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Fracturas

Por Miguel Gómez Martínez - 23 de Noviembre 2016

Sin consensos la democracia es inviable.

Sin consensos la democracia es inviable.

En una sociedad democrática debe haber una pluralidad de opiniones que deben ser respetadas porque su existencia son la prueba de la libertad. Pero debe haber también unos consensos mínimos, lo que Alvaro Gómez Hurtado llamaba “el acuerdo sobre lo fundamental.” Sin ello, la democracia es inviable.   En la horrible polarización actual de la sociedad colombiana, existen hoy unas fracturas que amenazan nuestro futuro.   La primera es la existente entra la clase política y los ciudadanos. No es un fenómeno nuevo pero se sigue agravando hasta un nivel absurdo. El Congreso es con el sistema judicial, el órgano más desprestigiado. Sus miembros son considerados como símbolos de la corrupción, la vagancia y la hipocresía. En el plebiscito por la paz quedó reflejada esa fractura.   Liberales, conservadores, radicales, partido de la U, Opción Ciudadana, Verdes e incluso el Polo Democrático apoyaron el sí y fueron derrotados. El Congreso está de espaldas a un país que piensa distinto y quiere opciones diferentes.   A este Congreso sin legitimidad ni prestigio quiere Santos darle la función de refrendar el segundo acuerdo de paz que es un maquillaje descarado del primero que fue fanfarronamente denominado por De la Calle como “el mejor acuerdo posible.” Nada de lo esencial cambia: los guerrilleros no irán a la cárcel, el narcotráfico será delito conexo y la jurisdicción especial estará por encima del sistema de justicia. Es el mismo Congreso que pupitreará, a las carreras y sin leerlo, la reforma tributaria más regresiva que se haya aprobado en Colombia.   La segunda fractura es aún más peligrosa. Esta es nueva pues se trata de la distancia creciente entre la ciudadanía y la prensa. Dominados por los intereses económicos, subordinados por la publicidad estatal y manipulados por el síndrome de lo “políticamente correcto”, han abandonado su compromiso con la verdad y no quieren investigar los abusos del poder. Se han prestado a todas las tretas de un Gobierno que hace del manejo de los medios su obsesión. Pero los ciudadanos no son tan incautos como ellos lo creen en su soberbia y desprecio de la opinión. La verdad sale a flote y deben tragarse los sapos de no haber visto el cambio de opinión en el plebiscito o haberse tragado sin masticar el montaje del hacker que le permitió a Santos la reelección.   ¿Sin un Congreso que represente a la Nación y sin una prensa independiente del poder se puede decir que vivimos todavía en democracia?   Kienyke, Bogotá, 22 de noviembre de 2016