logoHeader
Ariel Fernando Galvis

columna

Vivir sin miedo

por: Ariel Fernando Galvis- 31 de Diciembre 1969


Recientemente, durante una breve estadía fuera del país, me asaltó nuevamente una sensación que es recurrente cada vez que salgo de Colombia: la tranquilidad con la que se vive en otros lugares, donde lo ajeno se respeta, donde la cultura del “vivo” no desplaza el sentido común y donde la violencia no se ha convertido en el pan de cada día. Esa calma me devolvió a mi infancia de los años 70 y 80 en Colombia, cuando el narcotráfico aún no había tejido su sombra y nuestras vidas se sostenían en los valores, en el respeto genuino por los demás y en el respeto por la vida. Esa época en la que vivíamos con poquito y disfrutábamos de las pequeñas cosas.

En aquella Colombia sencilla, la palabra valía más que un cheque; los vecinos nos saludábamos y nos cuidábamos entre nosotros; vivíamos tranquilos y éramos felices. Pero, poco a poco, las cosas fueron cambiando: la cultura del dinero fácil se coló en nuestras rutinas, glorificamos el glamour del narcotráfico, endiosamos a esos personajes que nos mostraron que se podía hacer dinero rápido. El consumo de drogas, la lujuria y las excentricidades se hicieron normales, hasta convertirnos en lo que ahora somos: una sociedad enferma que paga las consecuencias de haber justificado hasta los medios más brutales para hacer dinero, muy a pesar de la ética y los principios morales. Una sociedad que vive con miedo.

Basta con salir unos días del país para darnos cuenta de la lamentable situación que vivimos. Los medios de comunicación y las redes sociales normalizaron la violencia, presentándola como un hecho más de nuestra cotidianidad, sin mayor gravedad. Todos hemos asumido una actitud de defensa, tomando medidas de precaución según nuestras posibilidades: no salir en las noches, andar sin joyas, sin dinero, sin celular; no contestar llamadas de desconocidos; dejar de ir a las fincas; quienes pueden, compran un carro blindado; otros contratan seguridad. Pero todos vivimos con miedo.

No podemos seguir normalizando la violencia. No podemos acostumbrarnos y creer que es normal vivir con miedo. El miedo es una de las peores condiciones a las que se puede someter al ser humano, y eso ocurre en muy pocos países; entre ellos, el nuestro.

Según el DANE, en 2022 el 53 % de los colombianos dijo sentirse inseguro en su día a día. Estoy convencido de que si hiciéramos esa medición hoy, en 2025, las cifras serían mucho más graves, quizá cercanas al 70 %.

Es hora de comenzar una cruzada para recuperar el país que tuvimos. Debemos detener este fenómeno, recuperar la moral, la ética y las buenas costumbres. No será fácil, pero tampoco imposible. Algunos países han logrado avances importantes. Con un poco de mano dura y mucho trabajo social, podremos cambiar la forma de pensar y sentir de nuestra sociedad. El Salvador lo ha logrado: según The Global Safety Report de Gallup, que mide, entre otras cosas, la sensación de seguridad que tienen los habitantes de un país al caminar por sus calles, pasó de un 70 % de sensación de inseguridad en 2016 a solo un 11 % en 2023. Hoy es uno de los países más seguros del mundo.

Vivir con miedo es un impuesto invisible que paga la sociedad: encarece la vida, destruye la confianza y paraliza la economía. Cuando la gente teme, se encierra; el comercio cierra temprano; el turismo rural desaparece; los productores dejan de ir a la finca y las vías se vuelven desiertas. El capital se protege en lugar de invertirse; se gastan recursos en escoltas, blindajes y rejas —no en riego, genética o tecnología—; sube la prima de riesgo, el crédito se encarece y la inversión se va donde haya confianza. Así, el empleo se debilita, la informalidad crece y el relevo generacional del campo se desanima. Peor aún, el miedo rompe el tejido social e impone la ley del más fuerte. Colombia no puede normalizar esa cadena de pérdidas. Si queremos mercados internacionales, crédito barato y futuro para el campo, hay que derrotar al miedo, no aprender a convivir con él.

La invitación es a que comencemos a pensar diferente, todos. Este no es solo un tema de política. No podemos sentarnos a esperar que un presidente nos solucione el problema. Si bien son ellos, los que dirigen el país, quienes deberían liderar una cruzada por las buenas costumbres y dar ejemplo, somos nosotros, como sociedad, quienes debemos esforzarnos por volver a ser buenos seres humanos. Debemos contagiar con nuestros actos a nuestros vecinos, amigos, empleados, lectores y seguidores, para que volvamos a actuar bien, siendo honestos, generosos, solidarios, justos, conciliadores; que volvamos a vivir con principios éticos, empatía y responsabilidad hacia nosotros mismos y hacia los demás.

Una Colombia donde podamos vivir sin miedo sí es posible. Depende de nosotros.