Desde el amanecer de los tiempos, la carne ha sido parte esencial de nuestra alimentación. No hay duda de que en nuestras mesas, en nuestras tradiciones y en nuestro diario vivir, la carne roja siempre ha tenido un lugar importante.
Basta con recordar que no solo es un alimento, sino un símbolo de trabajo, esfuerzo y supervivencia. En medio de tantas modas y discursos que quieren hacer ver que lo vegetal es la panacea para todos los males, es conveniente aclarar que la ciencia y la experiencia demuestran que comer carne con moderación sigue siendo necesario y saludable para millones de colombianos y del mundo entero.
La gente de campo, aquella que trabaja con sus manos, sabe que no hay sustituto para la carne. La mayoría de las familias siguen incluyendo en su alimentación diaria este producto, que aporta nutrientes fundamentales para mantenerse fuertes y sanos.
Estudios recientes, como los del Smart Protein Project, muestran que solo una minoría busca abandonar la carne, porque entienden que es un alimento que ayuda, que nutre y que no se puede reemplazar fácilmente.
La carne roja es un tesoro nutricional difícil de sustituir. Nos proporciona proteínas de alto valor biológico, que sirven para crecer, mantener los músculos y recuperarse del esfuerzo. También nos da hierro en la forma hemo, que se absorbe mucho mejor que el hierro de los vegetales. Esto es especialmente importante para mujeres, jóvenes y ancianos.
Además, aporta vitaminas del complejo B —como la B12— necesarias para que nuestro cuerpo tenga energía, funcione bien y no andemos cansados todo el tiempo. Sin olvidar minerales como zinc, fósforo, potasio y selenio, que fortalecen nuestro sistema inmunológico, los huesos y hacen que todo funcione como debe ser.
La carne no es cualquier cosa: es un aliado de los que más necesitan, de los niños en crecimiento, de los ancianos que no quieren perder su vitalidad, de las mujeres que cuidan su salud y de los trabajadores que día a día sacan adelante su hogar.
Eliminar la carne sin una razón sólida es arriesgado. La evidencia científica indica que sacarla de la dieta puede traer graves consecuencias: deficiencias en vitamina B12, hierro y zinc, así como una caída en la calidad proteica.
Todo esto puede traducirse en fatiga, fracturas, problemas en el desarrollo de los hijos y un desgaste innecesario en la salud pública. La solución está en la moderación, en escoger los cortes adecuados y en llevar una alimentación variada y equilibrada.
Es cierto que consumir en exceso carnes procesadas puede elevar riesgos como el cáncer de colon y problemas cardiovasculares. Pero la ciencia también deja claro que, si se consume con responsabilidad, la carne roja es parte fundamental de una buena nutrición.
No hay por qué renunciar a ella, sino usarla con prudencia y sentido común. La investigación de organismos internacionales, como el Global Burden of Disease, confirma que eliminar la carne en la adultez no trae beneficios, sino que puede traicionar nuestra salud y nuestros intereses.
En conclusión, no hay que dejarse llevar por las modas ni por las presiones ideológicas. La carne roja, en cantidades moderadas, forma parte del patrimonio de una buena alimentación. Es un alimento noble, que ayuda a vivir bien, que fortalece a las familias y que forma parte de nuestras tradiciones.
La clave está en usarla con responsabilidad, en fomentar la producción nacional y en cuidar nuestro entorno sin olvidar que lo fundamental es mantener el equilibrio, la calma y el sentido común. Solo así podremos seguir creciendo, con salud, con orgullo y con esperanza en un país donde cada uno asuma su papel y defienda sus raíces.