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OLINDA DAZA víctimas en colombia

Foto: Cortesía.

cronica

5.135 días buscando justicia y contando

por: - 31 de Diciembre 1969


Ese 17 de marzo de 2001 parecía un día normal para Olinda Daza, tan normal como ya puede ser para alguien el que lo llamen a advertirle que no vaya a su finca porque hay gente ‘extraña’ y a pesar de ello decida hacerlo pensando que a lo sumo se trata del robo de alguna de sus novillas. Sin embargo, ese día cambiaría la vida no solo de Olinda, también la de su esposo y la de sus 2 hijos.

Estoy sentado con Olinda Daza en mi oficina, para muchos una víctima más de las que se cuentan por miles en nuestro país, Colombia; para mí, el rostro de una mujer que encarna el derecho a la justicia y que lo único que exige es reparación.

Olinda me explica sin afán alguno que aquella gente ‘extraña’ eran paramilitares que contrario a lo que ella pensó no querían tan solo una novilla.  “Se llevaron los 149 animales que yo tenía dedicados a la producción de leche, con los que a diario sacaba 5 o 6 tinas para poder así darle de comer a mi familia; al día siguiente no tuve ni para sacar medio litro”, dice esta mujer, oriunda de Curumaní, Cesar, para quien desde ese día comenzó la búsqueda de ayuda por parte del Estado. (Reportaje: El drama de ser una víctima en Colombia)

A Olinda Daza no se le quiebra la voz y las lágrimas ya no le corren por sus mejillas cuando cuenta la historia, su rabia ha ido menguando con el paso de los años, pero estos no han logrado que disminuya la templanza de su carácter.

“Ellos llegaron a la finca a las 6 de mañana y estuvieron allí hasta la 1 de la tarde, y en todo ese tiempo no hubo reacción alguna por parte de las autoridades, y eso que vivo cerca de 2 pueblos en los que hay presencia policial”, afirma casi que incrédula todavía, como queriendo devolver el tiempo a esperar que alguien evite el hecho y con ello lo que se desencadenó.

A su esposo lo habían secuestrado las Farc en 1993 y cuando lo soltaron nunca pudo recuperarse psicológicamente, de hecho él optó por marcharse del lugar, dicen que a Neiva, su ciudad natal, pero de él nunca más volvieron a saber. Tal situación dejó a Olinda con la responsabilidad de sacar adelante a Leidy y a Fabio, los 2 hijos productos de la unión y quienes por aquel entonces estaban empezando a cursar estudios universitarios en Bogotá.

Daza sabía que aquello era el comienzo de una nueva vida, una en la que tuvo que acudir a muchos créditos, luchar contra los estigmas de la gente que consideraban que ‘algo tenían que haber hecho’ para que les hubiera pasado lo que les pasó, una en la que las dificultades se hicieron el pan de cada día, ese pan que ella no permitió que faltara nunca en el plato de sus hijos. (Lea: La Unidad de Víctimas sigue dilatando los procesos que recibe)

Denunciar no era una opción, me explica, hacerlo era buscarse una sentencia de muerte y de paso condenar a sus propios hijos a una suerte similar.

Pocos días después del robo y llena del coraje y la valentía que la han caracterizado durante su vida, se fue a buscar a quienes le habían hurtado los animales y la tranquilidad. Pocos minutos pasaron para que producto de su osadía y el elevado tono de su reclamo ‘Harol’, alias del sujeto que lideró el delito, decidiera tomar su arma y golpearla en la cabeza y producirle una herida que obligó al médico que la atendió posteriormente a coserle 10 puntos.

Ante semejante relato, solo atino a preguntarle si aún sabiendo el nombre y ubicación de quienes la robaron y la dañaron físicamente no era posible que las autoridades hicieran algo.

“Ay no hijo, eso allá fue terrible, allá no se podía hacer nada”, me dice casi que con la consideración de una madre a un hijo que le pregunta algo de manera ingenua.

