La tradición legítima del sindicalismo internacional del 1 de mayo fue travestida por Gustavo Petro en una farsa vergonzosa. Tuvo que pagarles a los negociantes del Cric para que 11 000 personas venidas del Cauca, disfrazadas de indígenas y blandiendo garrotes como advertencia de su capacidad de violencia contra el pueblo, aceptaran marchar hacia la Plaza de Bolívar de Bogotá bajo una bandera verdi-negra que no es la de Colombia ni la de los auténtico indígenas, quienes, como ciudadanos, no reivindican otra que no sea nuestro tricolor nacional.
Ese día lo que hubo en Bogotá fue quizás un buen espectáculo para almas cándidas, pero no un acto de gobierno, ni un homenaje a la libertad, ni una celebración digna del 1 de mayo.
Petro apareció rodeado de gente sobre una tarima con las manos con guantes de caucho y exhibiendo, en una, un reloj-cacerola de nuevo rico y en la otra un remedo de espada de Bolívar fabricado en Cuba, de hoja estrecha y larga, tanto que el Libertador, hombre de baja estatura, no habría podido sacarla de su vaina.
También hizo que le confeccionaran para la ocasión una bandera cuadrada, con triángulos rojo, negros y blancos, formas y colores que, según Petro, corresponden a la bandera con la que Simón Bolívar declaró la “guerra a muerte” en Venezuela. Dijo que la “bandera roja y negra está con el pueblo” mientras allá, en la sede del Congreso, “rodeada por la mortaja negra”, están “disque los representantes del pueblo”. “Esa bandera la hizo Simón Bolívar, gesticuló Petro, y fue “llevada por los llanos de Colombia y Venezuela”. Falso. Esa bandera nunca fue la de los soldados que liberaron la Nueva Granada.
Al escoger ese periodo, que comenzó no en 1816 sino tres años antes, Petro ofreció uno de esos discursos con frases patéticas y falsas referencias históricas que son la clave de su demagogia pobre, y envió un mensaje alucinante: el de la perspectiva de una guerra civil entre colombianos con sus excesos terribles.
David Patrick Geggus (1) cuenta que la “guerra a muerte” fue propuesta por el caudillo venezolano Antonio Nicolás Briceño y otros jefes patriotas, en enero de 1813 “para poner en práctica una guerra de exterminio contra los españoles”.
Ese periodo de la “guerra a muerte” es uno de los más obscuros, sangrientos, lleno de derrotas y traiciones de la gesta libertadora. Al perorar sobre ese tema Petro no sabía dónde se estaba metiendo. El punto central de ese tipo de guerra fue resumido por Bolívar en su declaración del 15 de junio de 1813 en Trujillo, Venezuela, en la cual sobresale una frase: “Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa por los medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo y castigado como traidor a la patria, y por consecuencia será irremisiblemente pasado por las armas.” ¿Eso es lo que anuncia Petro a quienes no aprueben sus estrafalarias reformas?
El 16 de enero de 1813, Antonio Nicolás Briceño, en Cartagena de Indias, había escrito: “El fin principal de esta guerra es el de exterminar en Venezuela la raza maldita de los españoles de Europa sin exceptuar los isleños de Canarias, todos los españoles son excluidos de esta expedición por buenos patriotas que parezcan, puesto que ninguno de ellos debe quedar con vida no admitiéndose excepción ni motivo alguno.”
En febrero de 1814, al concluir la campaña y ser derrotados por los españoles en la primera batalla de La Puerta, Juan Bautista Arismendi, por órdenes de Bolívar, mandó a fusilar a 886 prisioneros españoles en Caracas. Para engrosar su número fusiló, además, en cuatro días, los 300 enfermos y heridos del hospital de La Guaira.” (2)
La estrategia del exterminio contra los leales a la Corona española, españoles, criollos y europeos, no le dio la victoria a los libertadores. Por el contrario, estos, como Bolívar, ganaron escaramuzas, pero sufrieron derrotas, masacraron civiles inocentes, fusilaron presos y traicionaron a sus propios líderes. La mayor bajeza de Bolívar en ese periodo fue la entrega del Precursor de la Independencia, Francisco Miranda, al jefe español Monteverde. En retribución, Bolívar obtuvo de éste un pasaporte para salir del país y la promesa, que jamás fue cumplida, de que los realistas respetarían sus bienes (3). Enfermo de escorbuto y sin jamás haber recibido los cuidados necesarios, el Precursor de la libertad en América Latina murió el 14 de julio de 1816, en un hospital militar de Cádiz.
