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columna

Bailar con la fea

por: - 31 de Diciembre 1969

El país no aguanta más el triunfo de los bandidos, que se escudan en el debido proceso, y la lentitud de la justicia para burlarse de los colombianos.

Que hoy tengamos muchos candidatos a la presidencia no es una buena señal. No quiere decir que nuestra democracia sea vigorosa. Es el reflejo de la crisis de liderazgo de una sociedad en la cual la política aleja a quienes tienen méritos y premia a los que están dispuestos a jugar con las sucias reglas del régimen.   Pero a ninguno de los aspirantes se les ocurre pensar lo que tendrán que enfrentar si reciben el favor del pueblo. Todos quieren el poder, pero pocos razonan sobre los desafíos que se vienen encima. Santos deja al país en una grave situación: dividido, debilitado económicamente y con una crisis institucional sin precedentes.   ¿Saben los precandidatos que deberán imponer una política de austeridad en el gasto público que permita reducir los impuestos? No contarán con las montañas de mermelada para comprar conciencias. Tampoco habrá la feria de contratos para los miles de asesores que han pelechado en estos últimos años. No podrán seguir endeudando a la Nación comprometiendo su futuro. Tendrán que privatizar, reducir los gastos generales y moderar la inversión. Serán unos años de privaciones, luego del derroche reciente.   ¿Saben los precandidatos que las promesas del acuerdo de La Habana han sido estimadas, de forma prudente por Anif, en 208 billones de pesos? La última reforma tributaria produciría, en un buen escenario de crecimiento, unos 8 billones de pesos adicionales. Solo nos falta encontrar los 200 billones, que no vendrán de los países amigos de la paz como muchos ingenuos creen. Llegará la hora de decirle a las Farc que los compromisos adquiridos por Santos solo se podrán atender en la medida en que exista margen fiscal para ello.   ¿Saben los precandidatos en qué estado se encuentran las instituciones después del gobierno de la paz? Basta mirar los recientes problemas del Chocó, Guajira, Buenaventura, Tumaco o Mocoa para percibir la crisis del funcionamiento del Estado. La población está cansada de la corrupción, la ausencia de resultados, la burocracia ineficiente y sobre todo de las falsas promesas. Santos deja un problema de credibilidad institucional, pues han sido tantas las promesas incumplidas que el ciudadano ha perdido la esperanza de ver sus problemas resueltos.   ¿Saben los precandidatos que tenemos un grave problema de competitividad, que se refleja en los pobrísimos resultados del comercio exterior, el descenso de la inversión y la persistencia de un elevado nivel de desempleo? Tal vez no sean conscientes de la necesidad de reformar el código laboral, enfrentar la bomba pensional, cuyo reloj avanza de forma inexorable, y reformar un sistema de educación que arroja cada día más desempleados.   ¿Saben los precandidatos que deberán ser serios en la lucha contra la corrupción? El país no puede seguir con unos órganos de fiscalización ineficientes y simbólicos, que son incapaces de prevenir escándalos como Reficar, Saludcoop, Odebrecht, o la apropiación de los recursos de los restaurantes escolares.   El país no aguanta más el triunfo de los bandidos, que se escudan en el debido proceso, y la lentitud de la justicia para burlarse de los colombianos de bien. Todos los que, desde la cima de sus egos, creen que tienen el perfil de mandatarios, deberían entender lo que se nos viene encima. El que gane le tocará bailar con la más fea.