Iba yo a interpelar, pero ella como para no darme lugar a que imaginara un panorama menos complicado del que vivió me cuenta que en el puesto de llamadas que tenía en el pueblo tuvo que presenciar en varias oportunidades cómo iban esos tipos y daban todo tipo de órdenes y ante eso no podía sino quedarse callada.

“Nos cobraban vacuna, incluso por tener una nevera de gaseosas”, me cuenta.

Según dicen todos en el pueblo, hasta el que vende chiclets, ninguno de los que tuvieron algo que ver con el hecho sigue con vida.

Leidy y Fabio, la razón de la persistencia de Olinda

Actualmente, Leidy es ingeniera ambiental y Fabio ingeniero mecánico. Leidy parece tener la fortaleza de su madre cuando recuerda y apunta que tras el robo, moral y económicamente los dejaron completamente destrozados.

“Las pérdidas ocasionadas son algo de lo que aún hoy en día no nos hemos podido recuperar”, me dice Leidy, quien además me repite de forma fuerte y clara, como para que no me quede duda, que no entiende las razones por las que le hicieron eso a su mamá, una mujer trabajadora, cabeza de hogar; ni a ellos, que solo andaban de la finca a la casa y viceversa. (Informe: Ganaderos víctimas de la violencia)

“Mi mamá siempre fue muy fuerte. Pienso que parte de sus preocupaciones, de su falta de sueño, de sus deudas y problemas comenzaron en ese momento”, trata de adivinar, mientras de a poco su voz va perdiendo esa seguridad inicial.

Recobra el aliento y sigue narrando algunos de los hechos. No es fácil, ha sido mucho el tiempo, pero también mucho el daño, muchos los perjuicios y demasiado el dolor que ha tenido que lidiar durante estos 13 años. 

Leidy me dice que llegó a tener que estudiar un semestre sí y otro no, razón por la cual tardó casi 10 años en obtener su título de ingeniera ambiental, que trabajó en la finca, en bares, restaurantes, en muchas cosas, y que no tuvo las facilidades que consideraba merecía por ser gente honesta y trabajadora. Hoy exhibe con orgullo su título, trabaja y se gana un sueldo con el sudor de su frente. “No puedo acceder a ningún tipo de crédito porque seguimos endeudados, y no por tener carro, casas o becas, sino pagando todas las deudas en que incurrió mi madre como consecuencia del robo”.

Fabio Alberto es menos elocuente, pero su dolor es igual al de su hermana. Le pregunto por su madre y sin atisbo de duda me ratifica que su labor ha sido fundamental, “ella asumió toda la responsabilidad y sigue tratando de encontrar respuestas y luchando por esa reparación”.

Como su hermana, reconoce la labor de Olinda. A veces parece que no tiene palabras, que se queda corto, puede ser el dolor al recordar lo sufrido, puede ser conteniendo alguna lágrima caprichosa o simplemente mientras se llena de valor para seguir adelante.

“Mi mamá ha hecho todo lo posible y no está dispuesta a renunciar a todo lo que perdió por las acciones de esos grupos armados, eso era el fruto de su trabajo de muchos años y espera tener respuesta del Gobierno”, termina casi que retándome, como si de mí dependiera el poder ofrecerle ayuda.

En seguida recobra la calma y un poco más sereno Fabio se resigna, “siendo un poco realista no veo alguna solución pronta, pero lo que puedo asegurar es que nosotros seguiremos con el proceso, sin importar el que no veamos una fecha en la que pensemos obtener respuesta alguna. Yo no veo nada claro, concluye”. (Galería: 5.135 días buscando justicia y contando)

Las respuestas a su proceso

La señora Olinda denunció su caso una vez Pastrana dejó la Presidencia y llegó al cargo Álvaro Uribe, lo hizo pensando en recibir algún tipo de ayuda que le permitiera amortizar el pago del crédito con el que había adquirido sus animales.

