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Chávez, el déspota

Por - 08 de Marzo 2013

Supe la muerte de Chávez cuando leía un prólogo de Vargas Llosa al ensayo de Isaiah Berlín “El Erizo y la Zorra”. Tal vez compensación subconsciente, por mi decisión de no leer nada nuevo del autor de la “Casa Verde” después de su fallida novela “El Sueño del Celta”. Hizo crisis el afán comercialista de un libro anual.

Supe la muerte de Chávez cuando leía un prólogo de Vargas Llosa al ensayo de Isaiah Berlín “El Erizo y la Zorra”. Tal vez compensación subconsciente, por mi decisión de no leer nada nuevo del autor de la “Casa Verde” después de su fallida novela “El Sueño del Celta”. Hizo crisis el afán comercialista de un libro anual.

El caudillismo de Chávez convirtió a la “Venezuela Bolivariana” en un laboratorio dinámico de lo que Berlín llama las “verdades contradictorias” o de los “fines irreconciliables”. (Lea: Hugo Chávez murió y con él termina una era en Venezuela)

En la historia se resalta el caso del lema de la revolución francesa: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. Al tratar de llevarlos a la práctica resultaron enfrentados. El  análisis del filósofo latvio-británico es indispensable para comprender al Estado, a la Sociedad y al ejercicio del poder contemporáneos.

Después de oír al verboso Chávez, en los inicios de su gobierno, García Márquez escribía: “no sé si será el salvador de Venezuela o el socorrido déspota”. Desafortunadamente, Chávez escogió para dirigir a Venezuela el despotismo, agregando así su nombre a esa institución tan propia de Latinoamérica desde el siglo XIX: el Caudillo. (Lea: Trasladan restos de Chávez)

En solo Venezuela recordamos  a Páez, Guzmán Blanco, Monagas, Cipriano Castro y a Juan Vicente Gómez quien gobernó con mano dura desde 1908 hasta 1935. Interpretando a Berlín, Vargas Llosa dice que “la libertad siempre está ligada a la coerción, es decir, aquello que la niega o la limita”. Esta es la “libertad negativa” en la cual al individuo y a la sociedad se le respeta su soberanía, fundamento esencial de la democracia pluralista.

La libertad “positiva” impulsa a los dictadores a apoderarse de toda autoridad para derrotar, según ellos, la desigualdad que implica el pluralismo. Y en el intento de lograr la igualdad, imponen un criterio totalizador de la sociedad. Como Chávez, quien si bien dejó avances en reducción de pobreza y en educación, asímismo dejó su patria llena de terribles milicias bolivarianas, cerrada o amordazada la prensa libre y las cárceles llenas de opositores políticos.

Además, como persiguió a los empresarios, liquidó el aparato productivo venezolano, lo que hace imposible la sostenibilidad de sus políticas sociales, con las cuales se instaló en el alma de los venezolanos, quienes lo acompañaron con el corazón, masiva y llorosamente.

Completemos el cuadro: la deuda externa llega a 150 mil millones de dólares, la inflación es la más alta del mundo, un millón  de barriles diarios de crudo se dejó de producir por la antitécnica y arbitraria intervención en PDVSA, más los regalos de petróleo a Cuba y a varios países del ALBA, cuando en Venezuela ya no se encuentra que comer. (Lea: Nido de víboras)

Es la tragedia permanente que acompaña a la vieja utopía del socialismo. Chávez repitió esa conocida historia. Al bravo pueblo, que pretendió liberar, lo dejó lleno de fusiles, pero sin leche y sin pan. Ese será su legado. Nunca he creído en su aporte a la paz de Colombia.