Otra vez el campo sucreño, y en especial el gremio ganadero, es golpeado con la misma noticia que ya se ha vuelto paisaje del dolor: el hurto masivo de ganado. En esta ocasión, más de 40 reses fueron sustraídas de un predio en la sabana sucreña, confirmando que el abigeato no es un hecho aislado ni casual, sino una organización criminal bien estructurada, con redes de inteligencia, transporte y comercialización que operan con precisión quirúrgica. Lo que sucede en Sucre ya no puede calificarse de simple delito rural: estamos ante un cartel del abigeato.
Resulta inadmisible (por decir lo menos) que camiones de gran capacidad, tres o cuatro a veces, cargados de animales puedan salir de una finca, recorrer varios kilómetros y “desaparecer en menos de lo que muge una vaca”, sin que nadie lo note o lo detenga. ¿Cómo es posible que semejante logística pase inadvertida por las autoridades viales, los retenes o los puestos de control? ¿Quién avala los documentos sanitarios o las guías de movilización que supuestamente amparan esos traslados? ¿Cómo pasan por diferentes puestos de control sin ninguna restricción? Cada una de esas preguntas apunta a un punto ciego en la cadena de vigilancia y control, pero también a un problema más profundo: la corrupción y la connivencia en algunos niveles locales.
El abigeato en Sucre no es un fenómeno nuevo. Desde hace varios años el gremio ganadero viene alertando sobre el aumento progresivo del hurto de reses, especialmente en municipios de la sabana y la subregión San Jorge. Las denuncias en medios de comunicación y las voces de los productores coinciden en una misma preocupación: la falta de resultados contundentes. Aunque en ocasiones se han realizado capturas y son constantes los operativos, los delincuentes parecen tener siempre la ventaja. Actúan con información precisa sobre los movimientos en los predios, saben cuándo los dueños están ausentes, la rutina de los administradores y/o trabajadores, estudian de manera anticipada qué rutas usar y hasta qué caminos veredales les permiten pasar sin ser detectados (algo cierto es, que hay gente de la región comprometida que sirve como eslabón en esta cadena del delito).
Esa capacidad logística revela que no se trata de delincuentes improvisados. Hay detrás una red criminal con roles definidos: quienes hacen inteligencia previa, quienes ejecutan el hurto, quienes transportan el ganado y quienes lo “blanquean” en el comercio formal, valiéndose de guías de movilización adulteradas o tramitadas de forma irregular. Incluso se sospecha de mataderos y embarcaderos clandestinos donde los animales son sacrificados sin ningún control sanitario, lo que agrava aún más el riesgo para la salud pública y la economía regional.
Ante esta crítica situación, la Secretaría del Interior de Sucre, bajo el liderazgo de Mileicy Barrios Chávez, ha manifestado su compromiso para enfrentar el flagelo. En articulación con la Policía Nacional, el Ejército y las asociaciones ganaderas, se han venido diseñando políticas públicas orientadas a la prevención y acción directa contra el abigeato. En los próximos días, según anunció la funcionaria, la administración departamental expedirá un decreto que reglamentará el transporte de ganado en horas nocturnas y fortalecerá los controles en embarcaderos clandestinos y predios autorizados.
Esta medida busca cerrar la brecha que permite a los delincuentes movilizar el ganado hurtado durante la noche, aprovechando la falta de supervisión y los extensos trayectos rurales. Sin embargo, no bastará con la expedición del decreto: se necesita vigilancia efectiva, judicialización ejemplar y coordinación interinstitucional real. De nada sirve tener normas si las carreteras siguen siendo tierra de nadie, si los retenes son escasos o si los fiscales dejan en libertad a los capturados por falta de pruebas sólidas.
El abigeato es, además, una forma de terrorismo económico contra los campesinos y ganaderos. No solo destruye el patrimonio familiar y la confianza en el campo, sino que genera miedo y desánimo en quienes producen. Muchos pequeños ganaderos han optado por vender sus animales o abandonar la actividad ante el riesgo constante de perderlo todo. Lo que se está erosionando no es solo la economía rural, sino la esperanza misma del campo sucreño.
El reto para las autoridades es grande: recuperar la confianza. El gremio necesita ver resultados tangibles, capturas con condenas, y no simples promesas. A su vez, los productores deben reforzar sus medidas de seguridad, promover la denuncia y vincularse activamente a los frentes solidarios de seguridad rural, estrategia que ha demostrado ser efectiva en otras regiones.
Hoy, cuando los cuatreros han vuelto con más fuerza, el mensaje debe ser claro: el campo no está solo. Si algo ha caracterizado a Sucre es la resiliencia de su gente, la capacidad de sobreponerse a las adversidades. Pero esa fuerza requiere respaldo institucional y justicia efectiva. Porque mientras una vaca siga desapareciendo sin rastro y un ganadero siga despertando con el alma rota, la deuda del Estado con el campo seguirá viva.
Volvieron los cuatreros, sí. Pero esta vez, Sucre debe demostrar que también volvió la autoridad, la ley y la dignidad del campesino. Solo así podremos decir, con certeza, que el mugido del ganado vuelve a sonar en paz sobre la sabana.


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