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Excurso sobre la “Memoria Histórica”

Por Luis León - 30 de Junio 2020

Desde la primera página de Tucídides hasta la última portada de los periódicos de hoy la Historia no es más que el acta y registro de un notario que deja constancia de una relación de sucesos y acontecimientos que ordenados cronológicamente pueden estar sujetos a estudio o interpretación (crítica o especulativa).

Desde la primera página de Tucídides hasta la última portada de los periódicos de hoy la Historia no es más que el acta y registro de un notario que deja constancia de una relación de sucesos y acontecimientos que ordenados cronológicamente pueden estar sujetos a estudio o interpretación (crítica o especulativa).

En el Capitolio de los Estados Unidos se exhibe el “Car of History clock”, una escultura de Carlo Franzoni de 1.819, en la que se representa a la Musa de la Historia, Clío, con un libro de anotaciones sobre un carro alado cuya rueda es un reloj del tiempo.

El tiempo, que es esa hoguera en la que todos ardemos por igual, tiene la enorme paradoja, que nunca entendieron los relojeros suizos, de anidar más cerca de la memoria que de los perfectos engranajes de los artesanos helvéticos. Y la memoria está más cerca de los sueños que del “pragma” de los acontecimientos.

Decía Hölderlin que “el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona”, porque da la impresión (palabra ya bastante volátil) que nuestra soberbia de seres racionales queda en entredicho en esa enorme nebulosa de los sueños, de la embriaguez o de los recuerdos.

¿Alguien recuerda qué cenó hace tres días? - ¿Alguien recuerda la primera vez que hizo el amor? – Salvo que tengamos el libro de Tucídides, las anotaciones de Clío o el diario de una adolescente, nuestros recuerdos son imágenes vagas que varían tanto como nuestros estados de ánimo o las desmemorias freudianas con las que queremos engañarnos para escapar a ciertas neurosis.

Y dicho todo lo anterior, ¿qué es la Memoria histórica?

Para un historiador es, rigurosamente, un trabajo científico de archivos e indagaciones de hechos contrastados y documentados por testigos presenciales. Nada sabríamos de la guerra de persas y griegos sin Heródoto o de la Conquista de México sin Bernal Díaz del Castillo.

¿Y en qué se convierte la ciencia historiográfica y la Memoria histórica cuando deja de estar en manos de historiadores y pasa a las manos de los políticos o de los ideólogos?

Pues en una burda herramienta de manipulación y deformación de los acontecimientos para elaborar infames estrategias de “infoxicación”, perfectamente diseñadas.

La enorme debilidad de un mal político es que prefiere engañar a convencer, prefiere la mentira que luego decepciona a algunas verdades dolorosas que generan confianza y certeza.

Y lo más honesto es reconocer que esta práctica es tan común en políticos de derechas como de izquierdas.

Pero lo que resulta históricamente comprobable es que si la mentira en la derecha siempre ha sido un rasgo de corrupción que no tiene otro recorrido que los Juzgados (por reducción a lo pecuniario y crematístico), en la izquierda más radical existe, además, una constante de enorme peligrosidad para la misma naturaleza de la democracia.

La izquierda radical ha elaborado un sofisticado mecanismo de filibusterismo y distorsión de los hechos históricos con fines propagandísticos que ya desde Lenin y sus equipos de comunicación han quedado perfectamente cartografiados.

Lo que luego han hecho Gramsci y Laclau con la imperiosa “hegemonía cultural” es apropiarse de las instituciones de la educación y los medios de comunicación para distorsionar los hechos, agitar el desencanto, desestabilizar y asaltar los estados de derecho.

En su profundo totalitarismo antropológico la izquierda no ha hecho más que utilizar la Memoria histórica como una “desmemoria instrumental” para hacernos creer que todas las desgracias que han acontecido en el mundo son culpa del malvado capitalismo y que solo el comunismo tiene la llave de la igualdad y la justicia social. Insisten en volverlo a intentar porque argumentan que el marxismo-leninismo ha fracasado por caprichosos errores en su aplicación (Rusia, Corea, Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua), pero se olvidan de que si el marxismo-leninismo no tiene ningún recorrido pragmático es porque ni siquiera los alemanes han sido capaces de hacerlo funcionar (…y esto ya es demoledor en el pueblo más eficiente del planeta!)

Y de estas premisas generales, que ya casi todos conocíamos, quisiera pasar a los ejemplos más prácticos y domésticos que los últimos artículos de Lafaurie Rivera y Acevedo Carmona han publicado en este mismo portal: Los 53: la novela (https://www.contextoganadero.com/columna/los-53-la-novela); y ¿Tienen dueños la Memoria y la Verdad Histórica? (https://www.contextoganadero.com/columna/tienen-duenos-la-memoria-y-la-verdad-historica)

Exactamente la misma ignominia y falsificación histórica que se ha producido en Colombia con el “Acuerdo de Paz” con las FARC y el “Proceso de Paz” con la ETA que se hizo en España:

Verdad, Justicia y Reparación como tres entelequias semánticas que no hicieron más que enmascarar una perversa y endemoniada falsedad histórica para justificar las firmas de claudicación de nuestras democracias, el disparate jurídico de igualación del Estado con grupos terroristas, la pusilánime impunidad de delitos a cambio de que dejen de apretar el gatillo, la transmutación del asesino en parlamentario a cambio de la indulgencia del criminal, la mezquina metamorfosis de un forajido en un legítimo contendiente político.

Que nadie olvide, entonces, que todo el argumentario de la izquierda está siempre construído desde una reinterpretación de la historia, desde un relato falseado de los acontecimientos, desde la hechura de un “pensamiento único”, desde la más impúdica desmemoria para, siempre, hacernos creer que la historia es un constructo arbitrario y mudable que solo les legitima a ellos.

No intentarán otra cosa que blanquearse en el pasado para convertirnos en los culpables del presente. Se empeñarán en limpiar sus fracasos y sus crímenes y lo único que terminará demostrando el tiempo, allí donde todavía gobiernan, es comprobar que la libertad y las economías de mercado son, por lo menos, ese quijote social, “que deshace entuertos y castiga agravios” con la creación de riqueza y la creación de empleo (que no es otra cosa que la mejor justicia social)

Luis León

(…desde algún rincón de Madrid)