¿Se han hecho alguna vez esa pregunta? ¿Se han detenido a pensar qué tan solidarios somos, qué tan solidario es cada uno de nosotros? ¿Estamos realmente dispuestos a desprendernos de algo —material o no— con el fin de ayudar a los demás?
La solidaridad es mucho más que dar dinero. Es ponernos en el lugar del otro, entender sus problemas y estar dispuestos a ayudar. Es empatía, es agradecimiento, es tiempo, es una palabra de aliento, un consejo oportuno. Somos solidarios cuando ayudamos a un anciano a cruzar la calle, cuando damos paso a una ambulancia, o cuando hacemos algo para evitar que alguien sea víctima de un robo. También lo somos cuando dedicamos unos minutos a escuchar a quien lo necesita, cuando damos propina, o cuando hacemos un trabajo voluntario.
El World Giving Index (WGI) de 2022, elaborado por la Charities Aid Foundation (CAF), mide la generosidad global en tres aspectos: ayudar a un desconocido, donar dinero a una organización benéfica y hacer voluntariado. Se basa en encuestas a 1,95 millones de personas en 119 países —más del 90% de la población adulta mundial—. En este ranking, Colombia ocupa el puesto 51, por debajo de Brasil (18), Argentina (21), México (37) y Costa Rica (43), pero por encima de Perú (68) y Chile (71). Los cinco primeros lugares los ocupan Indonesia, Kenia, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda.
Como vemos, en este estudio no salimos muy bien librados; tal vez no falte como sociedad ser un poco más solidarios. La solidaridad es difícil de medir porque tiene muchas aristas y depende, en gran parte, de la percepción y las circunstancias de cada persona. De algo sí estoy convencido: cuando la solidaridad se convierte en un hábito colectivo, así como damos, también recibimos, y sin duda construimos una mejor sociedad.
En este momento, con la situación política y social que estamos viviendo, la solidaridad se vuelve un actor fundamental; entonces, cada uno debería preguntarse: ¿qué tan dispuesto estoy a desprenderme de algo para mejorar la vida de alguien que lo necesita? Despertar la empatía y el sentido de comunidad no es solo un deber moral, es también una inversión en nuestro propio futuro. Si quienes tenemos algo, no somos capaces de ceder una pequeña parte para mejorar la vida de otros, difícilmente lograremos el país que soñamos.
La historia reciente de Colombia nos ha mostrado que, en los momentos más duros, la solidaridad aparece como una fuerza transformadora. Lo vimos en las tragedias naturales, en la pandemia, en la crisis migratoria y en las recientes invasiones a predios ganaderos donde la reacción solidaria inmediata ha sido fundamental para evitar que los delincuentes logren su cometido. Esa solidaridad espontánea, aunque valiosa, necesita convertirse en una práctica constante, no solo en una reacción a la desgracia. Necesitamos que la solidaridad empiece a ocupar un espacio importante en nuestro mapa mental, para que podamos pasar de la ayuda ocasional a la solidaridad permanente, porque así es como forjan comunidades fuertes y prósperas.
En Agroexpo tuve la oportunidad de asistir al cóctel de lanzamiento de la versión 2025 del programa Una Vaca por la Paz, de la Fundación Colombia Ganadera (Fundagán). Esta iniciativa busca movilizar la solidaridad de los colombianos con familias campesinas que tienen tierra, pero viven en condiciones de pobreza. El objetivo es recolectar, mediante donaciones, la mayor cantidad de vacas preñadas posibles —o su equivalente en dinero— para entregar una a cada familia, con el compromiso de que devuelvan la primera cría, que será donada a otra familia. Solidaridad en cadena. La meta para 2025 es alcanzar 2.000 vacas. En las cuatro versiones anteriores han logrado entregar más de 5.000 vacas, beneficiando igual número de familias.
Que sea esta la oportunidad para poner nuestro granito de arena, que la solidaridad ganadera se sienta. Cada vaca donada significará una familia con mayor bienestar, con más oportunidades, una familia que podrá decir con orgullo que los colombianos —y en especial los ganaderos— sí somos solidarios.
La solidaridad se cultiva. Y como todo en el campo, entre más sembremos, más abundante será la cosecha.