de la influencia del hombre, obtienen que dichas emisiones no difieren significativamente de las que causa la ganadería. Es de suponer, incluso, que a igual contenido de celulosa en la dieta el ganado emite menos, pues ha sido seleccionado por el hombre bajo criterios de eficiencia productiva. El papel de las termitas en las zonas tropicales es insuficientemente conocido, pero también son candidatos a ocupar el nicho del ganado doméstico en los trópicos si éste desaparece, emitiendo cantidades parecidas de gases de efecto invernadero. En un improbable escenario de matorralización masiva por falta de mamíferos herbívoros o de termitas, los incendios masivos a los que daría lugar también tendrían una combustión imperfecta que emitiría ingentes cantidades de gases de efecto invernadero. Se hace así urgente una redefinición de las metodologías de medición de la huella ecológica, que tengan en cuenta las emisiones naturales de los ecosistemas.   Las políticas mundiales han buscado durante mucho tiempo la reconversión del pastoreo en otras formas de ganadería durante mucho tiempo, y es algo que cada vez más se ve como un gran error. Las políticas climáticas no son una excepción, y es necesario reconsiderar al pastoreo como un modo de producción sostenible, con muy bajo uso de combustible fósil y bajo impacto. Pero eso no quiere decir que no se deba innovar: igual que se pide matizar los impactos de cada especie ganadera, también se debe distinguir entre tipos de ganaderías. Las soluciones consideradas deben ser distintas dependiendo del sistema ganadero. Así, dentro del pastoreo se pueden buscar aditivos suministrados al ganado que mejoren la eficiencia de la digestión, consiguiendo tanto una disminución de las emisiones como un incremento de la productividad de los animales. Las cocinas de gas alimentadas con biodigestores de estiércol pueden ser una de las soluciones al gravísimo problema de calidad de aire dentro de los hogares de los países en desarrollo, y además contribuyen a convertir el metano en dióxido de carbono, que tiene un efecto invernadero menos intenso. Es posible un desarrollo que beneficie a los más pobres y también al planeta.   Por: Pablo Manzano

Investigador de la Universidad de Helsinki. Texto original en el siguiente enlace.