Por Alberto Acosta O.
La mayoría de Gobiernos han optado simplemente por obedecer las recetas emanadas de los centros de poder global: Cuarentenas para la población sana y no solo para los contagiados, encierros masivos o restricciones de movilidad en vez de detectar focos de contagio y formas de propagación, y vacunación masiva para la población mundial, en lugar de investigar procedimientos médicos para curar la enfermedad o disminuir su tasa de mortandad.
Estas recetas draconianas ha generado una catástrofe económica y social mucho mayor que la que hubiera podido originar el solo virus. Pero los Gobiernos, lejos de rectificar, han optado por seguir implementando las fórmulas importadas para afrontar la quiebra de los hogares y de las pequeñas y medianas empresas. La renta básica universal o ingreso solidario permanente es una de esas fórmulas mágicas que se están planteando en muchos Congresos y Gobiernos, incluido los nuestros, pero que no ofrece una solución estructural, ya tan solo ofrecen alivios por tiempos cortos y para una reducida población a costa de ingresos y gastos futuros.
La idea de incrementar el ingreso de los hogares por parte de un Estado benefactor puede sonar fantástica: más dinero para cubrir las necesidades básicas, más dinero para gastar y más gasto público para impulsar la economía. Pero tan seductora propuesta descansa sobre una falla estructural y trae consigo un incentivo perverso: que los miembros del hogar no necesitan participar en la producción directa de bienes y servicios para generar ingresos, y que estos llegarán como bonificación estatal sin contraprestación alguna. Pero tan fabulosa quimera siempre topará con la cruda realidad de que alguien, en algún momento deberá pagar esa aventura socialista.
Y será de nuevo la clase media trabajadora quienes deberán asumir los costos, disminuir sus propios gastos y destinar parte de sus ingresos para cubrir los impuestos que el Estado irremediablemente deberá crear o incrementar. El poder adquisitivo de los pequeños y medianos hogares se verá deteriorados a mediano y largo plazo. Los gastos del Gobierno hoy, afectan los ingresos de los hogares del mañana.
¿Pero entonces, qué hacer para reactivar la Economía golpeada por los encierros masivos? La capacidad productiva del país no ha disminuido, como si ocurre después de una guerra. El dinero no ha desaparecido, ni la población se ha reducido sustancialmente. Simplemente el aparato económico se ha estancado y el flujo de riqueza se ha desacelerado, por lo que para reactivar la Economía basta con abrir los grifos que se cerraron y permitir el flujo de capital a todos los sectores de la sociedad. Esto no significa otra cosa más que volver abrir las empresas, mover de nuevo el comercio y dejar que los hogares gasten lo que en diez meses no pudieron hacer.
En definitiva urge acabar con las restricciones impuestas por los Gobiernos a la libre empresa, al libre comercio y a la libre circulación. No se requieren recetas mágicas importadas, ni un nuevo rubro de gastos y subsidios estatales, mucho menos endeudarse. Y para que la reactivación sea mucho más rápida es indispensable incrementar los ingresos y el poder adquisitivo de los hogares, lo cual solo se puede lograr mejorando los salarios, desmontando los impuestos como el IVA o la Retención en la fuente que afectan mayormente a la clase media, disminuir los inmensos gastos del Estado y limitar su excesivo intervencionismo en la Economía y vida de los gobernados. En definitiva hay que aprovechar la crisis generada por la Pandemia para desmontar el poder omnímodo del Estado. Solo así gozaremos de más libertad para crear, creer y crecer como sociedad.
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