La polémica de siempre: cada vez que un hijo de familia acomodada recibe un crédito agropecuario con subsidio estatal, se levanta el grito al cielo sobre "privilegios" e "injusticia". En el caso reciente de un joven que accedió a un crédito de 400 millones de pesos con aval del 80 % del Fondo Agropecuario de Garantías, la reacción ha seguido el guión previsible. Pero quizás debemos plantear la pregunta incómoda: ¿qué es más grave para Colombia? ¿Que un joven con recursos obtenga apoyo para desarrollar el campo, o que ningún joven quiera ya trabajar la tierra?
La verdadera tragedia nacional no está en quién recibe los créditos, sino en por qué tan pocos los solicitan. Según datos de 2025 del DANE, solo el 15 % de los jóvenes rurales entre 18 y 28 años expresan interés en continuar trabajos agrícolas. Prefieren migrar a las ciudades con la ilusión -frecuentemente frustrada- de convertirse en "influencers" digitales o encontrar empleos precarios antes que heredar tierras que parecen condenadas a la improductividad.
¿La razón? Una infraestructura tan deficiente que resulta casi inverosímil en el siglo XXI. En Cundinamarca -por ejemplo-, departamento que debería ser modelo por su ubicación estratégica como "despensa de Colombia", las vías terciarias son un obstáculo más que una herramienta de desarrollo. Productores de la provincia de Rionegro o Viotá relatan cómo deben reducir sus cosechas en hasta un 40% para que los vehículos puedan transitar por caminos que más parecen trincheras que vías de comunicación. No es casualidad que la ganadería extensiva predomine en Colombia: pues el ganado puede caminar hasta los camiones, mientras que las cosechas no pueden esperar a que los gobiernos departamentales decidan finalmente priorizar lo básico, a que los camiones puedan ir las fincas en las veredas.
La hipocresía del debate
Criticar que un joven de recursos acceda a instrumentos de fomento agropecuario revela una miopicidad peligrosa. En economías desarrolladas, los subsidios agrícolas no discriminan por origen familiar, sino por viabilidad y plan de negocio:
- En Estados Unidos, según datos del USDA para 2025, el 60 % de los subsidios agrícolas van al 10% de las explotaciones más grandes, incluyendo corporaciones con ingresos millonarios.
- En la Unión Europea, la Política Agrícola Común (PAC) destinará en 2025 más de 55.000 millones de euros a subsidios directos, beneficiando tanto a pequeños agricultores como a grandes conglomerados agroindustriales.
- Israel, referencia en agricultura de precisión, otorga subsidios y créditos blandos que han permitido a empresas como Netafim (con facturación de más de 1.000 millones de dólares) desarrollar tecnologías de riego que hoy alimentan al mundo.
¿Por qué Colombia insiste en perpetuar un romanticismo empobrecedor que asocia desarrollo rural exclusivamente con campesinado de subsistencia? La verdadera transformación del campo requiere tanto al pequeño productor como al emprendedor con capacidad de inversión, tecnología y visión de mercado.
El dilema legal
Se acusa de posible prevaricato si se otorga el crédito, pero se ignoraría el mismo delito si se negara indebidamente a quien cumple los requisitos legales. El verdadero escándalo no está en el otorgamiento, sino en que estos instrumentos sigan siendo excepcionales.
Mientras en Colombia debatimos sobre un crédito de 400 millones para un joven que quiere innovar en el campo, el Gobierno Nacional destinó en 2025 más de 2 billones de pesos a subsidios de combustible para transporte, sin el mismo escrutinio público.
El joven que desafía el éxodo rural
Frente a la cruda realidad de un campo abandonado por sus jóvenes, donde las opciones suelen reducirse a migrar o languidecer en economías de subsistencia, este joven representa algo radical: la decisión de invertir tiempo, recursos y futuro en la tierra. Mientras sus contemporáneos sueñan con viralizarse en TikTok o abrir bares que contribuyen al grave problema de alcoholismo rural (según el Ministerio de Salud, el 38 % de los adultos en zonas rurales presentan consumo problemático de alcohol), él eligió solicitar préstamos, elaborar planes de negocio y someterse al escrutinio de entidades financieras.
¿Debemos castigar su elección porque proviene de familia acomodada? ¿O deberíamos preguntarnos por qué no hay miles más como él, de todos los estratos, accediendo a estos instrumentos?
Una propuesta incómoda pero necesaria…
La solución no está en restringir quién puede recibir apoyo, sino en expandir masivamente el acceso con condiciones claras:
1. Multiplicar por diez los recursos de Finagro y el Fondo Agropecuario de Garantías, vinculando el acceso a planes de negocios viables, no solo al nivel de pobreza del solicitante.
2. Condicionar todo subsidio a una contrapartida de capacitación tecnológica y sostenibilidad ambiental, aprendiendo del modelo israelí.
3. Exigir a los gobiernos departamentales, especialmente a Cundinamarca, rendición de cuentas específica sobre el estado de las vías terciarias, con metas vinculadas a presupuestos.
4. Crear un programa masivo de "Jóvenes por la Tierra" que combine créditos accesibles, subsidios inteligentes y acompañamiento técnico, sin discriminación por origen social.
El campo colombiano necesita desesperadamente sangre nueva, ideas frescas y capital de riesgo. En lugar de criticar al joven que decide invertir en él, deberíamos cuestionar por qué no estamos creando las condiciones para que miles sigan su ejemplo. La alternativa es clara: seguir viendo cómo nuestros jóvenes rurales cambian el arado por el celular, mientras importamos cada vez más alimentos que podríamos producir aquí. Eso sí sería un auténtico delito contra la nación.


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