Pueden sonar a tragedia, pero por tanto manoseo, hay frases que se han vuelto lugar común. Aun cuando si hay una que se conserva fresca, es: dolor de Patria. No se ha degradado.
Conciliar, que se presenta como fórmula para resolver el volumen de litigios que debe resolver una justicia congestionada, y la tonta reconciliación, que propone hasta perdonar los asesinos de los abuelos, dizque para proteger nuestros nietos. Porque ahora los gobernantes tienen amores peligrosos.
Quienes creen que el amor es solo un placer están fuera de foco. Quien mucho quiere, mucho sufre. Una mágica sensación que integra a personas que viven no sólo una vida sino otra, la ajena, ahora que la frivolidad impuso un tour al zoológico de la Habana.
La hermosa enciclopedia del absurdo que es el bolero, abunda en sentencias enjundiosas. Por un momento de paz y de placer, hay 20 de dolor dice una, con pesimista observación. (Lea: "La democracia se fortalece derrotando en crime": Lafaurie)
Pero no solo es el amor a la pareja, también el dolor y el amor a la Patria, Porque hoy aparece un amor perverso, disparatado o hipócrita, a unos subversivos que han lacerado nuestro país. No podemos asumir más dolores dizque para evitarlos en el futuro.
Nos pueblan ansiedades no resueltas, frustraciones y temores, y debido a ello, vienen momentos de confusión. Tenemos que superar la adversidad y la injusticia. Asumir las complejas responsabilidades propias de un largo viaje hacía la comprensión del ser.
Asociamos el dolor con debilidad y por eso nuestra reacción primaria suele ser de rechazo, de disgusto, de defensa. Pero el dolor es un síntoma, no es la causa. hay que restañar la herida que lo produce.
Al no enfrentar el problema en sus propios términos, nos volvemos contradictorios y neuróticos. Por eso es preciso reconocer las causas y la zona afectada. La única terapia posible es soñar que tendremos mejores momentos. Es imperativo cambiar muchas cosas, traducir en hechos nuestra sensibilidad social, pero nunca entregar principios como la justicia y la institucionalidad.
Necesitamos hacer un trazado heroico de horizontes más amplios. Que nuestro país atropellado por la miseria y la naturaleza, por la violencia y la injusticia, pueda decir como lo hace un verso de Neruda: "La luz vino a pesar de los puñales". Pero hasta donde se puede perdonar? A donde llegaremos en ese sendero de someterse a pretensiones de unos malhechores?
Con eufemismos como justicia transicional o justicia restaurativa no pueden maquillar la impunidad. Todavía menos esa postración de los principios del Estado de derecho ante unos criminales. (Lea: Las Farc predican desde la prensa española)
No podemos dejarnos contagiar por una bobalicona tendencia de entregar el país a caprichos de subversivos. Si logramos la paz, que no sea a cualquier costo. Las instituciones y la justicia no pueden sufrir menoscabo por debilidad, o por ambiciones reeleccionistas.


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