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El hombre que cría su ganado sin manuales ni milagros y que siempre compra "al ojo"

Melanny Orozco 08 de Julio 2025
Un ganadero de tradición que aprendió a comprar ganado ‘al ojo’Foto: CortesíaLa experiencia le ha permitido escoger “al ojo” a sus animales.

Carlos Eduardo Pinzón ha dedicado más de tres décadas en su finca en Nilo (Cundinamarca) a un oficio que aprendió viendo trabajar a su padre. Hoy, mientras los modelos modernos ganan terreno, su visión conservadora y la falta de relevo generacional amenazan con apagar la llama de una tradición que alguna vez sostuvo el campo colombiano.


A sus 57 años, este ganadero recorre los potreros de pasto guinea mombasa, donde engorda vacas cebú blancas con la paciencia que solo dan los años de experiencia. Desde los 23, administra la finca La Guaira, un predio familiar que, según dijo sin rodeos, probablemente no será trabajado por sus hijos.

Para él, la ganadería no es una fórmula de rentabilidad, ni mucho menos un negocio que se aprende de un diplomado de fin de semana. Esta actividad es un oficio de constancia, donde “la aprendida le puede costar a uno mucha plata”.

Pinzón creció en un hogar donde las lecherías y el ganado hacían parte de la conversación diaria. Cuando terminó sus estudios de administración agropecuaria, no tuvo dudas que su lugar estaba en la finca, calculando el peso de sus reses.

La experiencia le ha permitido escoger “al ojo” a sus animales. Esa manera de comprar y vender animales, tan criticada por quienes promueven el uso de tecnologías de precisión, es la que le ha permitido evitar negocios ruinosos y sostener su trabajo durante más de tres décadas.

Su producción se centra en el engorde de ganado comercial, manteniendo dos sistemas bien definidos. Por un lado, compra vacas flacas que engorda durante un ciclo corto de 45 y 60 días, alcanzando pesos que permiten su venta rápida y garantizan el flujo de caja para cubrir la nómina y otros gastos operativos.

Por otro lado, trabaja con machos que permanecen más tiempo en los potreros, pues su objetivo es llevarlos a pesos finales superiores a los 450 kilos antes de comercializarlos. Esa estrategia le permite sostener un equilibrio entre liquidez constante y lotes de mayor valor agregado que, aunque más demorados, representan una parte de su rentabilidad anual.

“Yo no delego las compras ni las ventas. Si no veo el ganado personalmente, no negocio porque fui testigo de promesas que terminaron fracasando”, expresó.

Durante su trayectoria ha aprendido mucho de la actividad y de sus colegas, a tal punto de ser reconocido en su región por la calidad de sus bovinos comerciales.

Sin embargo, Pinzón cree firmemente que su legado en la ganadería no trascenderá debido a que sus hijos eligieron otros caminos, mostrando poco interés por el campo.

“Yo creo que en mi caso, no va a haber relevo generacional. Ellos (mis hijos) ven la vida diferente”, lamentó.

Es por eso que observa con preocupación cómo los jóvenes migran a la ciudad mientras los campos quedan en manos de quienes, como él, siguen creyendo que es mejor tener pocos animales bien tenidos que llenar potreros de ganado en malas condiciones.


Carlos Eduardo Pinzón expuso que este es un negocio bien conservador, más cercano a un estilo de vida que a una fuente de grandes utilidades. Foto: Cortesía.


No se aprende con libros


La experiencia le enseñó a desconfiar de los manuales que prometen rentabilidades imposibles. De acuerdo con Pinzón, “aquí no es cierto que el ganado suba 25 kilos mensuales todo el año”.

Es por esa razón que sabe bien que el exceso de lluvia puede matar el pasto tanto como la sequía y que cada kilo ganado depende de variables que muchas veces no se tienen en cuenta. Por eso, su manera de trabajar combina tradición con observación constante.

Desde su experiencia prefiere mejorar los pastos antes que suplementar con alimentos externos que elevan los costos sin garantizar resultados.

Su filosofía conservadora desafía los tiempos modernos. Pues mientras algunos adoptan tecnologías de monitoreo satelital, él sigue confiando en caminar la finca, mirar el ganado y tomar notas sobre el comportamiento de cada lote.

“Uno tiene que untarse. No es negocio simplemente decir ‘compren ganado y véndanlo. Eso no funciona”, advirtió Pinzón.

Es por eso que los últimos años le han enseñado mucho porque han traído retos inesperados. En una región conocida por sus veranos secos, hoy las lluvias prolongadas han alterado ciclos de engorde y multiplicado plagas que antes no existían en la región como caracoles africanos, gusanillos que devoran potreros.

Esto lo ha obligado a replantear sus estrategias, apostando por el pasto mombasa, que le ha permitido aumentar la carga de animales y sostener la producción. Sin embargo, sabe que el cambio climático seguirá poniendo a prueba su capacidad de adaptación.


Rentabilidad, un espejismo


A diferencia de quienes ven la ganadería como un atajo hacia la riqueza y los fajos de dinero, Pinzón no dudó en señalar que este es un negocio bien conservador, más cercano a un estilo de vida que a una fuente de grandes utilidades.

Según el ganadero, “casi ningún negocio le da a uno tanta plata como dicen. Yo pago todo legal, afilio a mis trabajadores, cumplo con los impuestos. Así el negocio deja menos, pero yo duermo tranquilo”.

En su finca no hay lugar para informalidad laboral ni improvisación, pues entre sus tierras conviven cuatro empleados pensionados gracias a su disciplina en los aportes, siendo esa “una cultura que me dejó mi padre”.

Finalmente, aunque aseguró que no le quedan sueños grandes por cumplir en ganadería, todavía quiere seguir perfeccionando su finca. No le interesa agrandar el hato, pero sí prefiere que sus animales engorden en cinco meses en lugar de seis y que luzcan saludables.

(Si no ve el video, refresque la página)


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