En medio del desgaste del Gobierno y la dispersión de aspirantes, la política colombiana busca un liderazgo capaz de inspirar confianza y ofrecer directrices, propuestas y estrategias que no se atrapen en las coyunturas y perduren en el tiempo.
Mientras algunos candidatos buscan abrirse paso con visibilidad mediática o credenciales técnicas, solo una figura ha logrado consolidar un electorado fiel gracias a su coherencia ideológica y disciplina política, María Fernanda Cabal, en quien se percibe sabiduría y coherencia, lo que la convierten en una opción sólida hacia 2026.
Colombia atraviesa un momento de política cegada en el show y en el espectáculo en la que brilla la ausencia de consistencia ideológica. El desgaste del gobierno evidencia la urgencia de aspirantes seductores y superficiales que no encubren su etapa de formación o de fortalecimiento constructivo.
Entre ellos se encuentra un amante de la ciencia jurídica con carisma y facilidad de transmisión que ha capitalizado con protagonismo ante la opinión pública. Una candidatura presidencial requiere adicional a la oratoria, estrategia, experiencia en gestión, ejecución y proyectos que trasciendan las coyunturas caracterizadas por su temporalidad.
También una periodista cuyos pronunciamientos directos y valientes frente al poder, le permiten escalar en credibilidad y la consolidan como influyente. El salto de la denuncia al diseño de políticas públicas, exige transformar la indignación en propuestas viables, un camino que todavía es vacío y que debe recorrer.
Los candidatos con formación técnica enfrentan el desafío de la pedagogía y la conexión emocional con la ciudadanía. En Colombia, donde el voto también responde a identidad y pertenencia, los datos y estudios no son suficientes. Sin la sostenible capacidad para inspirar a los votantes, es difícil obtener el triunfo en las elecciones.
La izquierda muestra fracturas internas e inexperiencia en gestión pública. A pesar de su discurso “del cambio”, las dificultades para gobernar y generar resultados son notables, lo que limita su credibilidad ante un electorado que demanda estabilidad y capacidad de ejecución.
En este contexto, no son los discursos ingeniosos ni la visibilidad momentánea lo que marca la diferencia, sino la coherencia. Tan escasa virtud en la política nacional ha permitido que María Fernanda Cabal se consolide como la alternativa viable y seria que instituye su línea ideológica en las propuestas claras, firmes, factibles y argumentadas en el corto y largo plazo.
Podrá gustar o incomodar, pero es innegable su carga innovadora, consistente y estricta. En un país acostumbrado a líderes de ocasión y candidatos efímeros, la coherencia es un capital político invaluable.
Para los demás aspirantes, transformar sus discursos en algo más que promesas significa un reto a destiempo y extenso. Para Cabal, la tarea será ampliar su base y demostrar que su liderazgo no representa a un sector específico y que se constituye en la opción que garantizará la anhelada gobernabilidad del país.
Ante la desmedida incertidumbre, la coherencia no es solo una virtud: es la ventaja comparativa y real.