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La democracia en riesgo: el exterminio de la oposición

Por Jesús Mora Diaz - 20 de Agosto 2025


En el ecosistema político no hay lugar para las coincidencias, y menos en un país como Colombia, donde los hilos del poder se tejen en la sombra y se cortan con sangre. El paisaje está colmado de una niebla inquietante, pero también de lógica claridad que muchos ven pero pocos son osados de comentar: a la oposición le encarcelaron a su líder más importante, Álvaro Uribe Vélez; le asesinaron a tiros a un precandidato presidencial, Miguel Uribe; y mantienen bajo amenaza constante a quien hoy encarna la bandera de la resistencia democrática, María Fernanda Cabal.

No es retórica, ni mucho menos un discurso dramaturgo, es aritmética del poder. Tres golpes certeros: cárcel, asesinato, intimidación. Y mientras tanto, el gobierno actual prefiere mirar para otro lado, como si la violencia selectiva contra la oposición fuera un fenómeno de la naturaleza política que todos deberíamos asimilar o imprimirle el carácter de omisión que emite el jefe de estado.

Pero dejémonos de palabras bonitas y hagamos lo que el dermatólogo en sus quehaceres, directo al grano. Miguel Uribe no cayó en un hecho aislado: las versiones oficiales apuntan a un determinador conocido en el mundo criminal, alias “el Zarco Aldinever”, hombre de confianza de las FARC Segunda Marquetalia y protegido durante años en territorio venezolano bajo el ala de Iván Márquez. ¿Y quién cuida de Márquez? Pues el jefe del Cartel de los Soles, Nicolás Maduro, ese mismo que hoy se pasea por los pasillos diplomáticos con Gustavo Petro como viejo amigo y socio estratégico.

Para que quede claro: Maduro no solo es el jefe de un régimen autoritario, es el protector de las bandas narcoterroristas que se han enquistado en la frontera, controlando territorios y usando el Catatumbo como autopista de cocaína. Según datos conocidos, el ELN controla cerca del 70% del territorio venezolano, y las FARC de la Segunda Marquetalia actúan como su fuerza paramilitar de exportación. El negocio es redondo: drogas, armas, extorsiones, contrabando y poder político asegurado.

Aquí vale la pena hacerse preguntas que el poder pretende silenciar:

•    ¿Por qué la cercanía de Maduro y Petro?

•    ¿Qué se esconde detrás de las versiones sobre un “acuerdo binacional” para un manejo especial de La Guajira, el Cesar y Norte de Santander?

•    ¿Por qué Maduro busca unir las fuerzas militares de Colombia y Venezuela?

•    ¿Qué gana Estados Unidos al señalarlo como jefe del Cartel de los Soles y no solo como dictador?

No se trata de teorías conspirativas. Se trata de reconocer un patrón: lo que sucede con la oposición en Colombia no son azares, a la oposición se le persigue con la precisión de un francotirador político. Y no es nuevo. Hace casi dos años, la senadora María Fernanda Cabal advirtió que la democracia estaba en peligro. No era una frase de campaña. Era un diagnóstico: la violencia política estaba escalando contra quienes no comulgaban con la fe que promueve el proyecto del gobierno.

Hoy, el país parece no darse cuenta —o no querer darse cuenta— de que se está normalizando algo gravísimo: la eliminación física o jurídica de los rivales políticos. No estamos frente a un debate de ideas, sino frente a un exterminio silencioso de la democracia, recordemos que sin pluralidad el sistema se convierte en totalitarismo, violando el principio fundamental de toda democracia.

Y mientras nos distraen con cortinas de humo, la línea de causalidad sigue ahí, intacta: un régimen aliado con el narcotráfico, una frontera convertida en santuario de terroristas, un presidente que sonríe con el verdugo y una oposición que paga el precio más alto por atreverse a existir.

La democracia no se pierde de un día para otro. Se erosiona, se intimida y, finalmente, se entierra. Y si Colombia no reacciona, llegará el día en que, al buscarla, solo encontremos una lápida con la fecha exacta en que la extrema izquierda le cortó el soplo de vida al último demócrata.