El asunto es, en el fondo, más prosaico de lo que parece. Cuando hablamos de Euclides todos recordamos a nuestro viejo profesor de geometría que nos explicaba los espacios de “curvatura cero”, es decir, de aquellos planos de sólo dos dimensiones que podíamos medir con una regla y un compás.
Uno de los axiomas de Euclides es que “el espacio consta de infinitos puntos”, y, de momento, mi estupidez sigue siendo infinita, por lo que recurriré al COVID-19 para darle forma a este embrollo.
También es cierto que me resultaría más cómodo prescindir de observaciones geométricas y acogerme a un análisis más convencional, desde el miedo antropológico más elemental al “síndrome de la cabaña” de un psicólogo y ese nuevo miedo a salir de casa.
Lo que sucede es que al hablar de un virus la experiencia es euclidiana, porque, aunque una pandemia tiene carácter curvo-planetario, el contagio no tiene un alcance superior a los dos metros. (Parece comprobado que el SARS-Cov-2 es un virus pesado y que sus “gotículas” se precipitan en menos de 1,5 o 2 metros de distancia entre sujetos, y que no sucede lo mismo con el “spray” de la gripe común que es menos pesado y puede permanecer en suspensión y llegar a alcanzar hasta 8 metros por exhalación.)
Como empiezan a comprender, nos movemos en planos cortos y euclidianos inferiores a dos pasos de distancia entre un emisor y un receptor del COVID-19.
Lo que ha conseguido la cuarentena y el confinamiento es ralentizar el contagio y concedernos una tregua para elaborar una estrategia reactiva y aliviar un colapso inminente.
Y así parece que lo estamos consiguiendo porque la curva de contagio la estamos aplanando y, ahora, todos los países se disponen a la relajación de todas las restricciones. (Incluso se respira una súbita y peligrosa sensación de que vamos a reconquistar el sol y que las calles volverán a ser nuestras a cuenta de una fatal recaída)
Y cuando creemos que podemos romper los barrotes, recuperar la halitosis de un amigo o volver a abrazar a un familiar nos encontramos con la sátira de Jonathan Swift y sus “Viajes de Gulliver”, porque resulta que los pequeños espacios de Euclides y los imperativos profilácticos del virus nos encogen nuestro pequeño mundo, nos hacen gigantes y la “distancia social” reduce nuestra movilidad y el sentido de proximidad se traduce en lejanías. Ahora caminamos como Gulliver y nos hemos convertido todos en enormes esferas virales de 4 metros de diámetro que amenazamos y somos amenazados con cualquier acercamiento.
Dicen los gobiernos, que se preparan para la interrupción de la cuarentena porque el precipicio del hambre y la recesión les aterroriza y porque, sencillamente, no podemos permanecer eternamente confinados. Los expertos y los sabios sanitarios apuran sus cerebros porque se estremecen igual ante la amenaza de una recaída. Nos explican que una vacuna puede tardar otro año y los economistas nos recuerdan que cada semana de confinamiento hace que el PIB se resienta.
Hemos cerrado las fronteras y cualquier vecino es una amenaza, pero si queremos recuperar la normalidad, volver a la calle y reactivar la máquina del consumo productivo el único precepto son los 2 metros de distancia con la paranoia de una “segunda ola”, la esquizofrenia de la proximidad y la neurosis del contagio.
Los países más castigados, como Italia, España y Francia dependen, especialmente, de su turismo y la medida más extrema para sus hoteles, restaurantes, bares, teatros, cines, transporte o recintos deportivos, es restringir al 30 % su ocupación y capacidad para guardar la “distancia social” de contagio, alternar horarios de trabajo, concertar citas previas en una peluquería o con el odontólogo, potenciar el trabajo telemático, posponer o clausurar los campeonatos deportivos, cuadricular los espacios en las playas o restringir la movilidad entre comarcas. A los más sacramentales les recuerdo que el aforo de una misa también se reducirá a un 30 %, que, probablemente, se suprima el “daos fraternalmente la paz”, las pilas bautismales serán recipientes intercambiables y que en una boda no sé si nos dirán “la amarás y respetarás en la salud o con el virus” y si el cura nos exigirá un test serológico antes del “ya puedes besar a la novia”.
Toda una esquizofrenia del espacio, la proximidad y la movilidad que hace imposible recuperar la “normalidad” económica y social. (En el primer trimestre el PIB de Italia ha caído un 4,7 %, en España un 5,2 % y en Francia un 5,8 %, …caídas históricas!)
¿Voy consiguiendo explicar “La esquizofrenia de Euclides”?
Hasta que no consigamos “la inmunidad del rebaño”, hasta que no consigamos una vacuna en no menos de un año o identifiquemos con tests masivos los contagiados y asintomáticos, más nos vale guardar las distancias, cambiar los abrazos por un reverencial “konnichi wa” japonés, a 2 metros de distancia, y repasar las clases de geometría euclidiana de nuestro viejo profesor de primaria, no sea que un mal cálculo bidimensional nos lleve directamente a una Unidad de Cuidados Intensivos o a transportar una carga viral a la familia.
Si después de 2.300 años el matemático y geómetra Euclides levantara la cabeza, nos volvería a explicar que una línea recta tiene infinitos puntos, pero le costaría, algo más, entender que sólo 2 metros pueden ser la ruina para cualquier comercio, prestación de servicios, actividad cultural y exigua recuperación económica después de tan terrorífica crisis.
La densidad poblacional negativa a que nos obliga el virus no es una buena noticia para la recuperación del consumo y entre tanto y provisionalmente saldremos a la calle atenazados por esta esquizofrenia de las distancias cortas.
…Pero, al final, siempre un abrazo será más fuerte que el miedo.
Luis León.
(…desde algún rincón de Madrid)