A veces, el relato de todo lo que ha hecho es confuso, no porque ella no lo tenga claro sino porque así parece estar diseñado por la Unidad de Víctimas para aburrir a quienes acuden a ella. “Tuve un abogado, luego otro de Bucaramanga, después fui a la Personería, a la Defensoría del Pueblo, finalmente alguien me habló de Fundagán (Fundación Colombia Ganadera)  y desde entonces ellos han estado pendientes de todo”, relata, mientras hilvana en su memoria los detalles de cada paso que ha dado. (Galería: El drama de ser una víctima en Colombia)

Le pregunto con algo de esperanza si ya ha tenido respuestas, al menos indicios de justicia para su caso. Ella nuevamente acude a su nobleza y con su mejor sonrisa me dice que los de la Unidad no trabajan bien, que le han dicho que lo de ella es otro acto victimizante, que a pesar de eso puso tutela pero que ni así logran tener claro que solo quiere que le devuelvan sus 149 animales, que reconozcan ese hecho y por él, no por nada distinto, le paguen, “es el trabajo de toda mi vida y eso es de mis hijos, que lo disfruten ellos, o los nietos, pero no se puede quedar eso impune”, asegura.

Leidy Carolina Román Daza es  tajante como su mamá, en especial cuando tímidamente le pregunto qué piensa de esas respuestas dadas por la Unidad de Víctimas.

“Las respuestas son estúpidas”, expresa, y de paso manifiesta que desde esa Unidad “no se ha hecho absolutamente nada por resarcir a mi mamá, nosotros nos acogimos a ese programa y así hemos podido darnos cuenta que no sirve para nada y debe haber una persona que valide que se presentó el robo y que como consecuencia de él hubo muerte económica”.

Su hermano, Fabio, se muestra poco condescendiente también y no es para menos. Él opina que se han hecho pocas reparaciones de víctimas y de casos muy puntuales,  no de todo lo que llegó a suceder en su región. (Lea: “Asesinato de ‘Tata’ no puede quedar impune”)

“Nos sentimos un poco desprotegidos y desamparados por el Gobierno, nos sentimos excluidos del programa de Reparación de Víctimas”, asevera, como si supiera lo que rondaba por mi mente al respecto.

13 años y contando

Al final, solo puedo preguntarle si ahora, que de nuevo está trabajando en su finca, que se ha encargado de hacer ella misma caminos transitables, porque el alcalde, según dice, no hace nada, que ya no tiene que vender crías antes de nacer para enviarles ese dinero a sus hijos, que tiene a sus trabajadores estudiando, no le da miedo que le pase lo mismo que hace 13 años.

Su respuesta es vehemente y tiene impresa la huella de quien incluso rechazó animales de grupos armados para compensarla, porque sabía que eso implicaría que dejarían a otra familia sin con qué comer: “Yo no les tuve miedo, me peleé con ellos. A mí no me quitaron mi predio, no me lo robaron, pero luego de 10 años está en ruinas y yo necesito oxigenarme, es lo que pido, es lo que necesito, para así poder volver a empezar”.

Llega el momento de despedirnos. Ella debe seguir llenando papeles y formularios que le permitan acceder a su reparación, yo debo seguir en mis labores; ella debe seguir luchando como lo viene haciendo 13 años, yo contra mi incredulidad en el sistema; ella se muestra tranquila y esperanzada, a mí me cuesta creer que nadie en el Gobierno haya hecho algo por atender un caso como este, que es el de miles de familias en el país. (Lea: Demandarán elección de miembros para las Mesas de Participación)

En mis conclusiones puedo pensar que es el precio de no tener un apellido importante, de no contar con las explicaciones suficientes, que el mecanismo no es idóneo. Me niego a pensar que es negligencia, pero las evidencias se aglomeran frente a mi mirada. Y la Unidad de Víctimas guarda un silencio cómplice, tan aturdidor que me hace sentir protagonista de la tragedia,no solo de la familia Daza sino de todas las que como esa solo pide justicia, solo reclama reparación.