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Paramilitares de izquierda en la era Petro

Por CONtexto ganadero - 02 de Agosto 2022

El problema de ser generoso con quien no respeta la ley, la tragedia de la magnanimidad ante el abusador, está resumida en un adagio popular: “Te doy la mano y me agarras el codo”, una realidad de la que muy pocos escapan.

Por Sergio Araújo Castro

El problema de ser generoso con quien no respeta la ley, la tragedia de la magnanimidad ante el abusador, está resumida en un adagio popular: “Te doy la mano y me agarras el codo”, una realidad de la que muy pocos escapan.

El hecho de dar confianza, otorgar un determinado reconocimiento o licencia para algo, a quien no ha hecho nada para merecerlo, hace pensar a quien lo recibe, que las cosas puedan cambiar siempre a su favor, y como la codicia es tan humana, el beneficiado suele caer en la tentación de abusar: si cambian una vez, ¿por qué, no dos? Si no les pareció demasiado lo que ofrecieron, quizá no adviertan excesivo esto...

Es lo que puede entenderse del reciente proyecto de ley que fue radicado por el Partido Comunes, organización política que recordemos, surgió de la desmovilización de una pequeña fracción de las Farc que jubiló a su dirigencia de edad más avanzada instalándoles en el Congreso, mientras la nueva raza guerrillera, ya liberados de la necesidad de parecer una organización con base ideológica, se dedicó de lleno al narcotráfico y la minería ilegal.

Pero volvamos al proyecto de ley. Según dice el propio texto, pretende reglamentar y reconocer las “Guardias Campesinas”, como “mecanismo comunitario de protección permanente a la vida, el ambiente, el territorio y la identidad campesina”. El proyecto se origina en el partido de las Farc, pero sus promotores tienen nombres y apellidos: Julián Gallo, alias Tornillo, y Sandra Ramírez, compañera sentimental de alias Tirofijo, (lo de “sentimental” es un mal chiste) quien habla desde el Senado como si su vida hubiera sido la de una carmelita descalza, y no la cómplice y determinadora de tantos crímenes en una organización terrorista.

Pues bien, el proyecto busca nada más y nada menos que legalizar sus huestes, aprovechar la ola de reconversión percepcional que llega con el advenimiento de los más conspicuos izquierdistas como agentes del nuevo gobierno, para de contera, adicionar en la letra menuda de la iniciativa legislativa una verdadera tarasca, una monstruosidad que quiere pasar inadvertida, aunque el mismo objeto es un escándalo: darle forma institucional y rótulo inofensivo a las escuadras de asesinos que siembran coca, reclutan niños, portan fusiles, matan al que les incomoda, y gozan de la protección de su consejo de ancianos, igual de inescrupulosos que ellos, enquistados como congresistas por el pacto de La Habana ¡No nos tomen por tontos!

Los promotores del texto venden la propuesta como bien intencionada, diciendo que la finalidad del mismo no es sustituir la labor que cumple la Fuerza Pública. Faltaba más. La experiencia de Colombia indica que las organizaciones de seguridad y defensa legalizadas, terminan actuando en forma paralela a las fuerzas armadas, en gran parte porque la capacidad coercitiva del aparato judicial para dar un mensaje disuasivo frente a los excesos sigue siendo precaria. El modelo de las Convivir terminó en excesos, no hubo una acción rápida ni ejemplarizante de la justicia que contuviera los desmanes, y muy a la colombiana, se procedió a prohibirlas.

Quizá, si los primeros descarrilamientos hubieran sido implacablemente contenidos por acción de la justicia, nunca habríamos llegado a la conformación ilegal del paramilitarismo como respuesta a la insurgencia guerrillera, que luego también degeneró en criminalidad pura y dura.

La historia es conocida: el objetivo inicial es su reconocimiento por vía de ley, como mecanismo de protección permanente, dejando en manos del ejecutivo amplias licencias en la reglamentación. Dicen los autores del proyecto, que el armamento de las guardias campesinas, seria “únicamente un bolillo” ¡pero en el papel inicial! como si no se supiera que lo que media entre una organización de defensa legalmente reconocida y la autorización de porte de armas, es tan solo un decreto presidencial y una resolución de la Superintendencia de Vigilancia.

Que no se note que la coalición de izquierda que nos va a gobernar tiene aires bolcheviques. Entonces, en nombre de “la paz, defensa del territorio, del ambiente, de la identidad campesina, de los DDHH y de la vida y de la Paz”, se pretende legalizar unos colectivos de supuestos campesinos, quien sabe si con el mismo uso de los colectivos chavistas. Sí, es conocido que Chávez formó brazos armados entrenados para disparar y aterrorizar a la población que pretendiera alzarse contra el régimen. Recordemos que la primera referencia llega de Cuba, las llamadas Brigadas de Respuesta Rápida que implementaron los Castro para defender la “revolución” en los años 60 del siglo pasado. En la incipiente época de Hugo Chávez los llamaron Círculos Bolivarianos, hoy subsisten y son la Primera Línea de Maduro.

Kafka ya lo remarca en aquel extraordinario cuento titulado “un artista en el trapecio”. Se trata de un melancólico y sugerente relato que versa sobre la insatisfacción humana. El protagonista es un trapecista que vive solo para sus objetivos y por ello ha decidido no bajarse nunca de su trapecio. Tanto le obsesionaba que, no le fue suficiente uno, y solicitó al empresario del circo la instalación de un segundo trapecio. La moraleja del cuento, en parte, gravitó en el dueño del circo. Aunque creyó hacer bien en satisfacer la aparentemente tranquila ambición del trapecista, no supo precaver que aquella cesión de poder se convertiría en cuchillo para su propia garganta.

Pretendiendo negar esta realidad que se quiere traslapar, Tornillo expresó con su usual impudicia: “no se trata de legalizar las Farc; las Farc ya no existen”. A ese nivel de cinismo hemos quedado expuestos por permitir el eufemismo que enmascara la realidad, para asimilar como cierto que las supuestas “disidencias” son otras Farc, cuando todos sabemos que son las mismas. ¡Caradura!

Esto no es un juego de niños. Cada vez más kafkianos, los trapecistas del columpio de la impunidad, artistas de la desvergüenza, no están conformes. Las curules gratuitas y el incumplimiento descarado y permitido de sus obligaciones derivadas del pacto habanero, les parecen muy poco y vienen por más.

@sergioaraujoc