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Finalmente, el gobierno se equivocó. Ahora esperemos que el Congreso lo rectifique

Por Carlos Alonso Lucio - 18 de Abril 2021

Señores congresistas: si estudian lo que están discutiendo en otros lares, verán que no es cierto que la reforma tributaria sea tan necesaria, urgente e imprescindible, como plantea el ministro

Señores congresistas: si estudian lo que están discutiendo en otros lares, verán que no es cierto que la reforma tributaria sea tan necesaria, urgente e imprescindible, como plantea el ministro

Confieso que esperé, hasta el último minuto, que algún milagro despertara el instinto de conservación del gobierno para que no cometiera el grave error de presentar una reforma tributaria en estos momentos.

Ahora, una vez cometido, le corresponde al Congreso rectificarlo a través una de sus funciones primordiales: el control político. Para eso está.

Desde el mismo instante en que se conoció el articulado comenzaron a llover las críticas sobre diferentes aspectos puntuales tales como el castigo con el IVA a los servicios públicos de los estratos 4, 5 y 6, o la intención de morderles tajada a los siempre menguantes ingresos de los pensionados o eso que llaman ampliar la base tributaria de los contribuyentes que no es otra cosa que meterle la mano aún más a los bolsillos de más trabajadores, para citar algunos pocos ejemplos.

Sin embargo, la primera y grande discusión que hay que encarar aún no ha comenzado. Esperemos que los congresistas la asuman con la estatura intelectual y moral imprescindible; se trata de la discusión política por excelencia, política con P mayúscula: la conveniencia o inconveniencia de la ley.

Y en este punto es clave detenerse un poco a definir a qué tipo de conveniencia debemos referirnos. Lo digo porque esta vez también hemos dejado degradar el debate hasta la estrechísima geometría entre derecha e izquierda. Ya comenzaron a tronar las voces de los que reducen la discusión a que una reforma tributaria de esta naturaleza nos expone al peligro de caer en manos de la extrema izquierda y por el otro lado también pululan las de aquellos que no ven más allá de aprovecharse de la oportunidad de convertir la reforma en un inmejorable mazo con qué descalabrar al gobierno y al uribismo.

No. Lo urgente hoy es abordar una evaluación juiciosa sobre la conveniencia o inconveniencia, para la nación, que somos todos, de una reforma tributaria.

Antes de entrar en el entramado del articulado resulta pertinente responderse ciertas preguntas que busquen descifrar las razones que conduzcan a aprobar o hundir esta reforma tributaria.

Al margen de la jugarreta del nombre que le pusieron al proyecto de ley, el ministro Carrasquilla confesó su verdadera preocupación cuando dijo que dentro de unas pocas semanas veía enredados los pagos de las nóminas del Estado. Es decir que su mirada es fiscalista, su tema es el déficit fiscal y eso es lo que va a constituir su argumento central. Van a insistir en que la reforma es simple y llanamente necesaria, urgente, indispensable.

Y no es de extrañarse que el ministro piense así. Finalmente él forma parte de la escuela que ha tutelado el manejo la economía desde el Estado a lo largo de los últimos cuatro decenios. Es una escuela que soporta el manejo económico con el tinglado de lo monetario y lo fiscal por sobre cualquier otro horizonte de la economía. Hay una frase de Margaret Thatcher que bien puede contribuirnos a entenderlo: “No olvidemos nunca esta verdad fundamental: el Estado no tiene más dinero que el dinero que las personas ganan por sí mismas. Si el Estado quiere ganar más dinero, solo puede hacerlo endeudando tus ahorros o aumentando tus impuestos. No es correcto pensar que alguien lo pagará. Ese “alguien” eres tú. No hay “dinero público”, solo hay dinero de los contribuyentes”.

Aunque el planteamiento siempre tuvo mucho de discutible, lo cierto fue que se impuso y que terminó convirtiéndose en una especie de religión de los ministros de hacienda y de los miembros de las juntas monetarias. No obstante las diferencias que puedan tenerse con esta visión, también es de reconocer que sus adalides pueden mostrar resultados importantes en el mundo y en nuestra propia economía.

Hoy, más que desgastarnos en la discusión sobre qué tan buena fue su aplicación en el pasado, tiene más sentido preguntarnos qué tan pertinente sigue siendo, qué sentido tiene seguir sosteniéndola como algo inmodificable y sagrado, qué sentido tiene cerrarnos a nuevos planteamientos que están haciendo carrera en otras latitudes que nos han sido referentes como Estados Unidos y Europa.

¿Por qué cerrarnos a aprender de las experiencias monetarias y fiscales a que el mundo se vio abocado por las crisis telúricas de 2008 y 2013, cuando tuvieron que ser flexibles a la luz de sus ortodoxias fiscales y monetarias?

¿Por qué no mirar con espíritu abierto e innovador lo que están haciendo en otras partes para el desafío de reactivar las economías con las panorámicas opuestas en la reactivación del poscovid?

Es que llama poderosamente la atención que mientras los gringos y los europeos están inyectándoles dinero a sus economías y a sus emergencias sociales, aquí a los economistas no se les ocurre proponernos nada distinto que apretarnos aún más el cinturón y pedirnos sacrificios casi que imposibles de cumplir, humanamente hablando.

Señores congresistas: tengan la absoluta seguridad de que si ustedes estudian lo que están discutiendo en otros lares, si se abren a mirar las interesantísimas propuestas alternativas a la ortodoxia económica que cundió y que se desgastó, y por ahí derecho nos oxigenan y enaltecen el debate económico y social a los colombianos, podrán llegar a la conclusión de que no es cierto que la reforma tributaria sea tan necesaria, ni tan urgente, ni tan imprescindible, como lo plantea el ministro.

Por el contrario, podrán darle su justo valor al sentimiento de angustia, injusticia y desconcierto de nuestra sociedad.

El peor error que podría cometer el Congreso es no leer el estado anímico de nuestro pueblo. Encerrarse en ese autismo de clase política que amenaza como pandemia constituiría una tragedia para la democracia y un desastre para la economía que dicen querer salvar.

Si yo fuera congresista votaría por hundir la reforma, aún antes de entrar a la discusión, al menudeo, de su articulado.