Me siento obligado a advertir que no escribo este artículo con ninguna pretensión de experto o, siquiera, como un modesto divulgador científico puesto que no soy epidemiólogo, inmunólogo, microbiólogo, virólogo ni médico.
Si escribo es por una apremiante necesidad de esclarecimiento y explicación de lo que está sucediendo y de lo que puede suceder.
Y como no existe preocupación más presencial que la pandemia global he descartado cualquier distopía orwelliana y, mucho menos, consolarme con optimistas ucronías que me distraigan de lo que puede ser lo más inmediato y lo más probable de este desenlace.
No existe cadena radiofónica, televisión, prensa escrita o digital que no exhiba su particular oráculo o experto que no nos haya explicado ya casi todo sobre el COVID-19. En una aldea global hiperinformada, que tiene a un click, o en un pequeño dispositivo como un smartphone, más información que la Biblioteca de Alejandría y todo el Big Data que nos proporciona la Red de redes, no resta más que el acto supremo de la interpretación, ( …si admitimos con Nietzche que no existen hechos sino interpretaciones), y como el Big Data y las estadísticas las dejo como herramientas para los científicos y los “maîtres connesseurs”, pues yo voy a reflexionar sobre los asuntos del virus que me resultan más paradójicos y mundanos, o que, quizás, para el lector desprevenido, resulten más sugerentes o provocativos.
De las muy diversas estrategias que cada país ha tomado contra el COVID-19, sobresale la de Suecia, que ha optado por no restringir ningún derecho fundamental de sus ciudadanos (derecho de reunión, derecho de movilidad, inconstitucionalidad del confinamiento domiciliario…) y ha apelado a la estricta responsabilidad civil de higiene y “distancia social” y el especial cuidado de los mayores como población de riesgo. La idea central (de nombre muy sugerente) es la de la “Inmunidad de rebaño”, que no es otra cosa que admitir la posibilidad de que toda la población pueda quedar infectada pero más del 60% de la población consiga anticuerpos para reducir la pandemia.
No parece tan disparatada la idea si ya sabemos que hasta el 80% de la población mundial es asintomática y que aunque tenga el virus y pueda transmitirlo, no presenta patologías o trastornos de incapacidad o mortalidad, y que un país con un sistema sanitario eficiente y suficiente puede permitirse un contagio relativo que no colapse su economía.
Otros países como los asiáticos, con experiencia en viriasis zoonóticas (de origen animal), han recurrido a las tecnologías de detección e identificación por diagnóstico con test PCR (material genético del COVID-19) o test de exudado nasofaríngeo o sangre que detectan anticuerpos que confirman la presencia del virus. Esta información la vuelcan en aplicaciones digitales de geolocalización para controlar la cuarentena de los contagiados y advertir a todos aquellos que han estado en contacto con los contagiados.
En el “unlocking” ó desescalado que ya está realizando China, los jóvenes pueden acceder a las discotecas enseñando la App con iconos verdes o rojos (cual “pasaporte biológico”) que les permite el ingreso, …después del oportuno termómetro digital.
Esta disciplina castrense de China, la experiencia tecnológica de Corea del Sur, Taiwan o Singapur o el ejercicio de responsabilidad civil e inflexible cuidado de las libertades individuales de los suecos, se antojan un tanto remotas para el carácter extremadamente informal, afable y familiar de los latinos y los mediterráneos. Nos gusta tocarnos, abrazarnos, besarnos, reunirnos, …y esto le encanta a cualquier virus.
¿Y qué hará el virus?
Pues lo poco que sabemos de nuestro nuevo inquilino y enemigo invisible es que como todos sus parientes que ya tenemos inventariados ha venido para quedarse, porque como el comensal que nadie ha invitado y que desde la noche de los tiempos necesita parasitar a cualquier célula viva, no podrá más que hacerse resistente a nuestros envites o “mutar” su material genético para hacerse más benigno, no matar a su anfitrión y que la fiesta continúe.
Pero no se ha comentado demasiado que podría suceder algo más terrible todavía, que ya ha sucedido con otros virus: Una mutación, una nueva cepa, podría ser más virulenta que la primera ola (La “gripe española” de comienzos del siglo pasado fue más mortal en su segunda ola que en la primera).
Y tampoco olvidemos que las reacciones de nuestro Sistema inmunológico también nos pueden matar. Los epidemiólogos lo llaman “tormenta de citocinas”, una reacción desesperada de nuestro organismo ante la infección que acaba provocando un fallo multiorgánico (tormenta autoinmune).
Hoy nos hemos despertado en Europa con una nueva alarma de los Pediatras. Han aparecido “cuadros inusuales” en algunos niños que pueden estar asociados al COVID-19, con dolores abdominales, diarrea, vómitos, taquicardias o inflamación cardíaca (miocarditis) Y lo más preocupante es que en los test se confirma que algunos niños tenían el virus y otros ya lo habían pasado.
Se nos amplía el catálogo de contrincantes hostiles y una vez más la racionalidad instrumental de las ciencias se erige como el único escudo de supervivencia de la especie, sin olvidar que el enemigo cambiará de traje cuando llegue la lluvia, cuando vuelva el otoño.
Es, todavía, un desconocido, la vida es un rizoma con múltiples brotes…Y aquí seguiremos entre la “Inmunidad del rebaño”, la vara de Esculapio y la benevolencia mutante de otro inquilino que quiera seguir viajando con nosotros.
Luis León
(…desde algún rincón de Madrid)