La semana pasada Villavicencio fue escenario de un evento que debería marcar un punto de inflexión en la historia del desarrollo nacional: el foro "El despertar de la Orinoquía: futuro de la seguridad alimentaria nacional", organizado por la Casa Editorial El Tiempo. Uno de los muchos espacios en los que empresarios, gremios y academia alzaron la voz para recordarle al país que la región más extensa de Colombia sigue esperando su lugar en el desarrollo nacional.
Hablamos de más de 35 millones de hectáreas, una cuarta parte del territorio colombiano, que abarcan cuatro departamentos (Arauca, Casanare, Meta y Vichada), 49 municipios y 1,3 millones de habitantes, que son apenas el 3% de la población nacional. Y quizá ahí radica una de las causas del olvido: su escaso peso electoral frente a regiones como la Caribe —que con la mitad del área concentra el 23% de la población— o Antioquia, que con apenas una cuarta parte de nuestro territorio reúne el 14% de los colombianos.
En un país donde las decisiones públicas se mueven al ritmo de los votos, la Orinoquía ha sido castigada por su escasa representación política. Pero lo que no tiene en electores, lo tiene en potencial productivo: apenas un millón de hectáreas son aprovechadas hoy en agricultura, y aun así la región produce el arroz para 25 millones de colombianos y el 90% de la soya nacional. Con solo un millón doscientas mil hectáreas adicionales en producción agrícola, el país podría cerrar la brecha de importación de granos. La soberanía alimentaria está aquí. Solo falta decidir cultivarla.
Aunque su potencial agrícola es enorme, la verdadera vocación cultural y económica de la Orinoquía ha sido la ganadería. Los llaneros se formaron entre ganado y caballos, y hoy esa tradición se traduce en un liderazgo claro: más del 20% del hato nacional —más de 6 millones de cabezas— pastan en estas tierras. Y no es solamente volumen, también calidad, una cantidad importantes de las ganaderías más destacadas del país están establecidas en la Orinoquía, liderando procesos de mejoramiento genético, de optimización de uso del suelo y sostenibilidad ambiental. Esto, convierte a la Orinoquía en la despensa agropecuaria del país.
A lo anterior, debemos sumar las importantes reservas de hidrocarburos que tiene la Orinoquía y el potencial turístico creciente con el auge del ecoturismo y los hermosos paisajes inexplorados durante muchos años por cuenta de la violencia.
Así bien, tenemos en nuestras manos una verdadera joya, que los ojos miopes del estado no han visto o no han querido ver. La Orinoquía sigue esperando obras de infraestructura vial, electrificación rural y conectividad; sigue esperando políticas que garanticen la seguridad jurídica sobre la propiedad de la tierra, y sobre todo una política de desarrollo rural seria, coherente y sostenida. El gobierno nacional no puede seguir pagando con abandono y displicencia la gesta libertadora liderada por valientes soldados llaneros cuando en 1819 a cargo del coronel Rondón vencieran en la heroica batalla del Pantano de Vargas al ejército realista, y con esto prácticamente sellaran nuestra independencia.
En 1956, el presidente de Brasil Juscelino Kubitschek tomó la decisión audaz de construir Brasilia en el corazón del país y convertirla en su capital, con el propósito de poblar y desarrollar el Cerrado brasilero, una extensa zona olvidada. Esa visión estratégica transformó el mapa económico y político del gigante suramericano hasta convertirlo en potencia mundial. En las décadas posteriores, el Cerrado se convirtió en una de las principales fronteras agrícolas de Brasil, con un crecimiento significativo en la producción de cultivos como la soya, el maíz y el algodón y por supuesto la ganadería. Este desarrollo fue respaldado por inversiones en infraestructura, investigación agrícola y políticas públicas que promovieron la ocupación y el uso productivo de estas tierras. Colombia no necesita una nueva capital, pero sí necesita que el país mire hacia el verdadero centro, y ese centro está en la Orinoquía.
Tenemos la tierra, el agua, el conocimiento técnico, los empresarios comprometidos, las ganas y lo más importante: la gente. Llaneros trabajadores, resilientes, generosos y orgullosos de su territorio. Lo único que falta es lo que más ha escaseado; verdadera la voluntad política como la que tuviera Kubitschek en su momento. No discursos, Decisiones. No promesas, inversiones.
No más silencio; es hora de hablar en serio sobre la Orinoquía. Porque en ella está la seguridad alimentaria de Colombia.