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Descubra su juego con las Farc señor Santos

Por Eduardo Mackenzie - 23 de Abril 2014

El presidente Juan Manuel Santos aprovechó su viaje a México para hablar con un periodista que conoce mal la vida de Colombia.

El presidente Juan Manuel Santos aprovechó su viaje a México para hablar con un periodista que conoce mal la vida de Colombia. Lo hizo para lanzar mentiras como si fueran verdades, y para atacar violentamente a sus opositores, calificándolos de “neonazis” y de “neofascistas”, como hacen las Farc desde antes de que él, Santos Juan Manuel, tuviera uso de razón. Ante semejantes faltas morales su pobre interlocutor, por ignorancia, no pudo sino tragar entero.

El primer embuchado, el menos grave quizás, fue retratarse como un político “de extremo centro”, y decir que Tony Blair, su pretendido mentor político, fue un centrista. Decir que la “tercera vía” de Blair fue una corriente “ni de derecha ni de izquierda” es mentir. El blairismo fue visto por sus críticos como un “neoliberalismo sin complejos”. Blair rechazó las veleidades estatistas y jamás pretendió frenar o hacer anti capitalismo. Por el contrario,  el siguió el camino abierto por Margaret Thatcher y John Major de la reducción de impuestos y moderación de la legislación social para  mejorar la competitividad de las empresas y relanzar la economía.

El viejo laborismo que quería reformar el capitalismo había llevado a la Gran Bretaña a la quiebra, a ser vista como “el hombre enfermo de Europa”. Santos dice eso para disimular a su verdadero inspirador, el español José Luis Rodríguez Zapatero, partidario de diálogos de paz con ETA e impulsor del asistencialismo socialista que llevó a su país a la crisis  que sabemos. Tony Blair no solía acusar a sus críticos de ser “neofascistas”. En cambio, en la terminología de los partidos comunistas quien no estuviera con ellos era fascista.

De manera subliminal el presidente Santos reveló que su intención en las negociaciones con las Farc no es erradicar esa maquinaria criminal sino “erradicar” a quienes se oponen a las Farc. Lo dijo al abordar el punto de la frase de María Fernanda Cabal sobre Gabriel García Márquez. En lugar de bregar con esa frase --puntual y por la cual la representante se excusó--, Santos  utilizó eso para dejar ver que no compartía el odio legítimo que pueden sentir los colombianos por las Farc y por todos los que las ayudan de alguna manera. Y lanzó una siniestra advertencia: “Eso es lo que queremos erradicar del país”. En otras palabras, para Santos, el odio, el rencor, la polarización (sin hablar de la montaña de crímenes), no vienen de las Farc. Vienen de los adversarios políticos de éstas y de sus víctimas. Produce escalofríos ver a un presidente de la Republica confundido hasta ese punto. (Columna: A la desesperada)

La más grave mentira fue decir: “Están tratando de manipular sectores del Ejército con mentiras, con rumores falsos: por ejemplo, están diciéndole a los militares que los van a reducir a su mínima expresión”. La oposición, en realidad,  no ha inventado nada. Son las Farc las que, desde hace décadas, insisten en ese punto de la “reducción” de las Fuerzas militares y de policía de Colombia. ¿Santos olvidó acaso que el 18 de octubre de 2012, en Noruega, al comenzar los diálogos, Iván Márquez, jefe de los negociadores de las Farc, advirtió que “la paz no significa el silencio de los fusiles, sino que abarca la transformación de la estructura del Estado y el cambio de las formas políticas, económicas y militares” mientras criticaba, como informó la prensa  “el abultado presupuesto del Ministerio de Defensa”? Después, ese punto siguió apareciendo en varios comunicados de las Farc.

Las Farc quieren desbaratar la fuerza pública actual para hacer un “ejército popular”, como el que trató de hacer Chávez en Venezuela.

Luego, si hay “manipulación” al respecto, esta no viene del Centro Democrático, ni de la oposición, sino de las Farc. En su afán por mostrar a las Farc como un socio que dialoga lealmente y sin ambiciones totalitarias, Santos ha perdido el hilo de esa historia. ¿Está tratando de decir que los colombianos debemos despreocuparnos de esa gravísima exigencia del narco-terrorismo?

En cambio, Santos no dijo una sola palabra en esa entrevista sobre la impunidad que las Farc exigen para premiar sus crímenes y mostrar su triunfo sobre el Estado, y que el Gobierno aceptó al hacer aprobar el “marco jurídico para la paz”. ¿El periodista ignoraba eso, o creyó que incomodaría a Santos si le preguntaba al respecto?

Santos negó que el proceso “de paz” sea opaco. Él estima que hay transparencia. Sin embargo, él mismo se contradice. “No queremos que la gente empiece a opinar sobre apartes del proceso”.  El tono que emplea Santos es detestable. “La gente” no merece otra cosa que seguir en la ignorancia, en la obscuridad. Pues “la gente” puede arruinar sus planes. Oigámoslo otra vez: “Si permitimos que la gente diga esto no me gusta o esto sí me gusta, entonces el proceso se va debilitando. Yo quiero que el pueblo colombiano juzgue el proceso cuando esté todo acordado.”

Los colombianos, para Santos,  somos débiles mentales. No tenemos derecho a saber lo que él está pactando con las Farc y con los Castro. Santos está negociando nuestras vidas, nuestras propiedades, nuestros derechos, nuestro futuro,  con un movimiento criminal apoyado por la dictadura cubana, y quiere que no pidamos ni información ni explicaciones.  Santos exige que “la gente” no opine siquiera sobre lo que está ocurriendo. ¡Es increíble! Santos demuestra que su pretendido democratísimo no existe, que detrás de su fachada lo que hay es un privilegiado que desconfía del pueblo. Santos es, pues, un hombre feudal, un esclavista, un déspota oriental que no quiere sino gente dócil a su servicio y sin derechos.

¿Santos busca manipular las conciencias de “la gente”? Nada más fácil. No es sino que él “pinte el cuadro” indicado, diga qué hay que pensar y qué sacrificios hacer, y todos caeremos ante los pies de una  perspectiva luminosa: la de una paz sin democracia en cambio de una democracia en paz. Óiganlo de nuevo:   “Si uno les pinta el cuadro de todo lo que significaría la paz en Colombia y el precio que hay que pagar, no me queda la menor duda de que el pueblo colombiano va a apoyar, y en forma contundente, que sí haya paz.”

Los colombianos,  una tropa de borregos. Esa es la visión que Santos, el presidente-candidato,  se hace de nosotros. El “pinta un cuadro”, que puede ser falso, y todas las dudas se esfuman.

Santos traicionó a sus electores hace cuatro años y nunca se enmendó. No tiene derecho a pedirle a los electores que confíen en él. La oposición hace su trabajo cuando le pide cuentas a Santos sobre su juego con las Farc. Esa negociación secreta de la paz que quieren las Farc,  es la que ha creado las enormes tensiones que oponen la opinión pública y Santos. Con insultar a la oposición no se arreglan las cosas. Santos debería destapar su juego con las Farc, no limitarse a decir “hemos avanzado mucho”. Debería decirlo todo de una vez, sacar los documentos de la caja fuerte,  y hablarle con sinceridad a los colombianos, sin intermediarios. Hasta hoy las Farc son las únicas que se expresan sobre lo que se pacta en La Habana. Y el país esta horrorizado con lo que oye.