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Los mitos de la semana

Por - 09 de Julio 2020

Como evidentemente ocurre en cualquier tiempo y cualquier sociedad, siempre ocurrirán imprecisiones acerca de la realidad. Algunas de ellas sin intención, otras por falta de conocimiento y ausencia de rigor técnico, y otras, como campañas sistemáticas con el único fin de hacer daño, pescar en río revuelto, o hacer populismo de bajo costo.

Por supuesto el sector ganadero no es ajeno a ese tipo de exposiciones erradas, dos de las cuales justamente me encontré esta semana, no nuevas, sí reencauchadas.

La primera tiene que ver con los anuncios de “enlechada” que algunos eslabones de la industria láctea iniciaron hace unas semanas, con motivo de la entrada de lluvias tardías. Precisamente, solo faltaba ese elemento climático para afinar su discurso: entran las lluvias y entra la narrativa prediseñada.

La única “enlechada” que se encuentra en la realidad es la de leche importada que entre enero y mayo de 2020 ya supera las 40 mil toneladas, las más altas en toda la historia para apenas cinco meses del año.

Lo demás es mito, pues ante el clima seco que se presentó entre octubre de 2018 y mayo de 2020 lo que no hubo fue leche. Los precios pagados al productor lo demuestran.

Ahora, si a eso le sumamos el incremento de demanda de leche líquida que se tuvo en abril y mayo, por cuenta del aislamiento de la COVID-19, en donde el acopio de leche se incrementó en 13 % y 12 % respectivamente, entonces ¿Cuál enlechada? Claro, la enlechada del mito.

Vale advertir que de nuevo vendrán los señalamientos de la industria al productor por falta de competitividad y productividad, y se alineará la artillería para atacar la Resolución 017 de 2012: la única garantía decente que tiene el ganadero para protegerse. Pero ¿quién habla de la ineficiencia industrial en la transformación, procesamiento, logística y transporte? Ese debe ser el centro del debate.

El segundo mito que me encontré es el de un centro de pensamiento de una importante universidad, que en viejos tiempos recorrí, y que en su afán por proponer algo, termina diciendo que cada cabeza de ganado debería pagar un impuesto mensual de 15 mil pesos como contribución a las emisiones de metano que realizan los bovinos. Dice el autor, que así se recaudarían 4,5 billones de pesos que serían suficientes para acabar con la pobreza extrema del país.

Lo primero que debo decir es que ganaderías como la de nuestro país, son extensivas, lo que hace que los Gases Efectos Invernadero – GEI que puede producir el sector sean capturados por sus propios pastos y sistemas silvopastoriles. Para nuestro caso, el sector captura más GEI que los que produce, por lo que la propuesta debería ser mejor que los sectores contaminantes le paguen 15 mil pesos al sector por cabeza por hacer la tarea que estas industrias no hacen.

Se olvida el autor de esta idea, que durante el aislamiento de la COVID-19 muchas industrias, automóviles y aviones mermaron sus actividades y la emisión de GEI cayó en más de 44 %. ¿Entonces quién es realmente el contaminante?

También olvida el autor que el 52 % de los ganaderos del país tiene menos de 10 animales, y 15 mil pesos al mes por cabeza representa en muchos casos, entregar entre el 42 % y 46 % de su ya bajísimo ingreso neto. Sin duda hay que ponerse las botas, conocer el sector, ordeñar una vaca, ver y sentir cuáles son las realidades socioeconómicas de nuestra ganadería.

Ojalá empecemos a hablar más de realidades. Y recuerde no coma cuenta… ni crea en mitos.

@ojcubillosp