Miranda había luchado con las armas en la mano en tres revoluciones: la americana, la francesa y la de América del Sur, siempre en el campo de la libertad. Él era “un revolucionario ma non troppo”, resume Salvador de Madariaga en su excelente tratado El decline del Imperio Español de América (4). “Ningún hombre deseó más que él preservar la América del Sur de los excesos de la revolución francesa y ese tema estuvo siempre en primer plano en sus entrevistas con Pitt”, el primer ministro británico, subraya Madariaga.
Ese enfoque desesperado de la “guerra a muerte” dejó trazas negativas e indelebles en la lucha por la independencia y en las décadas posteriores en los países latinoamericanos. En 1813, le cambió el carácter a la guerra de independencia y ésta se trocó en una guerra de razas y de clases y en una asombrosa guerra civil. Al final, el fracaso de los independentistas fue evidente. Bolívar no tuvo más remedio que huir con otros oficiales en un brick militar inglés y refugiarse en Jamaica, desde donde escribirá, en septiembre de 1815, su versión de los hechos que provocaron la caída de la Segunda República de Venezuela.
Clément Thibaud, en su obra La loi et le sang. Guerre des races et constitution dans l’Amérique bolivarienne, escribe: “La guerra a muerte llegó a su punto máximo en el año 1814, en la cual José Tomás Boves al mando de los llaneros con el grito de ‘muerte a los blancos’ desató una feroz lucha de clases que liquidó la Segunda República. Historiadores han calificado dicho periodo como una guerra civil entre venezolanos que apoyaban a la Corona y los que deseaban la independencia, pero con la muerte de Boves, y la sustitución de las montoneras llaneras que peleaban por el rey, por un ejército expedicionario regular comandado por el Mariscal Pablo Morillo, comenzó a humanizarse la guerra en 1815, ya que además de la misión militar de reconquistar la Nueva Granada, tenía la misión de desarmar y licenciar en Venezuela las incontrolables huestes de Boves que en su mayoría se habían plegado al bando patriota.”
El ocupante de la Casa de Nariño no hizo esa exhibición oratoria por razones históricas sino para hacer lo contrario: amenazar de muerte a los miembros del Congreso de Colombia, y para recordarles que el M-19 no los respeta y que están dispuestos a cortarles la cabeza pues la guerra actual es a muerte. Disfrazar la amenaza y su enorme carga simbólica en simples “comentarios”, como escribió una publicación de Bogotá, no sirve sino para desmovilizar al país frente a una perspectiva cada vez más liberticida e insoportable.
Petro dijo: “¿Por qué roja y por qué negra? Porque el negro es la muerte y el rojo es la libertad. Significa esta bandera, libertad o muerte. Este pueblo de Colombia vuelve a levantar esta bandera para que no nos tomen por pendejos”.
El pueblo de Colombia no levanta esa bandera de triángulos ominosos. El país, por el contrario, respalda al Congreso y a los congresistas y no vacilará un instante en declarar rebelde a Petro si el intenta, directa o usando a sus seguidores, cerrar el Congreso. El ejemplo de los hermanos peruanos que se enfrentaron a un energúmeno como Pedro Castillo y lo destituyeron y encarcelaron en 2022, está muy vivo en el país.
Petro advirtió que, si el Congreso dice no a la consulta, “el pueblo se levanta y lo revoca”, lo que anuncia una revuelta popular incontrolable que cerrará al Congreso. Según la prensa, Petro parece haber realizado que su frase le podría costar caro y agregó otra para desviar el sentido: aclaró que el cierre del Congreso no será “entrando al Capitolio en masa, sino en las elecciones de marzo de 2026”.
Como sea, Petro parece convencido de que él es el representante exclusivo del pueblo y que los miembros del Congreso son simples “traidores del pueblo”. Esa es la rutinaria charada de todo dictador. Y agregó: “Vamos a usar la democracia, ni un solo parlamentario que vote en contra de la consulta popular se vuelve a elegir en Colombia, porque nadie vuelve a votar por él. No habrá colombiano o colombiana que elija a alguien que lo ha traicionado”.
¿A qué juega Petro? ¿Ha perdido la razón?
Que responda el pueblo y sus representantes legítimos.
(1) David Patrick Geggus (2001), The Impact of the Haitian Revolution in the Atlantic World. Columbia: University of South Carolina Press.
(2) Andrés Valencia, Mariano de Briceño, Historia de la Isla de Margarita. www.oarval.org. Manuel Baro y Manuel Guevara (2007). Venezuela en el tiempo: Cronología desde la Conquista hasta la fundación de la República.
(3).- Jacques de Cazotte, Miranda 1750-1816, Editions Perrin, 2000.
(4).- Éditions Albin Michel, Paris, 1986.
Fuente: La Linterna Azul, Bogotá. 2 de mayo de 2025